Muchachito Bombo Infierno: ‘Con la música tienes que invertir en cuerdas de guitarra, pero ahorras en psicólogos’

Cuenta Jairo Perera (Santa Coloma de Gramanet, 1975) que no es un sex symbol, que ha echado un poco de barriga y que ha perdido algo de pelo, pero que aún así se siente muy en forma. No es para menos, pues a Muchachito Bombo Infierno le espera una gira con la que “pisa el acelerador” hasta septiembre (de momento). Un periplo que recorrerá con tres formaciones diferentes. “’Qué puede salir mal’ era una frase que yo le decía a la banda antes de hacer cualquier cosa, porque era el antiplan”, explica el músico catalán sobre el título de su reciente trabajo hasta el día de hoy: Qué puede salir mal (El Orfanato Eléctrico, 2023). Dice que siempre ha sido un poco inconsciente. “Que salga el sur por Antequera, ¿me entiendes? Da igual lo que pase, porque vamos a estar bien. Hay que obligarse a estarlo”, continúa.

Jairo tiene anotada una cita importante en su agenda: 24 de enero en el Teatro Circo Price de Madrid. Esa noche (dentro del Inverfest) será muy especial, asegura, porque cierra el ciclo de este disco: “Hacemos un fin de fiesta con toda la banda al completo. Y es un poco el cierre porque ya voy metiendo mi cabecita en lo siguiente. Bueno, ya llevo un ratico metido”, matiza, dando otra noticia: 2025 será el año de la reaparición del G-5, la “banda fantasma” formada por Kiko Veneno, Tomasito, Marcos del Ojo “El Canijo de Jerez”, Diego Pozo “Ratón” y el propio Muchachito. “No se puede decir que no trabajamos”, comenta Jairo con una risotada. “Estoy muy contento de poder celebrar este concierto de Muchachito Bombo Infierno en el Price, que para mí es un sitio fantástico, igual que Madrid, ciudad en la que he vivido mucho tiempo”. Jairo celebra la vida alzando su jarra de cerveza por lo bien que los perdedores habitan este mundo.

Jairo Perera, Muchachito Bombo Infierno. / CEDIDA

P. ¿Se considera una persona optimista?

R. No. Me considero vitalista. Optimista no, porque uno va viendo –y ya tiene– dos dedos de frente. Pero vitalista sí. Es una cosa que no te puede robar nadie.

P. ¿Canta entonces por una cuestión anímica?

R. Sí. Y creo que empecé por eso, por las ganas de conocer el mundo y por la sensación que me daba tocando con mis amigos. Ha sido de las cosas que más he disfrutado en esta vida. También me ha hecho conocer gente, la forma de vida que llevo… Se convirtió en mi religión, me debo un poco a ello; me obliga un poquito a estar en el deber de no conformarme con lo que tengo, con las piezas musicales, con lo que quiero decir. Es una terapia muy importante y una exposición bestia, porque te estás exponiendo, ya sea una fantasía o sea tu vida, pero estás exponiéndote. Yo, por ese lado, con el rollo del clown, también lo tengo fácil; me gusta hacer reír, aunque las canciones mías que más le gustan a la gente son las más trágicas.

P. Kiko Veneno me dijo una vez que, por definición, la música no puede cambiar el mundo pero hace que el mundo sea soportable. ¿Está de acuerdo?

R. Con Kiko estoy de acuerdo hasta en lo que no entiendo, tío. A veces me habla y tardo tres días en entenderlo. Es un sabio con una filosofía muy inteligente y con esa ternura que tiene… Ponernos a pensar en cambiar el mundo es una cosa bastante infantil por desgracia. Ojalá las canciones cambien el mundo, pero sí es verdad que hacen la vida más llevadera, como el cariño, un beso, una caricia…

Ponernos a pensar en cambiar el mundo es una cosa bastante infantil, por desgracia’

P. Pienso en la canción ‘El club del paro’ por lo que representa, por los bares, pero sobre todo por la frase “a esta parroquia yo me vine a bautizar”, y hablando de religiones…

R. Es que el campo de los perdedores es muy poderoso. Es una victoria absoluta porque ya no hay nada que ganar. A veces hay más santos en los bares, héroes sin capa, gente que da la vida. Eso a mí me da mucha fuerza, tío. Estoy en el equipo perdedor, pero es mi equipo, y de aquí formo parte hasta el final. Se gana muchas veces por picardía.

