Ella no lo sabe, pero Isabel Allende (Lima, Perú, 1942) me salvó. No lo sabe porque yo, por rubor, contener el mío, evitar el suyo, no se lo he dicho en las ocasiones, varias, en las que hemos charlado. La última a través de una pantalla, pues ella está en San Francisco, la ciudad estadounidense en la que lleva décadas viviendo, y yo a este lado de ese charco que, en lo narrativo, tanto nos hermana.
Me salvó, digo, lo escribo, gracias a un libro, claro. Leí Paula, la obra que tituló con el nombre de su hija, de la que se despidió, en el plano terrenal, en esas páginas, en un momento de crisis profunda, en medio de la oscuridad, el duelo. Su lectura iluminó aquellos días míos y los de lectores de todo el mundo, hasta hoy mismo, 31 años después de su publicación.
Ese dulce recuerdo me acompaña siempre que conversamos. También ahora, una semana antes de que visite España para presentar su nueva novela, Mi nombre es Emilia del Valle (Plaza & Janés), en librerías el 20 de mayo. Aunque sigo guardando mi secreto.
Sí le confieso que esta historia me ha devuelto al universo de La casa de los espíritus, de Hija de la fortunay de Retrato en sepia, a esa familia Del Valle de la que Emilia, como su creadora, forma parte. Vida y literatura enfrentadas, mezcladas de nuevo, en esta ocasión a finales del siglo XIX, en la guerra civil que rompió en dos Chile, el país del que Allende tuvo que salir exiliada tras el golpe de Estado de Augusto Pinochet, al que ha vuelto, una vez más, para contarlo.
Este es su libro número 28, si las cuentas no me fallan. ¿Qué siente al mirar atrás? ¿Se reconoce en la Isabel Allende que escribió La casa de los espíritus o De amor y de sombra?
Mira, yo creo que la literatura ha cambiado, el mundo ha cambiado también, los lectores son mucho más impacientes. El tipo de libro que es La casa de los espíritus, muy barroco, muy abundante, ya como que no sirve, la gente no está acostumbrada ya a eso, sobre todo los jóvenes. Pero, además, yo vivo en inglés, entonces estoy influenciada por el hecho de que el idioma inglés es mucho más preciso, más directo que el español. En ese sentido, yo creo que mi manera de escribir es mucho más directa ahora.
Mi nombre es Emilia del Valle confirma su empeño por retratar el pasado y el presente de América Latina. ¿Cómo ha cambiado el continente desde que empezó a escribir?
Cuando yo salí de Chile en los años 70, y mientras estuve en Venezuela, casi la mitad del continente latinoamericano vivía bajo una dictadura o un gobierno autoritario. La intervención de los Estados Unidos fue muy negativa, porque promocionaron y apoyaron los peores gobiernos, las peores dictaduras. Eso ha cambiado y ahora hay democracias en casi todos los países. Ahora se está volviendo mucho hacia la derecha, pero hay más estabilidad, tenemos otros problemas, los narcotraficantes, el crimen urbano, el femicidio, pero políticamente hay mucha más estabilidad que en los 80.
Con 17 años, Emilia vende, con bastante éxito, novelas de aventuras a 10 centavos firmadas con el seudónimo de Brandon J. Price, y con 23 logra ser columnista del Daily Examiner para, tiempo después, ser enviada a cubrir la guerra civil en Chile. No le voy a preguntar si es su alter ego, pero sí hay en ella muchas huellas de su vida. Realidad y ficción, siempre hibridadas.
Cierto, pero yo creo que eso le pasa a cualquier autor. ¿Cuál es nuestra materia prima? La memoria, las propias experiencias, las cosas que nos importan, la gente que conocemos. Ese es el material con que vamos a trabajar. Entonces, no es raro que entre líneas siempre aparezca el autor.
El poder y sus desmanes, la violencia institucional, vuelven a estar presentes en su narrativa. ¿Es la literatura la mejor herramienta de denuncia, el arma más eficaz?
Yo creo que no, porque poca gente lee y, de esa gente que lee, ¿cuánta lee tu libro? El impacto que tiene es a largo plazo y yo creo que es muy pequeño. Salvo algunos libros excepcionales, como fue La cabaña del tío Tom, que sale en un momento histórico preciso y toca el alma de la gente. Hizo más por el movimiento abolicionista que todas las organizaciones que habían existido hasta entonces. Pero eso ocurre muy rara vez. Ahora lo que impacta la opinión pública, lo que puede producir cambio, es la prensa. Por eso lo primero que un gobierno autoritario ataca y controla y censura es la prensa, y a los artistas, que son los que también pueden representar a la opinión pública o influirla.
