Oportunidades perdidas

El mercado laboral español presenta dos peculiaridades destacables: la primera es que soporta el índice de paro más elevado de la Unión Europea; la segunda es la escasa calidad del empleo o, lo que es casi lo mismo, su precariedad y la insuficiencia de los salarios. Históricamente, se ha achacado esta lacra al limitado rendimiento de la economía española, más ligada –tal vez– a la estructura empresarial del país que a su capital social. La falta de densidad de nuestro tejido industrial frente a la solidez del norte continental se mide no sólo en términos de empleo, sino de calidad de vida. Y a ello se añade el impacto deslocalizador de la globalización, que los nuevos empleos limpios del I+D no han contrarrestado tan fácilmente como se creía. En gran medida, el retorno de los populismos políticos se debe también a la carencia de puestos de trabajo asociados a la industria manufacturera, que garantizaban estabilidad y buenos salarios. El malestar de los ciudadanos es previo a la radicalización de la política. Al igual que el pesimismo ante el futuro.

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