En la entrevista que Darryl Pinckney le hizo a Elizabeth Hardwick para The Paris Review en su casa de Manhattan en la primavera de 1985, la autora de Noches insomnes dijo algo básico sobre la literatura, quizás lo más importante de ese arte que nos mueve, y conmueve: ‘El mayor don es la pasión por la lectura. Es barata, consuela, distrae, emociona, aporta conocimiento sobre el mundo y experiencias de gran alcance. Es una iluminación moral’. Y es eso, precisamente, ese gozo, la emoción desbordada en cada línea, lo que sientes al leer a Lucia Berlin (1936-2004), sobre todo la primera vez que te acercas a ella, a sus cuentos, a esas historias que son pura vida, porque de ella salían, y no de una cualquiera, sino la de la propia autora.
Sólo eso puedes experimentar al llegar a frases únicas, afiladas, sencillas en teoría, pues únicamente el que lo consigue sabe lo difícil que es alcanzar la sencillez narrativa, como estas: ‘Hay ciertas cosas de las que la gente nunca habla. No me refiero a las cosas difíciles, como el amor, sino a las más bochornosas, como por ejemplo que los funerales a veces son divertidos o que es emocionante ver arder un edificio’. O estas: ‘(…) solían dormir en hamacas en el salón, o fuera junto al estramonio. El estramonio que estaba en una plétora de flores blancas pesadas que colgaban toscamente hasta que por la noche la luz de la luna o de las estrellas les daba a los pétalos un fulgor plateado opalescente y el aroma embriagador inundaba la casa, hasta la laguna’.
Son fragmentos extraídos de dos relatos de Una noche en el paraíso (2018), volumen preparado por su hijo Mark (tuvo cuatro, y tres maridos) para los lectores españoles a raíz del éxito de Manual para mujeres de la limpieza (2015). Ese libro, con el que Berlin fue descubierta por el gran público, convirtiéndose en uno de los mayores fenómenos literarios de las últimas décadas, se publicó diez años después de su muerte gracias al empeño de un puñado de amigos, también escritores, especialmente de Stephen Emerson, quien en la introducción describe así su escritura: «tiene nervio. Cuando pienso en ella, a veces imagino a un maestro de la percusión tras una batería enorme, tocando con ambas manos indistintamente una serie de tambores, tom-toms y platillos, mientras controla los pedales con los dos pies. No es que su obra sea percusiva, es solo que pasan muchas cosas a la vez. La prosa se abre camino a zarpazos en el papel. Desborda vitalidad. Revela».
Milagro literario
Fue Emerson, en parte, el responsable de que se obrara el milagro literario. Es decir, que una escritora que en vida había publicado 76 cuentos y seis colecciones de relatos, algunos valorados por la crítica pero la mayoría sin éxito, llegara a la lista de best seller del New York Times con un libro póstumo, uno de los diez mejores de 2015 para ese diario neoyorquino, que contaba con un excepcional prólogo de Lydia Davis. Gracias a Emerson, Manual para mujeres de la limpieza llegó a manos de la agente Katherine Fausset y ella, a su vez, se lo envió a Emily Bell, una joven editora de Farrar, Straus & Giroux, una de las editoriales más importantes de Estados Unidos.
Lucia Berlin, con uno de sus hijos. / EPE
‘A primera vista, parecía poco apetecible: una colección de cuentos póstumos de una escritora poco conocida’, reconoce Bell en Descubriendo el mundo de Lucia Berlin, una pieza escrita para la web de Farrar con motivo de la publicación de Una noche en el paraíso. En ese artículo, la editora explica cómo se fraguó su conexión, literaria y emocional, con Berlin, que trabajaba en el hospital en el que Bell nació, en Berkeley (California), el año en que nació, y muchos de cuyos relatos se desarrollan en El Paso (Texas), lugar de procedencia de su familia materna: ‘Al leer sus cuentos, tienes la sensación de estar descubriendo algo y a alguien nuevo, y sin embargo, de alguna manera, ya la conocía, a ella, desde siempre. Te atrae con familiaridad, luego te hace girar y te golpea. En mi trabajo, y en mi vida, me conmueve y motiva el desafío de mantener a la vez dos fuerzas aparentemente opuestas. Una y otra vez, la obra de Lucia encarna ese mismo concepto: elegante y obscena; crítica y generosa; madre y artista’. Y remata: ‘Sé que no soy la única que siente una conexión cósmica con la vida y la obra de Lucia Berlin. Sin embargo, la protejo. De la misma manera que imagino que Lucia protegía sus propios instintos, sus convicciones’.