Ahora lo que impacta la opinión pública, lo que puede producir cambio, es la prensa. Por eso lo primero que un gobierno autoritario ataca y controla y censura es la prensa
Su obra está marcada por la denuncia y el activismo en favor de los desheredados y las mujeres que sufren ataques del patriarcado. Todo ese activismo se antoja ahora más necesario que nunca en EEUU.
Cuando yo escribo una novela, no trato de dar un mensaje, no estoy predicando nada. Lo que yo soy sale entre líneas, lo que yo pienso, pero mi activismo está todo enfocado en mi vida pública, en la no ficción que escribo y a través de mi fundación.
Precisamente, a través de su fundación busca garantizar los derechos reproductivos de mujeres y niñas en situación de vulnerabilidad, su independencia económica. ¿Le preocupa la pérdida de derechos en pleno siglo XXI?
Mucho, mucho me preocupa. Lo que yo digo respecto al feminismo es que hemos obtenido mucho desde que yo era joven, pero nos falta todavía mucho más para reemplazar el patriarcado. Y si no estamos atentas, unidas, informadas, alertas, podemos perder los derechos en 24 horas. Mira lo que pasa en Afganistán, se instala el talibán y en 24 horas las mujeres pierden todo lo adquirido en 20 años, la profesión, la libertad, la comunicación, todo. Y en Estados Unidos lo que ha pasado con los derechos reproductivos es pavoroso, es una vuelta atrás tremenda, volvemos a los años 50.
Lo que sucedió con el presidente Balmaceda a finales del XIX, lo que cuenta en la novela, resuena en lo que pasó en 1973 con Allende. Ambos se quitaron la vida, Balmaceda tras ser depuesto y Allende durante el golpe de Pinochet. ¿La Historia se repite siempre?
No se repite igual, pero los ciclos como que se repiten. La humanidad evoluciona, progresa, pero como en una espiral. Parece que volviéramos a repetir las mismas cosas, pero siempre algo se aprende en cada ciclo. Fíjate que cuando yo nací, Inés, en el año 42, fue la mitad de la Segunda Guerra Mundial, la mitad del Holocausto, las bombas atómicas, 50 millones de refugiados nada más que en Europa, no existían las Naciones Unidas, no existían los derechos del hombre, no existían el feminismo como organización. Todo eso vino después de que yo nací y fue como consecuencia de ese terrible tiempo que fueron la Primera y la Segunda Guerra Mundial.
Isabel Allende, fotografiada en su casa de San Francisco (EEUU). / Lori Barra
Emilia no sólo va a Chile a cubrir la guerra como periodista, también acude para encontrar sus raíces. «La herencia de mi padre no es un terreno de 50 hectáreas, son mis raíces», dice. ¿Qué hay de las suyas? Porque siendo muy joven tuvo que echarlas de nuevo. ¿Cómo condiciona la vida el ser expatriado?
Mira, yo soy siempre extranjera, siempre estoy de visita en todas partes, incluso en Chile. Porque yo vuelvo a Chile y no es el país que yo recuerdo, el país que yo dejé. Imagínate, ha pasado medio siglo, es otro país completamente. Esta idea romántica que yo tengo es el Chile de la infancia, que además era terrible, no era ninguna maravilla Chile cuando yo era chica. Pero hay algo en el paisaje del sur que no sé, lo llevo como en la sangre y vuelve en todos mis libros, en este también.
Y usted, siendo «siempre extranjera», ¿qué piensa de la situación de los inmigrantes en EEUU, amenazados por Donald Trump?
Mira, es de una crueldad innecesaria, es terrible. En las universidades sacan estudiantes de las clases y los deportan. Están deportando a los padres a distintos países, las cosas que pasan son increíbles. Es muy duro, y nunca había pasado en Estados Unidos así, nunca, y yo llevo aquí 40 años.
Lo que está pasando con los inmigrantes en EEUU es de una crueldad innecesaria, es terrible. Es muy duro, y nunca había pasado en este país así, nunca, y yo llevo aquí 40 años
Papo, el padrastro de Emilia, es un personaje que me encanta.
Es un homenaje a mi padrastro, el tío Ramón, es mi padrastro.
Fíjese que lo intuía. Él le dice a Emilia: ‘Acuérdate, princesa, que deberás hacer el doble de esfuerzo que cualquier hombre para obtener la mitad de reconocimiento’. Supongo que usted, siendo mujer y, además, escritora, habrá tenido que enfrentarse a esa realidad.
Claro, pero eso me lo dijo Carmen Balcells con el primer libro. Me dijo eso, y me dijo: tú no eres escritora, tú has escrito un buen libro, cualquier persona puede escribir un buen primer libro, pero el escritor se prueba en el segundo libro y en los que vienen. Y tenía toda la razón porque este oficio requiere constancia y disciplina, no es un hobby, no es un pasatiempo, te tienes que dedicar realmente.
