Los hay de Murcia con saya, pañuelo y delantal. En Valencia los preferían con toca, manta y faja. Mientras que, en Santiago, optaban por mandil, jubón y media. Las combinaciones eran múltiples, tan particulares como la realidad cultural de España. En los vestidos regionales está concentrada la historia de un país que, 100 años atrás, cuando el Palacio de Bibliotecas organizó su primer homenaje, empezó a darle un lugar en las instituciones. Un terremoto que empezó en 1925 y que, poco a poco, ha ido conquistando el espacio público. Hoy, en pleno centenario, el Museo del Traje saca lustre a su colección en Raíces, la muestra que busca redescubrir un patrimonio desconocido, pero incontestable.
“Celebramos aquel acontecimiento rindiendo homenaje a quienes lo hicieron posible, entre ellas la duquesa de Parcent”, relata Laura Jiménez, comisaria de la exposición que estará abierta al público hasta 19 de octubre. Está basada en la que tuvo lugar en 1925, donde se reunieron 348 trajes, 3.914 prendas y elementos textiles, 668 fotografías y 237 acuarelas. El éxito fue inmediato, hasta el punto de convertirse en el germen del futuro Museo del Traje. Fue tal su popularidad, en parte gracias a las mujeres que la impulsaron, como Carmen Gutiérrez y Jacinta Hernández, que la prensa de entonces la definió como un “tesoro escondido”. Se vendieron 3.000 entradas.
Traje de hombre de Montehermoso y traje de mujer de Benavente. / JAVIER MAZA
Hasta hacerla realidad se llevó a cabo una profunda investigación en la que se recopiló gran parte de la indumentaria tradicional de España. Poco a poco, fue construyéndose una imagen global del patrimonio textil de España, considerados en la época como auténticos representantes de la tradición. Así se refleja hoy a lo largo del recorrido que propone Raíces. Sobre todo, a través del trabajo fotográfico de Ruth Matilda Anderson y José Ortiz Echagüe, que contribuyen a consolidar una iconografía desde perspectivas complementarias. “La primera con una mirada puesta en lo cotidiano, el segundo con una visión más estética e idealizada”, subraya Jiménez.
Detalle de un traje de mujer de Alosno, comarca de Andévalo. / JAVIER MAZA
La muestra estaba organizada en cuatro espacios: dos de ellos recreaban las escenografías más representativas de distintas provincias, el tercero acogía trajes dispuestos en maniquíes sobre plataformas junto armarios con prendas clasificadas por tipologías y el cuarto albergaba la indumentaria tradicional. Su impacto no se limitó a lo museístico: generó una extensa herencia identitaria que atravesó contextos diversos, dejando a su paso numerosas narraciones dignas de ser contadas.
Una revisión nostálgica
Durante el franquismo, la Sección Femenina instrumentalizó el traje regional como emblema ideológico: “Especialmente a través de sus coros y danzas y de iniciativas como las colecciones de muñecas vestidas con trajes típicos’. Jiménez, asimismo, pone en valor el papel que han ejercido estos trajes en acontecimientos como las exposiciones internacionales que tuvieron lugar en Sevilla y Barcelona durante 1929. La revisión que propone ahora el Museo del Traje no debe entenderse sólo desde un punto de vista nostálgico, sino como una celebración de la música, la danza y la artesanía que tanto les influyeron.
Traje de mujer de Montehermoso con gorra, medias, delantal y pañuelo. / JAVIER MAZA
Raíces se explora, a través de cuatro áreas temáticas, distribuidas en dos plantas, en el valor ornamental que tienen sus piezas. Igualmente, interroga al espectador sobre lo que ha sucedido desde entonces, poniendo especial énfasis en la influencia que estos trajes han tenido en el diseño de moda contemporánea. Un encuentro que busca promover un estudio riguroso de su impacto en la forma de comprender y representar desde otro ángulo quiénes somos.