El Pirulí y los vecinos de Moratalaz, personajes de novela

‘Hola, Pirulo. Algunos te llaman Pirulí, otros Torrespaña. Para nosotras eres Pirulo. Aunque tú ya nos conoces. Porque te saludamos todas las tardes’, escribe en una carta enviada a la Cadena SER Susana, una niña de la avenida Doctor García Tapia del barrio de Moratalaz. Aunque desde su casa familiar no se alcanza a ver el icónico edificio, Susana, su amiga Azul y otros compañeros pueden observarlo diariamente desde su colegio. ‘A veces, cuando pasan los rebaños de ovejas por detrás del barranco, nos dejan asomarnos a la ventana para que lo veamos. Pero yo prefiero mirarte, me gustas más que las ovejas’, continúa la niña, que concluye su carta preguntándose: ‘no sé si se puede querer a un edificio’.

La respuesta a esa cuestión está en Nunca voló tan alto tu televisor, un nuevo título de la serie Episodios nacionales publicados por Lengua de Trapo y Círculo de Bellas Artes, que lleva la firma de Silvia Nanclares. En él la escritora madrileña repasa los primeros años de la década de los 80 a través de la mirada de Susana y otros vecinos de Moratalaz, un barrio construido desde cero por la promotora Urbis en las inmediaciones de la M-30, junto al que, a partir de 1982, se alzó la imponente figura de Torrespaña. Conocido popularmente como Pirulí, este ‘obelisco funcional’ proyectado por el arquitecto Emilio Fernández Martínez de Velasco es todo un ejemplo de buena obra pública por su estética, su utilidad y por haber sido construido en tiempo, forma y sin sobrecostes.

‘Frente a los Calatrava y arquitectos posteriores, Martínez de Velasco tenía una visión de lo que era la arquitectura institucional muy clara. De hecho, cuando después de la llegada de las privadas RTVE entró en quiebra técnica, una de las muchas cosas que eliminaron fue el departamento de Arquitectura y, a partir de ahí, se empezó a privatizar todo’, recuerda Sivia Nanclares, que hace hincapié en la dedicación y humildad del arquitecto. ‘Siempre se quitaba importancia porque a él lo que le preocupaba era que las obras cumplieran su función, en este caso, que las antenas funcionasen, y luego entregarlas a tiempo y de acuerdo al presupuesto. Si lo relacionas con la Expo’92, que son solo diez años de diferencia con el Mundial, parece un abismo. Imagínate que toda la Expo la hubieran construido Subdirecciones públicas. No existiría esa Cartuja fantasmagórica, o luego el Fórum de Barcelona… Creo que hay que reivindicar a figuras como Martínez de Velasco y esa forma de entender lo público’, comenta Nanclares que, a pesar de esa fascinación por el Pirulí, es muy crítica con el origen del proyecto.

El edificio de Torrespaña, con el barrio de Moratalaz en primer término. / Jesús Hellín – Europa Press

‘En plena transición, se decidió hacer una torre de telecomunicaciones que, en realidad, era una exigencia de la FIFA para poder retransmitir todos los partidos. Mientras tanto, al otro lado de la M-30 no había colegios públicos. Si se hubiera puesto todo el dinero en la educación, se podría haber construido otra ciudad totalmente diferente. Bueno, en realidad es que, directamente, sería otro país’.

Auge y caída de la lucha vecinal

Nunca voló tan alto tu televisor es también un testimonio de la lucha vecinal de los años 80. Un movimiento que, gracias al apoyo mutuo y el asociacionismo, consiguió que las autoridades aceptasen, aunque fuera a regañadientes, asfaltar las calles de barro, colocar alumbrado público o crear dotaciones que mejoraran las condiciones de vida de los vecinos, incluyendo un servicio de transporte público o colegios del Estado.

‘En el caso de Moratalaz, Urbis vendió por una peseta terrenos a órdenes religiosas para que construyeran colegios. Como no había plazas públicas, ni centros privados laicos, ni un buen transporte público que permitiera salir del barrio todos los días a otros colegios, los vecinos eran rehenes de esa situación y no les quedaba más remedio que meter a sus hijos en esos centros de monjas y curas’, comenta Silvia Nanclares que, a la hora de relatar las vivencias y los logros de sus personajes, ha evitado el tono épico o la idealización de sus acciones.