Cuando murió Balcells, ¿se sintió huérfana, de alguna manera?
Sí, pero mira, Luis Miguel Palomares mantiene la agencia y lo ha hecho muy bien, ha seguido con la tradición y el legado de su madre.
He mencionado la orfandad, pero me gustaría que habláramos de la palabra huérfila, que, aunque no está en el Diccionario, describe a la madre que pierde a su hija.
Nunca la había oído, pero es una palabra maravillosa. Es una cosa muy extraña, porque Paula murió hace más de 30 años y la tengo conmigo permanentemente. Mira, aquí está [se levanta y muestra una foto de su hija]. La tengo a ella y a mi mamá donde me lavo los dientes en la mañana y en la noche. Entonces, lo primero que hago al levantarme es decir buenos días, mamá, buenos días, Paula. Y en la noche, buenas noches, mamá, buenas noches, Paula. Las tengo presentes todo el tiempo. Las tengo vivas conmigo.
Isabel Allende, retratada con uno de sus perros. / Lori Barra
De hecho, para escribir su próximo libro se está apoyando en las cartas que, desde los 16 años, le enviaba a diario a su madre. Le he escuchado decir que en esas cartas se decían cosas que luego, cuando estaban juntas, no se decían. Qué cosa, la intimidad de la escritura…
Y además la escritura tiene un ritmo pausado, tienes tiempo para pensar lo que vas a decir. La palabra dicha se pierde, se va.
En Chile, Emilia acaba descubriendo su identidad. Y eso me lleva a preguntarla si escribiendo Isabel Allende averiguó, precisamente, quién era, iluminó su destino.
La literatura me ha definido. Mira, en una carta Paula me dice: Mamá, a ti te definió el trabajo. Y yo le contesto y le digo: No, Paula, no fue el trabajo, fue la escritura. Palabra a palabra, libro a libro, voy entendiendo el mundo, contestando las preguntas que me hago constantemente y averiguando quién soy yo también. Porque soy yo quien escribe y soy yo cada uno de los personajes. Entonces, me ha servido para aceptar muchas cosas, para entender todo el proceso de la enfermedad de Paula y la muerte de Paula… Fue una larga noche, Inés, en que no había diferencia entre un día y otro, eran todos los días iguales y todos los días horribles y todos los días negros [se emociona]. Y cuando ella se murió yo no sabía lo que había pasado, la verdad. Y mi mamá me devolvió 160 cartas que yo le escribí ese año y me dijo: Léelas, están en orden cronológico, para que veas que la única salida de Paula era la muerte. Yo las leí y a partir de eso escribí el libro [Paula]. En ese proceso de escribir fui entendiendo lo que había pasado y sobreponiéndome también a la rabia que tenía contra la gente que, por un descuido, por negligencia, permitieron que pasara una cosa como esa, porque llegué a la conclusión de que no hubo mala voluntad.
Ha sido el fundamento de mi vida, amar tanto, amar tanto, y fíjate que uno no recuerda tanto el amor recibido, lo que uno recuerda es el amor dado
Para terminar, historia, memoria, exilio y amor son temas que, de un modo u otro, se repiten en su obra, en todos sus libros. ¿Son esos también los pilares de su vida?
Yo diría que el pilar de mi vida es el amor. Pero no es sólo el amor de pareja, Inés, o el amor por mi hijo y Paula. Es el amor por ciertas causas, también por los animales, por supuesto por mis padres, el amor por la tierra, por el paisaje… Lo que me ha definido en la vida es que he ido por la vida con el corazón abierto. Por supuesto que he sufrido, porque si andas así en pelota te caen pedradas. Pero ha sido el fundamento de mi vida, amar tanto, amar tanto, y fíjate que uno no recuerda tanto el amor recibido, lo que uno recuerda es el amor dado.
Pero para poder querer bien hay que dejarse querer.
Yo no soy muy buena para eso [ríe], tal vez porque vengo de una familia en la que no había afecto físico y no había halago tampoco. Era la escuela dura de la vida, que me ha servido enormemente, porque ando por la vida superfuerte porque tuve esa infancia. Pero eso también me hizo muy protegida o tal vez no esperar el que me quieran o el que me halaguen, que me regalen cosas… Me molesta terriblemente que me regalen cosas, me siento tan mal… Es como que no sé recibir, pero dar no me cuesta nada.
Mi nombre es Emilia del Valle
Isabel Allende
Plaza & Janés
368 páginas. 22,90 euros
A la venta el 20 de mayo