P. Es un tema, ‘El club del paro’, que se publicó en 2021.

R. Sí. Me ayudó mucho David Marqués, director de la película (El club del paro). Yo no le podía hacer esta canción porque no he parado en mi vida, tampoco en la pandemia. No sabía cómo explicarla, no la podía hacer bien, pero David me dijo: “Mira, Jairo, tú puedes, porque estos son cinco amigos que se juntan en un bar. Están todos en la ruina, pero cuando se juntan intentan arreglar el mundo y se quieren un montón. Cada uno es de su padre y de su madre, y si los coges por separado no hay por dónde juntarlos”. Entonces me transportó a mi Santa Coloma, donde tengo a mi gente, a mis amigos de toda la vida. Y, hostias, es que somos nosotros, tío. Me había leído el guion, aunque no había visto ninguna imagen, pero coincidió todo. Hablar, juntarnos, expresarnos y sobre todo compartir, es un poder para nosotros. El campo de los bares está lleno de perdedores que para mí son superhéroes.

P. El protagonista de El bailarín nocturno sale de noche solo por los bares y se pierde. ¿Es otro perdedor?

R. Sí. Es el que de repente está más desubicado que nadie, no sabe dónde ir y no tiene un grupo de amigos y tampoco alguien que le espere en casa. Es otro perdedor. Qué puede salir mal está lleno de historias de perder todo el rato. Por eso da una sensación alegre al final porque, como te digo, una vez perdido todo, ya no hay nada que ganar. Cuando hicimos el vídeo, vino nuestro amigo David Fernández y le dejamos hacer lo que le diera la gana. Va molestando realmente a la gente. No es el tío que llega y triunfa, sino que se sienta y las chicas se van, o se gira y le tira una copa a otro. Cae de buen rollo, pero le miran y se preguntan de dónde ha salido ese gilipollas. Está lloviendo, no sabe dónde ir, dónde meterse.

La música es un primer lenguaje, el primer idioma de todos. En Jerez, los niños y las niñas todavía no se han quitado el chupete y ya saben entrar a la bulería, saben salir, saben cuál es el cierre… ‘

P. Las historias, Jairo, ¿mejor cantadas que contadas?

R. Sí. A veces se pueden explicar mejor, porque son la síntesis de la situación. Fíjate en la gente que tartamudea cuando habla pero no cuando canta. La música es un primer lenguaje, el primer idioma de todos. En Jerez, los niños y las niñas todavía no se han quitado el chupete y ya saben entrar a la bulería, saben salir, saben cuál es el cierre, cuál es la reacción que va a tener la familia… Y todavía no saben hablar. La música yo creo que es un antídoto para la vida brutal. Con la música tienes que invertir en cuerdas de guitarra, pero ahorras en psicólogos.

P. “Una obsesión de nuestros tiempos es buscar modos de hacer, pero no hacer del todo: comer sin grasa, beber sin azúcar, follar sin carne y fumar sin tabaco. La cobardía triunfa”. ¿Está de acuerdo con el escritor y periodista argentino Martín Caparrós?

R. Sí, porque nos metemos en jardines para después cortar las flores. Si todos estuviéramos un poco más centrados en cómo somos y lo que realmente necesitamos, no tendríamos tanto despunte.

P. Gato Pérez decía: “Sóc un argentí, sóc un fill de puta”. ¿Qué es usted?

R. El Gato es muy importante en este disco (hacemos Gitanitos y morenos). Hay muchas cosas que no se le han atribuido a Gato Pérez, pero vinieron de él. Yo me siento muy cercano a él porque soy payo y me he criado en un patriarcado. Gato es de esas personas que no todo el mundo conoce, que no tiene –para mí– la valoración que merece el personaje, ni sus líricas, ni las cosas como las contaba. Hay muchas cosas que no se le atribuyen y se pasan de largo, y hay gente que lo desconoce, igual que al rockero Silvio Fernández, que hasta tiene su propia calle en Sevilla, pero en la península no se le conoce. Hablas de Silvio y se van a Cuba. Son personajes a reivindicar. Aunque estén muy en un segundo plano a veces, son muy poderosos y muy necesarios. Lo que llegó a aportar el Gato a esta ciudad, a Barcelona, es muy grande.

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