‘Nunca me he identificado con el barrionalismo, ni con ese orgullo de barrio tan frecuente últimamente y que en ocasiones suena un poco falso. En todo caso, sí es cierto que la escritura del libro ha sido como un viaje a mi clase social e incluso a otras clases, porque a lo largo de la historia entro y salgo continuamente de los límites de la M-30. Lo que sí tuve claro es que no quería entrar en la épica más obrerista ni idealizar lo que sucedía porque, en esa época, los barrios eran lugares difíciles de los que mucha gente quería salir. En el caso de Moratalaz, como era un barrio en el que había mayor cruce interclase, problemas como el de la droga se controlaron un poco más que, por ejemplo, en San Blas, pero no dejaban de ser situaciones muy duras. Por eso es comprensible que hubiera gente que, como el personaje de Maribel, dijera: ‘estoy agotada. Ahora quiero descansar, estar en mi piso amplio y dejar de luchar», comenta Nanclares, que considera que, más allá del conformismo o el cansancio, también hubo otras razones que debilitaron las luchas vecinales.

La escritora Silvia Nanclares. / Miguel Balbuena

‘Aunque quedasen cosas por hacer, conseguir una casa o mejorar el barrio fueron éxitos para la clase trabajadora. Por eso, que los movimientos vecinales perdieran fuerza creo que se debió, no solo a que el neoliberalismo conquistó desde dentro a la clase trabajadora, sino también a, por ejemplo, la droga de la que hablábamos antes. La heroína diezmó a una generación que no pudo tomar el relevo de sus padres en esa lucha y tampoco hay que olvidar que mucha de la gente de las asociaciones dejó de trabajar directamente en los barrios porque se integró en las organizaciones políticas. Por otra parte, hubo cuestiones institucionales que hicieron que tampoco se promocionase el asociacionismo, porque la izquierda sabía muy bien dónde estaba el enemigo en casa’, reflexiona Silvia Nanclares, que tampoco se olvida en su libro de aquellos que, a pesar de todo, siguieron luchando. «Ahí están los personajes de Susi y Mar, que son un poco las antagonistas de Maribel, que no dejan de militar y que conectan esas luchas con el 15M’.

Habitar una ficción

En su afán por dotar de atributos a unos barrios impersonales que surgieron de la nada, la promotora Urbis, con la complicidad de las autoridades eclesiásticas, inventó nuevas vírgenes para esos lugares, como la Virgen de la Estrella o la Virgen de Moratalaz. Un detalle que puede resultar anecdótico pero que demuestra cómo, desde su origen, el relato oficial de la transición estuvo embellecido y adulterado de forma premeditada por diferentes actores según sus respectivos intereses.

El entierro de Enrique Tierno Galván, que fue alcalde de Madrid entre 1979 y 1986 / Antoni Giménez

‘Todos hemos visto volar el coche de Carrero Blanco. De hecho, tenemos en nuestra cabeza que eso es un documento verídico, aunque en realidad forma parte de una película. La escena incluso se colocó al comienzo de la serie La Transición de Victoria Prego y, en ocasiones, aunque la película es en color, las televisiones emiten la escena en blanco y negro para darle todavía más verosimilitud’, comenta Silvia Nanclares que menciona también como ejemplo de esa ficción el entierro del alcalde de Madrid Enrique Tierno Galván, cuyo féretro fue transportado en un coche de caballos empenachados elegido expresamente por Pilar Miró, encargada de la retransmisión del funeral por Televisión Española.

‘Ese coche de caballos, esa solemnidad en el entierro de Tierno fue algo que chocó a mucha gente. Creo que incluso hubiera chocado al propio Tierno Galván. En esa retransmisión, Pilar Miró no hizo solo una labor de realización sino de dirección artística, y eso es muy importante. El otro día veía un documental sobre Félix Murcia, el director de arte que hizo los forillos de Mujeres al borde de un ataque de nervios, y comentaba que los directores artísticos imaginan la realidad. En ese sentido, creo que durante la transición hubo un gran ejercicio de imaginación política puesta al servicio del consenso y, en esa tarea, el Pirulí tuvo un papel muy relevante. Durante muchos años, solo existía Televisión Española y era de allí de donde salían todas esas ficciones. En ese sentido, la transición ha sido obra de grandes de directores artísticos’.

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