Una y otra vez, la obra de Lucia encarna ese mismo concepto: elegante y obscena; crítica y generosa; madre y artista
Ese instinto, de editora, demostró María Fasce, responsable de la publicación de la obra de Berlin en español. Fue hace doce años, pero lo recuerda con la intensidad de algo sucedido ayer mismo. Le había llegado el manuscrito, en Word, sin editar, de Manual para mujeres de la limpieza a través de Mónica Martín, subagente de Farrar Strauss & Giroux. ‘Era el viernes previo a un fin de semana lluvioso en el que no hice mucho más que leer, sin aliento, esos cuentos. Como lectora, me emocioné hasta las lágrimas y también me reí, a veces en la misma página; como editora me dije que por hallazgos como ese creía que mi profesión era la mejor del mundo, y que qué suerte que nadie antes la hubiera descubierto y publicado; como escritora [Fasce es también autora, ganadora del último Premio de Novela Café Gijón], envidia y admiración, lápiz en mano subrayé frases y estudié sus cuentos como el aprendiz de mago que mira cada gesto para entender en qué consiste el maravilloso truco de magia’.
Éxito póstumo
Curiosamente, Berlin, traducida ya a decenas de idiomas, logró, en un principio, el mayor éxito, las mejores ventas, en España y en Latinoamérica, una circunstancia que Fasce analiza así: ‘Se han vendido, al menos en los primeros años, más ejemplares en español que incluso en Estados Unidos. En Francia no ha interesado particularmente; tampoco en Italia, quizás porque el editor tuvo la mala idea de titular el libro La mujer que escribía cuentos… Berlin habla de los temas que nos interesan: la pareja, el amor, la maternidad, la adicción (al alcohol, a las drogas, al amor), las relaciones familiares, la amistad. Es una autora que no apela al intelectualismo, que admiraba, antes de que fuera famoso, a un escritor como Murakami; que describe a un fontanero con la voz de Harvey Keitel. La sentimos brillante y contemporánea, cercana, aunque su muerte la haya alejado’.
Berlin habla de los temas que nos interesan: la pareja, el amor, la maternidad, la adicción (al alcohol, a las drogas, al amor), las relaciones familiares, la amistad. Es una autora que no apela al intelectualismo
Esa muerte, víctima del cáncer, a los 68 años, el mismo día que los cumplía, 12 de noviembre de 2004, una coincidencia tan paradójica como la vida, compartida por Shakespeare, privó a Berlin de conocer un éxito que, según Fasce, ‘la habría hecho muy feliz, porque la literatura era su pasión, la que de algún modo la salvó de los desastres de su vida -maridos adictos, alcoholismo, pobreza-. Sus hijos la recuerdan escribiendo siempre. No era alguien que pudiera pecar de falsa modestia o de pedantería. Me habría encantado que supiera que sus cuentos tenían muchos lectores en los países donde vivió, y que recreó en sus cuentos, como Chile y México, y España’.
Sus historias, sus relatos, no alcanzaron resonancia cuando ella los escribió, y publicó, pero sí años después, algo que Fasce valora así: ‘En distintas épocas de la historia ha habido grandes obras que se adelantaron en espíritu a momentos que vendrían. El rescate de Berlin llegó en el momento en que se encubaba el #MeToo, un momento muy especial del feminismo y de la sensibilidad hacia la intimidad de las mujeres. Confesó que escribía sobre su vida, no hablábamos aún de autoficción, pero su obra lo era, de una forma más sofisticada y esquiva quizá que la de Annie Ernaux, cuyo reconocimiento y Nobel llegaría después. De algún modo, la estábamos esperando, sin saberlo’.
La redención, en su obra
Una espera que se vio más que recompensada por las características de su obra: ‘Ella lo cifra mejor que nadie: ‘Puedo escribir las cosas más terribles con tal de hacerlas divertidas’. La ternura, la redención, la ironía siempre dulce, lo inesperado en la trama pero también en el estilo, en eso se parece incluso al García Márquez cuentista-. La sensación tan poderosa de verdad y de vida que hace que muchos lectores accidentales, que nunca han leído, se fascinen con sus cuentos y, sin entender el género, piensan que están leyendo una autobiografía’.
Utilizaba la literatura para decirse cosas. Y se las decía a la vez que se colocaba en el mundo. En el mundo que le había tocado vivir, pero de la forma en que ella quería estar en él
Durante la promoción de Manual para mujeres de la limpieza en España, Fasce visitó varias ciudades. En una de las presentaciones, después de que la editora leyera el cuento que da título al libro, un hombre se levantó y dijo: ‘No entiendo qué le ven; simplemente describe lo que ve’. Y esa es, a juicio de Fasce, la magia de Lucia Berlin: ‘No hay nada más difícil que esa aparente sencillez. Esa sencillez unida a la emoción te traspasa el alma’.
