Ed Sheeran en Madrid: perfecto y previsible, el concierto que habría concebido una IA

Reconozcamos los encantos que tiene el pop mainstream de toda la vida: no hay arma más poderosa para conquistar a millones de personas en todo el mundo y reunirlas en recintos donde hacerlas levitar cantando al unísono, guiadas por unos artistas que, normalmente, van razonablemente bien dotados de carisma y de capacidad de seducir al público. Luego viene una parte menos atractiva, la de que los caminos creativos que suele transitar este tipo de música están ya desgastados de que tantos se hayan paseado por ellos, y la caída en tópicos y lugares comunes es frecuente, casi un elemento imprescindible para que ese triunfo se produzca.

Ed Sheeran es el ejemplo perfecto de estrella de ese pop mainstream, en su caso con denominación de origen británica, lo que no es decir poco cuando hablamos de la madre patria de esta disciplina. Un tipo que lleva la música en la sangre, que empezó a escribir canciones en su habitación antes de que le salieran los primeros pelos del bigote y que con sus 34 años actuales parece que ya se hubiera hecho viejo en este negocio. Con un dominio perfecto de la escena y también de los resortes para hacer que sus canciones funcionen, pero sin que estas tengan el más mínimo misterio, sin que arriesguen ni un poco, sin que se salgan de esa misma senda que, antes que él, atravesaron miles. Un concierto suyo es un paseo por todos los clichés posibles de la música pop, un pastiche de géneros y de trucos de artificio en el que todo vale con tal de conseguir que el espectador coree el estribillo. Música diseñada para gustar a toda cosa, aunque por el camino también se puedan transmitir algunas verdades.

Perfect, uno de sus superhits, que este viernes sonó hacia el final del primero de sus dos conciertos en Madrid, los únicos en España que ofrecerá en esta gira, es un buen ejemplo de ese estilo. Una balada romántica con tempo de vals y acompañamiento de violines (en su versión grabada, aquí solo hubo voz y guitarra a pelo) en la que el trovador británico recita unas letras que son el lugar común más absoluto: Nena, estoy bailando en la oscuridad / contigo entre mis brazos / descalzos en la hierba / mientras escuchamos nuestra canción favorita, canta en un estribillo que parece broma pero no lo es. No importó nada: 70.000 gargantas, o casi, y otras tantas linternas de móvil a modo de velas o de antorchas, estaban esperando para acompañarle en el que fue uno de los momentos álgidos de su show.

Como no era cuestión de perder ni un solo minuto de las dos horas y media que duraría el concierto, la cosa había arrancado fuerte con Castle on the Hill, truco de prestidigitación incluido. En el Metropolitano se había dispuesto un escenario circular central, esos que teóricamente son más democráticos e inmersivos, al que en principio se tenía que acceder por un pasillo visible para el público desde uno de los laterales. Pero en cuanto la cuenta atrás en las pantallas llegó a cero, el parapeto que lo rodeaba se levantó y el artista emergió del suelo. Estaba solo, porque Sheeran suele actuar sin banda, con todos los demás instrumentos pregrabados, y eso que a veces le acompañan muchos, orquestas incluso. En esa canción energizante, a modo de estallido inicial, hubo ya un importante acompañamiento de pirotecnia que fue incluso a más cuando arrancó la siguiente, la rockera y ‘dura’ para sus estándares BLOW. El Metropolitano ya no dejaría en toda la noche de emular a las Fallas.

Mix de estilos y mucha balada

A lo largo de un show en el que el sonido, viento mediante, llegaba con muy mala calidad a las gradas superiores, Sheeran recorrió todos los palos: Shivers es su canción sexy animada, Don’t la que suena a r’n’b, Overpass Grafitti un rock ochentero acelerado y trufado con solos de guitarra que, evidentemente, no tocaban ni él ni la loopeadora, Galway Girl un homenaje folk a sus orígenes irlandeses con una violnista dando saltos en el escenario, y Old Phone su manera de acercarse al country. Todo salpicado con mucho ooooh ooooh ooooh: hubo tantos en el concierto que el músico podría hacer un disco exclusivamente con ellos. Lo de salir a actuar solo con su guitarra y que sonaran más cosas lo tuvo que explicar: ‘lo que vais a escuchar es un directo’, dijo mostrando cómo funciona una máquina de loops para que se entendiera que, si en algún momento sonaba su guitarra sin que él la tocara, era porque la acababa de grabar tres segundos antes y la controlaba con unos pedales. En su espalda se podía leer ‘Madrid’ en letras de colores: al artista no se le despista ni un detalle para congraciarse con el público.

