Nueve pisos por escalera en silla de ruedas y un misterioso vaticinio del apagón: las historias del día después en Gran Vía

La Gran Vía arrancaba esta mañana con bastante normalidad después del tsunami vivido ayer, cuando la mayor parte de sus locales tuvieron que cerrar poco después del apagón y se produjeron escenas como las de muchos negocios bajando desesperadamente las persianas eléctricas de las tiendas a mano y hoteles atendiendo a duras penas a quienes se habían quedado sin alojamiento o comida. Sobre las diez de la mañana de este lunes, la circulación de coches era más baja de lo habitual, seguramente por la recomendación de las autoridades de evitar desplazamientos no necesarios, y por la calle se veían turistas, pero menos gente que otros días. Un ambiente tranquilo en un día primaveral.

“Hoy veo algo menos de turistas, pero sobre todo mucha menos gente de otros sitios de Madrid que viene aquí de compras por la mañana. Gente de Móstoles, de Alcorcón, de Alcalá de Henares…”, dice Óscar, que regenta un quiosco casi en la esquina con la calle Libreros. Ayer, sobre las dos de la tarde, se dio cuenta de que la incidencia iba para largo y fue cuando decidió cerrar. ‘El problema es que yo tengo que colocar un montón de cosas, así que acabé sobre las cinco”. Su preocupación era llegar hasta su casa en el barrio del Pilar. Sabía que tendría que ir andando y le preocupaba la seguridad si caía la noche. En esas horas que tardó en dejar todo bien cerrado, fueron decenas los turistas que se acercaron hasta él. La mayoría le preguntaban cómo llegar hasta las estaciones o el aeropuerto. Muchos compraban agua, chocolatinas o bolsas de patatas fritas. “Se las llevaban de cuatro en cuatro, la gente tenía hambre”, recuerda. La seguridad fue absoluta en todo momento y por la zona quedaba algún restaurante y supermercado abierto, así que la desesperación se mantuvo bastante controlada.

Óscar atienda a clientes en su quiosco de Gcran Vía. / Jacobo de Arce

Uno de los supermercados que permaneció abierto fue el de El Corte Inglés de Callao. “Aquí se vivió con bastante normalidad. Tenemos generadores y las neveras aguantaron”, contaba esta mañana uno de sus trabajadores. Parte del género se bajó a unas cámaras con más capacidad que tienen en el centro de Preciados. Acabaron cerrando después de las 21h. Las plantas superiores, en cambio, donde se venden otro tipo de productos, se quedaron medio a oscuras a pesar de ese generador de emergencia. Podían seguir cobrando sin problema, pero la policía llegó después de las 13h y recomendó desalojar. En ese momento se fueron casi todos los clientes, pero esa parte de la tienda permaneció abierta hasta las 16h.

Incidencias en el hotel y una misteriosa teoría

Aunque se quedaron enseguida sin luz porque su equipo de respaldo tiene poca autonomía, en el veterano Hotel Emperador se pasaron el día dando agua y comida no solo a sus clientes, sino también a muchos de los que pasaban por Gran Vía. Mientras tanto, gestionaban como podían las reservas ya hechas o las que surgían. Los que estaban ya hospedados no tenían problema en entrar a sus habitaciones, porque las cerraduras son eléctricas pero tienen baterías. Como tenían hecho el check-in, accedían sin problema.

Otra cosa eran los clientes que entraban ayer. “A esos había que subirlos por las escaleras, porque los ascensores no funcionaban, y abrirles con nuestros pases”, cuenta Rafa, uno de los conserjes. El hotel tiene nueve pisos. A un hombre mayor con silla de ruedas tuvieron que subirlo al noveno entre varios empleados. Tardaron 20 minutos. Muchos de los que dejaban el hotel ese día regresaron a él porque les era imposible viajar de vuelta a casa. El personal les buscó sitio como pudo, así que no pudieron admitir a muchos de los que llegaban de nuevas, atrapados inesperadamente en Madrid. Ya por la noche, como fue uno de los primeros establecimientos de la calle en recuperar la luz algo antes de las 22h, la zona de bar se llenó de gente y tuvieron que traer mesas extra de otras partes del hotel.

