‘Prohibido morir aquí’, de Elizabeth Taylor: geriátrico en el Hotel Claremont

Las historias sobre la avanzada madurez interesan a medias en la literatura hasta que deja de interesar del todo. Goethe, Austen, Stendhal y Dickens –entre muchos otros autores de las épocas doradas de la novela– magnifican a sus protagonistas jóvenes, impulsivos y anhelantes. Las aspiraciones de estos jóvenes, algunas veces rotas, tienen que ver con un nuevo orden social caracterizado por la movilidad y el cambio. En los casos de Austen y Dickens, por el contrario, sus obras pueden estar también repletas de ancianas viudas imperiosas y viejos excéntricos arrugados. Cuando no se produce una curiosa evolución/involución: Italo Svevo, en una de sus dos obras maestras, ‘Senilidad’, conduce al personaje principal, Emilio Brentani, a una humillante vejez prematura. Pero Brentani no tiene más de 35 años. 

La visión de ‘Prohibido morir aquí’, probablemente la mejor de las novelas de Elizabeth Taylor (1912-1975), sobre el envejecimiento es esencialmente trágica; su tristeza se atenúa con un humor sutil debido a las ficciones que nosotros mismos inventamos para lidiar con la decepción que supone la vida. Laura Palfrey es una abuela viuda que se instala en el Claremont, un hotel londinense hogar para ancianos acomodados. Avergonzada de que su nieto nunca la visite, la señora Palfrey hace pasar a Ludovic, un escritor atractivo que atraviesa dificultades, por su hijo. Ludo, a su vez, tiene su propio secreto: está escribiendo una novela inspirada en el Claremont. La mirada inquisitiva y desapasionada de Taylor sobre sus personajes nos devuelve aquí el interés de la literatura por los mayores, mostrando peripecia, intriga, compasión, mordacidad y humor negro, la mejor vía para tratar verdades demasiado duras para ser soportadas, como escribió Anita Bookner, otra gran especialista en tratar las altas temperaturas cotidianas. Cuando las posibilidades de uno se reducen, la fantasía también se convierte en un medio de rescate.

Elizabeth Taylor es para algunos una escritora conocida precisamente por no haberlo sido demasiado. Aunque muchos de los autores que mostraron su admiración por ella llegaron a coincidir en calificarla como la mejor cronista británica de la posguerra. No envejeció significativamente, murió de un cáncer en 1975, a los sesenta y tres años. Publicó doce novelas y cuatro colecciones de relatos con los que adquirió la mayor parte de su fama, muchos publicados en la revista ‘New Yorker’. Su narrativa a menudo sigue a mujeres británicas burguesas cuyas tranquilas vidas domésticas se ven empañadas por una soledad desesperada seguida de una amarga decepción. La demencia se percibe en su obra, pero se trata de una locura encubierta por la convivencia y la rutina. Esa especie de psique atribulada que los ingleses se esfuerzan en dominar y que los autores británicos practican con frecuente fervor. Con Ivy Compton-Burnett, la lunática por excelencia de toda una generación, comparte Taylor un gusto por el diálogo que, aunque controlado, insiste en precipitarlo algunas veces hacia el absurdo. En su relato ‘Hester Lilly’ (1954) y en ‘Ángel’ (1957), subyace la espantosa oscuridad de los viejos cuentos de hadas. En ‘Una vista del puerto’, la tercera de sus doce novelas, publicada en 1947, las turbulencias provienen de una aparentemente apacible atmósfera provinciana, en el fondo monstruosa.

Leí hace años ‘Mrs Palfrey at the Claremont’ (1971) y su visión escéptica de la liberación de algunas de las reglas del viejo imperio. Última novela publicada en vida de la autora, traducida ahora al castellano por ‘Prohibido morir aquí’, fue nominada al Premio Booker, pero finalmente perdió después de que el juez invitado, Saul Bellow, se quejara de haber escuchado de manera demasiado insistente para su gusto ‘el tintineo de las tazas de té’ en las páginas del libro. Bellow desconocía, al contrario que Jane Austen, que esa práctica de la domesticidad esconde en ocasiones las verdades más terribles. Son las tazas de té, el fricasé de pollo y esas mínimas copas de jerez, ‘just a finger, please’, las que contribuyen a ejercer una crítica implacable de la Gran Bretaña posimperial, mostrando cómo se moldean las identidades en un mundo atrofiado de aislamiento y futilidad. Pero estamos, sobre todo, ante una novela imprescindible sobre la vejez, un asunto que la literatura ha preferido olvidar.

Prohibido morir aquí

Elizabeth Taylor

Traducción de Ernesto Montequín

Libros del Asteroide, 240 páginas 20,95 euros  

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