Es contagiosa, esa sensación, la de verte atrapada por sus relatos. Nos ha pasado a todas. También a la escritora Laura Fernández, quien confiesa que, para ella, ‘descubrir a Lucia Berlin fue como descubrir a una especie de alma gemela. Utilizaba la literatura para decirse cosas. Y se las decía a la vez que se colocaba en el mundo que le había tocado vivir, pero de la forma en que ella quería estar en él’. La autora de La señora Potter no es exactamente Santa Claus cree que ‘hay algo de automitificación en la prosa de Lucia Berlin, y una luminosidad incandescente, que siempre me fascinarán. Vivía para el momento, y hacía con el momento, arte, elevando la sola idea de estar viva a eso que le corresponde, y que a veces, no resulta evidente: el milagro. Un milagro por momentos insoportable, maldito, pero milagro al fin y al cabo. Quizá por eso cada una de sus frases sigue estando viva, y la mantendrán con vida, y entre nosotros, así, del otro lado, para siempre’.
Sus cuentos son extraordinarios. Profundos, conmovedores, escritos con la sencillez difícil de todo lo verdaderamente grande
Un sentimiento que comparte la autora chilena María José Navia, que leyó por primera vez a Lucia Berlin cuando vivía en Estados Unidos, durante su doctorado, en 2015. ‘Es de esas autoras que dedicaron su vida al género breve, entendiendo que en breves relatos se puede conjurar el mundo entero. Sus cuentos son extraordinarios. Profundos, conmovedores, escritos con la sencillez difícil de todo lo verdaderamente grande. Siempre estoy volviendo a ellos (hay más para aprender leyendo atentamente uno solo de ellos, y de otras grandes cuentistas estadounidenses como Joy Williams, Deborah Eisenberg, Grace Paley, que en cualquier taller literario) para así abrirlos como un reloj y, contemplando maravillada el movimiento de sus engranajes, deslumbrarme frente a la maravilla de la escritura sin nunca -menos mal- desvelar del todo el truco de tan poderosa magia. Leerla es celebrarla’.
Una vida de novela
Tendemos a la mitificación, en la literatura. Igual que confundimos, por momentos, la vida y la obra de nuestros autores favoritos. Lo hacemos, es inevitable. Aunque, en el caso de Lucia (pronunciado, para los que duden, Lu-sía) Berlin, sus circunstancias personales darían para una novela en la que tragedia y aventura serían los principales pilares de la trama, escrita por ella misma, claro. ‘He vivido en tantos sitios que es de risa… y como me he movido tanto, el apego a un lugar es muy, muy importante para mí. Siempre estoy buscando… buscando sentirme en casa’, dijo en una entrevista en 2003.
Berlin nació en Alaska y pasó parte de su infancia en Chile, en cuya capital el príncipe Alí Khan, exmarido de Rita Hayworth, le dio fuego a su primer cigarrillo. Hija de un minero, con su familia también recaló en Montana, Idaho, Arizona y Texas. Vivió en Nuevo México (allí, en la universidad, fue alumna de Ramón J. Sender), México, Nueva York, y en la bahía de San Francisco.
A lo largo de su vida, tuvo muchos y muy diferentes trabajos, administrativa, mujer de la limpieza, jardinera, profesora, lidió con la adicción al alcohol (estuvo sobria los 20 últimos años, facturando sus mejores cuentos), se casó tres veces, tuvo cuatro hijos y escribió (debutó a los 24 años en el diario de Saul Bellow, The Noble Savage), escribió y escribió, de manera compulsiva, de noche, mientras escuchaba música. ‘Para mí la escritura es un acto no verbal, el placer del proceso ocurre en ese lugar que Charlie Parker denominaba ‘el silencio entre las notas’. A menudo mis relatos son como poemas o diapositivas que ilustran un sentimiento, una epifanía, el ritmo de una época o una ciudad’, cuenta en uno de los textos autobiográficos de Bienvenida a casa (2019).
En el prólogo de Una noche en el paraíso, su hijo Mark recuerda ‘aquella vez que recogió a Smokey Robinson en la Avenida Central de Albuquerque, y lo llevó fumando un canuto al concierto que daba en el Tiki-Kai Lounge’ o ‘cuando se bañó desnuda en Oaxaca con un amigo pintor después de tomar setas. Fliparon al salir del agua, verdes de los pies a la cabeza por el cobre del arroyo’.
‘No sé por qué mi nombre aparece en algunas historias y en otras no’, dijo, en otra entrevista, en 1996. ‘Ahora que lo pienso, no sé por qué no aparece mi nombre en todas. No puedo imaginar qué efecto tiene esto en los lectores… Espero que sientan que la historia es verdadera’. Lo sentimos, bendita verdad.