Entre los turistas que llegaban ayer a Madrid estaban Gisela y su familia, argentinos de Corrientes. Venían de Valencia y, ante la imposibilidad de viajar en tren, tuvieron que hacerlo en taxi. Pagaron 450 euros y pudieron acceder a su apartamento turístico porque se hacía con llave física y no con código. Aprovechan que se encuentran con el periodista para contar una historia extraña. “Esto estaba planificado hace más de tres semanas”, dice Gisela. “Cuando estaba buscando información del viaje antes de empezar el viaje me salió un reel en TikTok donde hablaban de que en esta fecha, en España, iba a haber un apagón. Advertían que no estuviéramos en trenes ni en transporte público, subterráneos ni nada de eso, porque por horas íbamos a estar incomunicados y sin energía eléctrica”. Lo vieron pero no le hicieron caso, tomándolo como fake news. Ayer, cuando pasó todo, lo recordó. Asegura que aquel vídeo hablaba de la fecha exacta, el 28 de abril. Cuando el periodista le pregunta si lo puede localizar con el teléfono, lo busca durante unos minutos pero no aparece.

Pérdidas cuantiosas en algunas tiendas

Las pérdidas de muchas tiendas de la calle son importantes. En la del Atlético de Madrid, por ejemplo, un cálculo rápido de sus empleados aventura una cifra en torno a las 6.000 euros. En el Urban Outfitters, una tienda que habitualmente tiene mucho más público de tarde que de mañana, no saben si habrán llegado a una décima parte de la facturación de un día normal. Sentada en su quiosco de la ONCE en la acera de enfrente, Elena cuenta que ayer podía vender “todo lo que era en papel, los cupones, y podía aceptar pagos en efectivo. Pero nada de pagos con tarjeta o de sacar un eurojackpot”, un tipo de juego que se hace con el propio TPV. Ella estuvo hasta las 14h que se cumplió su turno, y después un compañero hasta las 19h, una hora antes de lo habitual. Vendieron mucho menos que un día normal. “Había mucha gente en la calle, pero estaba como revolucionada y no se paraba a comprar”, explica. En la hamburguesería Five Guys enfrente de la plaza de Callao, tuvieron que cerrar en cuanto se fue la luz. Una de sus empleadas dice que han perdido bastante género. No trabajan con producto congelado y las neveras tienen un aguante limitado.

El quiosco de la ONCE donde trabaja Elena. / Jacobo de Arce

Primark, quizá la tienda con más trasiego de toda la calle, registraba una intensa actividad esta mañana, con su personal visiblemente agobiado. La causa no era tanto la afluencia de gente, algo más baja de lo normal, como el trabajo interno que ayer quedó por hacer. Los empleados se afanaban reponiendo el producto y organizando toda la logística de un negocio por el que transitan miles de personas cada día, sin que ninguno accediera a contar a este periódico cómo se vivió la jornada de ayer, solamente que hubo que cerrar enseguida.

Muchos de los consultados hablaban de las aventuras que vivieron ayer para volver a casa. Óscar el quiosquero tardó dos horas y media en llegar al Barrio del Pilar. Más épico fue lo de Ingrid, empleada en una empresa de cambio que tiene varias oficinas a lo largo de la arteria madrileña. En cuanto se fue la luz dejaron de poder atender a sus clientes con normalidad, a las 15h decidieron cerrar y ella fue una de las que estuvo un buen rato intentando bajar a mano la persiana eléctrica de su local. Cuando lo consiguió, bajó caminando hasta Plaza Elíptica para intentar coger un autobús en el intercambiador y llegar hasta Getafe, donde vive. Pero todos llegaban llenos y no les quedó otra opción que caminar durante horas por el arcén de la autopista de la A42, como hacían en ese momento cientos de personas junto a los coches que pasaban, por momentos a alta velocidad. Había niños, gente mayor ‘incluso alguna persona con muletas’, recuerda. Insiste al periodista para que la noticia se conozca, todavía indignada por una situación que cree que se podría haber gestionado de otra manera.

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