A Ricardo Lezón no le faltan rostros musicales. Su proyecto principal, McEnroe, en el que ejerce como compositor y cantante, es ya fondo de armario del pop independiente español, un clásico bien arraigado en su clase media. Hace años puso en marcha otro, Viento Smith, más experimental y fronterizo con el ambient, fundado junto al músico electrónico David Cordero y en el que les acompañan el productor Raúl Pérez y el multiinstrumentista Nacho García. Llevan tiempo sin sacar material nuevo, pero no lo dan por muerto. Además, el artista vasco ha publicado dos discos fabulosos con Ramón Rodríguez de The New Raemon que firman con los nombres de sus bandas respectivas. Y tiene también una trayectoria en solitario que alumbró un primer álbum, Esperanza, en 2017. Le siguieron varias colaboraciones puntuales y ahora un EP con cuatro cortes, Canciones mínimas (Subterfuge), que le trae de visita a Madrid este 19 y 20 de junio. La primera fecha ya está agotada en la sala Vesta, y la segunda no anda muy lejos de llenarse.
De todos esos proyectos, dice Lezón que el que más disfruta y donde se siente más cómodo es con McEnroe, compañeros de viaje y amigos getxotarras de siempre. ‘Tenemos un proyecto común que nos hace una ilusión bárbara y en el que cada uno ha ido cogiendo su papel poco a poco. Yo me encargo de las letras y hago las canciones, pero es una banda en la que todos opinamos y todos decidimos’, responde cuando se le pregunta si, como ha parecido en algún momento, McEnroe es un grupo que envuelve al cantautor que es él. El último álbum que publicaron es de 2019. Desde entonces ha visto la luz un EP en el que canta Jimena Lezón, su hija, y hace poco han terminado un nuevo disco que saldrá a finales de año. Si había algún fan preocupado, parece que queda McEnroe para rato.
Esos tiempos largos, provocados por la dificultad de juntarse de un grupo de amigos en el que cada uno tiene su trabajo alejado de la música y varios de ellos hijos más pequeños, con Ricardo como el único que vive de esto, le dejan tiempo para ir haciendo su trabajo en solitario y sus proyectos paralelos. Él es el que más ha movido el repertorio de McEnroe, muchas veces solo, tocando en pequeños locales en acústico cuando en formato banda iban a salas más grandes. Ahora ya tiene un repertorio más grande publicado solo con su nombre, y con ello el desafío de ‘ordenar mejor todo ese trabajo en acústico, ver cómo me voy a anunciar, cómo lo voy a hacer en directo’. Pero dice que nunca le ha preocupado demasiado si las canciones que interpreta en el escenario son las suyas propias o las que se concibieron para el grupo. ‘Yo simplemente voy y toco, y el nombre que use estará bien’. Al fin y al cabo, todas han salido de su guitarra y su lápiz.
De qué si no de amor
Lezón, un espíritu algo solitario y cada vez más reacio a la ciudad, habla con este diario desde el último rincón de Getxo, la ciudad donde se crio, al que se puede considerar rural. Teme que determinados proyectos inmobiliarios y demográficos acaben con esa mancha verde pegada al mar que resiste en una esquina del Gran Bilbao. Quizá sea ese estar algo apartado lo que le permite una alta productividad: más allá de los proyectos mencionados, ha hecho bandas sonoras, tiene varios volúmenes de poesía publicados y un libro autobiográfico en el que cuenta cómo la música ha sido siempre el refugio para esa tristeza que se ha convertido en marca de la casa de sus canciones y del sonido McEnroe.
Lezón, en la zona de Getxo donde vive. / Cedida
Hace unos meses, hablando con este diario de su último disco con The New Raemon, Lezón contaba que tenía la sensación de llevar ’25 años haciendo canciones sobre lo mismo’. En este nuevo EP, el tono y los temas siguen siendo los de siempre: esa melancolía que a menudo duele a la vez que reconforta y abriga, historias de encuentros y desencuentros con personas y lugares que van dejando sus cicatrices. ‘Leía hace poco a Jon Fosse que cada uno tiene su propio poema’, se reitera ahora el músico, que claramente tiene su propia e inconfundible canción.
