La furia contra Alfonso XIII que le costó el Nobel a Blasco Ibáñez

En 1924 Vicente Blasco Ibáñez -de cuya muerte se cumplieron este martes 97 años- irrumpía en París tras concluir un largo viaje por varios continentes que reflejaría en La vuelta al mundo de un novelista. Allí, en la capital francesa, Blasco se encontró con Miguel de Unamuno, Eduardo Ortega y Gasset (hermano del filósofo), Carlos Esplá y otros intelectuales españoles que se habían exiliado tras la proclamación de la dictadura de Miguel Primo de Rivera con apoyo del rey Alfonso XIII.

A diferencia de ellos, el autor de Cañas y barro no había tenido que huir del país -su residencia en Francia o sus viajes constantes por Europa y Estados Unidos son el reflejo de popularidad universal como escritor-, pero el contacto con la materia gris antimonárquica de la época despertó en él el adormilado espíritu republicano del que había hecho gala con vehemencia durante su juventud. De ese reencuentro de Blasco con su pasado militante nacieron una serie de panfletos o libelos cuya publicación cumple ahora cien años: Una nación secuestrada (el terror militarista en España), Por España y contra el Rey (Alfonso XIII desenmascarado) y Lo que será la República Española (Al país y al ejército).

Alcohólico y prostibulario

La repercusión de aquellos escritos fue tremenda y en medio mundo se leyó sobre las tácticas “alcohólicas y prostibularias” de Primo de Rivera o de los sobornos impuestos por un monarca “que está a sueldo de la casa Krupp y de todas las casas alemanas que quieran darle una propina”. Un rey, bisabuelo del actual monarca Felipe VI, al que el escritor valenciano pedía procesar por los “veinticinco mil cadáveres de españoles, cuyos huesos blanquean sobre la tierra de África”.

“Cabe recordar que en ese momento estaba en el punto álgido de su éxito literario”, subraya el secretario de la Fundación Blasco Ibáñez, Ángel López. Efectivamente, tras publicar en 1916 Los cuatro jinetes del apocalipsis y que su traducción al inglés llegase a Estados Unidos en 1918, la fama del escritor empieza a crecer de forma exponencial. Cuando esa novela se convierte en película protagonizada por Rodolfo Valentino, Blasco ya es una celebridad internacional reconocida incluso en su propio país, donde pasa de ser considerado un levantisco autor de novelas costumbrista a un firme candidato a miembro de la Real Academia de la Lengua.

“Blasco en aquel momento tenía todo que ganar, incluso cuando en 1924 se están haciendo gestiones en la RAE, ya está preparada su nominación para el Premio Nobel de Literatura por iniciativa de sus traductores suecos”, revela Ángel López. “Una cosa sería previa a la otra y prácticamente estaba hecho. Pero en alguna de esas cartas el presidente de la Academia le dice que sólo tenía que cumplir una condición para lograrlo: que no se metiera en política”.

‘Voy a hacer lo que debo hacer’

Pero a Blasco le pudo más el corazón que el cerebro y, pese a ser consciente de lo que se jugaba, decidió meterse en política. “Era un enamorado de la República que estaba viendo como la dictadura de Primo de Rivera no hacía otra cosa que apuntalar a Alfonso XIII. Haciendo caso omiso incluso a su familia, le dice en una carta al presidente de la Academia ‘te agradezco mucho tus gestiones, pero yo voy a hacer lo que debo hacer’”, explica López.

Y Blasco se toma lo que debe hacer con el mismo ímpetu y entrega con el que se tomó el periodismo, la literatura o la fallida aventura de fundar una nueva València en Argentina. “Se involucra completamente -señala el secretario de la fundación Blasco Ibáñez-. A nivel económico, porque realmente es el que soporta los gastos de la campaña del exilio contra la dictadura, y a nivel intelectual, poniendo en marcha el periódico España con honra y publicando en varios idiomas los tres folletos contra el rey”.

Porque, sobre todo, el gran aporte de Blasco a la causa republicana es su prestigio internacional y eso es lo que más temía el gobierno de Primo de Rivera. “A partir de ese momento, la dictadura considera a Blasco persona no grata -señala López-. En octubre de 1924, el Ayuntamiento de València le retira la plaza que le había dedicado apenas tres años antes. Además, el gobierno español pide al francés su deportación para juzgarlo por incitar a la rebelión, algo que afortunadamente los franceses no aceptan. Y, por supuesto, retiran su candidatura a la RAE y, con ella, cualquier posibilidad de optar al Nobel, ya que no contaba con el apoyo de su país”. El día de Navidad de 1924, el general Aguilera le enviaba sus padrinos para que aceptase batirse en duelo con él, a lo que Blasco respondió que solo se batiría con el único afectado, el propio Rey.

Publicidad del panfleto 'Una nación secuestrada'. / Fundación Blasco Ibáñez

Una aventura de espías

Nada de eso detiene el ímpetu antimonárquico del novelista que, además de pluma, dinero y prestigio, pone también a trabajar su astucia y espíritu aventurero para derrocar a Alfonso XIII. “Inicia una campaña muy curiosa de desinformación, diciendo que ha comprado dos aviones que van a venir a España a traer los folletos que ha escrito en Francia -explica el experto-. Mientras el Gobierno pone a la Guardia Civil a vigilar todos los aeródromos en los que podrían aterrizar, Blasco envía al puerto de Alicante un barco cargado de toneles de vino en los que realmente están escondidos los panfletos”.

Como si de una película de espías se tratara, esta aventura está a punto de dar un giro fatal cuando en plena descarga en el puerto uno de los toneles cae y su contenido clandestino queda desparramado por el suelo. “Pero cuando los trabajadores vieron que eran unos folletos contra el rey firmados por Blasco, corrieron a recogerlos y esconderlos y nadie nunca se enteró de que habían entrado a España por ahí”.

Pero aquella campaña fue perdiendo fuelle conforme los exiliados se cansaban de su situación, y Blasco de destinar a ella toda su fortuna. Cuando el escritor muere el 28 de enero de 1928 la dictadura sigue en pie y Alfonso XIII en el trono. La victoria tardía del valenciano llegará en 1931 cuando se proclame por fin la II República y muchos salgan a la calle a celebrarlo con un retrato del escritor, cuyos restos regresarán a València en loor de multitudes un 29 de octubre de 1933.  

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