Echó la vista atrás cuando interpretó The A Team, una canción que ya tiene 15 años y que, dijo, ‘la primera vez que la toqué nadie le hizo caso, la segunda nadie le hizo caso…’. Y luego, mira. Fue la primera balada sentida de una noche en la que habría infinitas baladas sentidas: Dive es una power ballad de libro, la típica lenta que va creciendo en ambición a medida que avanza: la empezó en cuclillas al borde del escenario, buscando una intimidad imposible con 70.000 espectadores, y la acabó desgañitándose. De Eyes Closed contó que la compuso roto de dolor después de la muerte de su amigo Jamal. Y con Tori Kelly, una de sus teloneras esta noche, cantó a dos voces, sin más acompañamiento que sus dos guitarras acústicas, el tema estrella de ella, I Was Made For Loving You. También hubo un medley infinito en el que unió hasta ocho de sus canciones.

Cifras de vértigo

Madrid, con dos fechas este viernes y sábado, es la única parada española de +-=÷x, la gira con la que Sheeran está repasando toda su discografía: para quien no esté sobre aviso, esos cinco símbolos matemáticos se corresponden con los títulos de cada uno de sus álbumes, salvo el último, al que tuvo la osadía de titular Autumn Variations, y el que publicará en otoño, que ha bautizado como Play porque tampoco es cuestión de romperse la cabeza. En total, 140.000 entradas vendidas y 140.000 rehenes del chantaje emocional de un cantante empeñado en humedecernos los ojos con canciones bonitas pero previsibles, las que podría componer una inteligencia artificial algo vaga. Temas perfectos para sonar en una película navideña o en una comedia romántica: si no hay una canción suya en la banda sonora de Love Actually (2003) es porque por entonces todavía estaba aprendiendo a hacer ecuaciones simples en el cole, pero sí que participó en la tercera de Bridget Jones (2016).

No se trata de quitarle méritos. Ahora mismo, Ed Sheeran es el séptimo artista más escuchado del mundo si atendemos a la cantidad de oyentes mensuales que tiene en Spotify, y esas cosas no se consiguen sin talento. Está por detrás de The Weeknd, Lady Gaga, Billy Eilish o Coldplay, sí, pero por delante de Taylor Swift, Justin Bieber o Drake, y muy por delante de Dua Lipa, Shakira o Beyoncé. También está por delante (una diferencia más ajustada) de Bad Bunny, aunque el puertorriqueño haya vendido diez metropolitanos (más dos estadios olímpicos de Barcelona) y él “solo” dos. Ha habido algunos años que Sheeran ha sido el artista más vendido del mundo. Sirva esto para ilustrar la magnitud del músico del que hablamos. A pesar de eso, y si lo comparamos con otros fenómenos de ese nivel, apenas ha habido ruido mediático sobre este concierto en los últimos días. La relevancia cultural no siempre va tan unida a los números como parece.  

Todo eso da igual cuando uno está dentro del estadio mezclado entre su público. La gente gozó a lo largo de todo el show, más si cabe desde el momento en que Sheeran dijo, hacia el ecuador del concierto: ‘ahora es cuando empieza el verdadero sing-along’ y comenzó a entonar Thinking Out Loud. El recinto oscuro se llenó de miles de luces y de esos oooohs oooohs que le acompañaron toda la velada. Sonaron su versión del Love Yourself de Justin Bieber, Sing o Afterglow. También Happier y su amor torturado, y Tenerife Sea con su amor feliz.

La coda del concierto, con el cantante ahora ataviado con una camiseta de la selección española de fútbol, fue su concesión a canciones más fiesteras: la rapera You Need Me I Don’t Need You, la nueva Azizam y sus bajos profundísimos, un dub que podría acercarle a unos Massive Attack alegres, si tal cosa fuera posible; Shape of You, con su sonido mirando a lo latino y sus colosales 4.400 millones de reproducciones en Spotify. Cuando todo parecía ya terminado, faltaba una: el house verbenero de Bad Habits ponía la guinda, empujando a todo un estadio a dar saltos y con una gran traca final que ni Almeida asustando a los patos del Manzanares. Al fin y al cabo, al Metropolitano este viernes no solo se había venido a llorar.

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