En la conversación también quedará claro que, a estas alturas, lo de la tristeza de sus creaciones ya tiene algo de sambenito. ‘Me gustaría saber de qué cantan los demás, porque yo nunca oigo canciones sobre… no sé… carteros [risas]. Todo el mundo canta sobre el amor, y yo la música de la que vengo son los cantautores americanos. Quizá sea que en mi caso está más acentuado, estaré más encasillado… Pero no me preocupa en absoluto’, defiende. Como curiosidad, un Lezón más animado y que casi rapea, a lo Delafé y las flores azules, es el que aparece en su reciente colaboración con Mariuk en la canción de ésta Haz reggaeton, deja la poesía.
Canciones mínimas pero no menores
Lezón no quiere que el título de este disco corto que publica ahora y que tocará en sus conciertos en Madrid lleve a equívocos. ‘Se llama Canciones mínimas pero no son canciones menores’, dice categórico de un EP que es solo una parte de lo que será un álbum completo que saldrá después del verano. Lo de mínimas, explica, es porque se han grabado con los recursos indispensables y con un cierto espíritu minimalista: su voz, su guitarra y el apoyo de un único instrumento extra en cada canción.
En la primera de ellas, La Colonia Roma, sobre un viaje reciente a México DF, ciudad donde vivió un tiempo en otra época de su vida, está el fliscorno de Oskitz Gorrotxategi. En Tonino Guerra, que nace de un poema del escritor y guionista italiano del título, toca la lap steel guitar Miguel Guzmán. La harmónica y el coro de Saúl Santolaria aparecen en Invierno después, y la voz de su hija Jimena y los ambientes de David Cordero en Hotel Le Postillon, dos delicadas crónicas sentimentales que son puro McEnroe-Lezón. Aunque grabadas en un estudio cerca de su casa, la idea era acercarse lo más posible a cómo suenan esas canciones cuando las compone en su habitación. En el proceso que conduce a su publicación, cuenta, ‘siempre hay un halo que se va perdiendo para transformarse en otra cosa. Y lo que quería era capturar un poco esa esencia. Que la distancia entre el nacimiento de la canción y el momento en el que se escucha, cuando le das al play, fuese mínimo’.
De todas esas presencias de quienes le han ayudado, la que menos sorprende (por ya habitual) y a la vez deja una huella más profunda es la de su hija. Jimena Lezón estudia sociología y trabaja en temas relacionados con esta disciplina, pero tiene una voz con personalidad y un don evidente para la música. ‘Empecé pidiéndole yo que me acompañara en alguna canción. Jime era muy pequeña y lo que hacía yo no le llamaba mucho la atención. Estaba más en Imagine Dragons y esas cosas. Después le empezó a gustar más lo mío y era ella la que me pedía si podía cantar, le hacía ilusión. Y ahora he sido yo otra vez el que la persigue un poco, ella está en otras cosas’. Por el momento, lo de Jimena se queda en puro hobby y colaboraciones puntuales, sin un proyecto musical propio. Su padre lo agradece. ‘Viendo cómo está el mundo de la música, no me haría mucha ilusión que se dedicara a esto. Ella ha encontrado su camino y es bonito que la música sea como un tesorito aparte’.
Lo de que no es fácil construir una carrera profesional en su sector lo sabe bien Ricardo Lezón. Con más de dos décadas dedicado a la música, solo hace año y medio que se gana la vida con ella. Antes tuvo diferentes trabajos, entre otros profesor de pádel y tenis o regentando una casa rural. ‘Es difícil vivir de esto si haces la música que hacemos nosotros’, es decir, un sonido poco sujeto a modas y que no encaja bien en el circuito de festivales, digamos más verbenero, donde se mueve el dinero de la industria actualmente. Pero más que la parte económica, lo que le daba más miedo al decidir dedicarse 100% a esto era que la música ‘se convirtiera en un estrés, en un trabajo puro y duro. Perder una parte que a mí me ayuda a vivir, pero de otra manera. Ahora es mi sustento, pero lo que no quiero es pudrirlo. Empezar a hacer discos por necesidad, tocar en lugares a los que no quiero ir… Hay un salto difícil que todavía estoy tratando de encajar’, reconoce.
En sus noches madrileñas, Lezón se presentará solo en el escenario con su guitarra. Faltarán los instrumentos que aparecen en este disco, algo que resolverá, dice medio en broma, ‘intentando silbarlos’. Algunos amigos, eso sí, subirán a cantar. Habrá temas tanto de sus discos en solitario como algunos de McEnroe o de sus colaboraciones con The New Raemon, ‘un poco de todo’. Pero quiere darle protagonismo, subraya, a su propio repertorio. Al de McEnroe ya le tocará el turno de volver a brillar dentro de solo unos meses.