De palacios del siglo XVI a pistas de tenis de los años 20: el paseo por las ‘desconocidas’ quintas de Ciudad Lineal

El distrito de Ciudad Lineal aguarda dos quintas: una que se remonta al siglo XVI en la villa histórica de Canillejas y cuenta con un palacio, un huerto hurbano y una de las fuentes más ‘románticas’ de Madrid; la otra, de los años 20 del siglo pasado, posee una Casa de Reloj o una antigua pista de tenis que todavía mantiene ese uso, y otros tantos deportivos, para quien lo desee.

Ninguna de ellas, pese a su atractivo, estaba demasiado transitada cuando un grupo de gente se acercó a pasearlas. Primero por el Parque Quinta de los Molinos y, después, por La Quinta y Palacio de Torre Arias. Eran parte de la visita forma parte de la iniciativa ‘Te faltan calles’ que, según el Ayuntamiento de Madrid, ‘apela de forma cercana y coloquial a todo lo que aún queda por experimentar’ del ‘carácter castizo, moderno y cosmopolita que define a cada zona de la capital’.

El recorrido, que comienza a las 10 de la mañana, está conducido por un guía. En este caso, por Diana García, historiadora del Arte, que introdujo a los asistentes primero por la Quinta de los Molinos, un lugar que comenzó siendo una finca agrícola pero que, con el tiempo, terminó siendo un espacio lúdico. El personaje principal de este lugar, mencionado en numerosas ocasiones durante el recorrido, es Cesar Cort Botí (Arcoi, 1893), un prestigioso ingeniero y arquitecto que fue catedrático de la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid, académico de número de la Academia de Bellas Artes de San Fernando y concejal del Ayuntamiento de Madrid.

El Lago de la Quinta de los Molinos. / Alba Vigaray

Este lugar mezcla cultivos agrícolas (olivos y más de mil almendros que florecen entre febrero y marzo, cuando más visitantes recibe),con otras zonas de pinos o eucaliptos y un jardín de flores, fue adquirido por Cesar Cort en los años 20. Para habitarlo, diseño y construyó el palacete. También trajo dos molinos de viento de Estados Unidos, que dan nombre a la Quinta, y que aún siguen, al igual que los aljibes.

Por aquel entonces, que un tenista, Luis de Olivares, jugó por primera vez en Wimbledon, Cort mandó contruir una pista de tenis. Hoy todavía se puede usar para cualquier evento deportivo. También sigue el estanque que se hizo con el ojo puesto en El Retiro, y que por entonces tenía alguna barca. ‘En esa época casi nadie se lo podía permitir algo así’, expone la guía. Hoy en día, es el lugar al que terminan parando muchas tortugas que ya no tienen cabida en sus casas.

Las grutas de la Quinta de los Molinos. / Alba Vigaray

Siguen también las grutas construidas como refugio frente al calor o a la lluvia, y como parte del juego de los niños, además de las fuentes de arquitectura clásica con los arcos de medio punto. Su arquitectura secesionista contrasta con los aljibes que recuerdan a la arquitectura árabe. Lo que no continúa, al menos con agua, es la piscina. O el invernadero con aires románticos, que aunque aún se puede ver, no conserva ni las cristaleras.

Con su fallecimiento, en 1978, sus herederos llegaron a un acuerdo con el Ayuntamiento de Madrid en 1982: 21 hectáreas de la finca pasaron a ser patrimonio del consistorio. Ahora está catalogado como jardín histórico y bien de interés cultural.

Los visitantes frente al invernadero, ahora sin cristaleras. / Alba Vigaray

A un paseo no demasiado largo si no fuera por el calor está la segunda parada de la visita: La Quinta y Palacio de Torre Arias, Bien de Interés Cultural en la categoría de Conjunto Histórico. Durante todo el paseo no parece que nadie más la transite, más allá de algún trabajador que la mantiene. En parte, expone la guía, porque no está permitido el paso con animales. Tampoco con bicicletas.

Fue construida en el siglo XVI como una de las quintas particulares de recreo de la nobleza que proliferaron en la época. Cuenta, por ejemplo, con una encina alcornoque con más de 300 años de vida que todavía se mantiene, además de otros 50 especies de árboles. En la parte sur está su palacio, contruído entre el siglo XVIII y XIX.

El Palacio de Torre Arias declarado Bien de Interés Cultural. / Alba Vigaray

La quinta perteneció a la aristocracia madrileña desde el año 1600. ‘En el siglo XVIII, el archiduque Carlos, de la dinastía de los Habsburgo se quedó con la finca. En el XIX, el conde de Bedmar se quedó definitivamente con todo.

Su última propietaria fue Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno y Seebacher, condesa de Torre Arias. Allí vivió no en el palacio, sino en una pequeña vivienda unifamiliar que se construyeron. Sin hijos ni hermanos o sobrinos carnales, decidió firmar, junto a su marido, un convenio con el entonces alcalde, Enrique Tierno Galván, por el cual donaba la finca al Ayuntamiento de Madrid en julio de 1986. Tras su fallecimiento, la posesión de la finca se formalizó el 19 de junio de 2013. En 2016 fue abierto al público y calificado por la entonces alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, como ‘historia viva de Madrid’.

Hoy en día, aunque todavía hay bastante zona no visitable, cualquiera puede disfrutar de esta quinta en la que hay un buen huerto urbano, y donde un día, una visitante de esta misma ruta, robó unos seis calabacines según la guía. Haciendo este recorrido también puede verse el lavadero o la conocida como ‘Fuente del Tritón’, donde en otro paseo interrumpieron a una pareja que había aprovechado el romántico lugar para darse un escarceo.

La Quinta de Torre Arias cuenta con un huerto urbano. / Alba Vigaray

La visita termina fuera, frente a una estatua del torero Manolete. Mientras rellenan una breve encuesta, Carmelo, uno de los participantes, expone lo bien que ha explicado el recorrido la guía y lo amplio que ha sido. Es su primera vez en las quintas. ‘Soy de Navarra, llevo en Madrid año y medio, que nos vinimos por el trabajo de mi mujer, así que voy conociendo poco a poco’, prosigue.

Su mujer trabajaba así que vino solo, al igual que Josefina. Ella, por su parte, conocía la Quinta de los Molinos y se estrenó en Torre Arias. ‘Debería tener más cuidados. Está un poco abandonada. Con razón [Diana García] decía que había poca gente. Pero es que la accesibilidad no es cómoda. Falta adecuarla’, indica esta vecina de Móstoles.

Aficionada a las visitas como esta para descubrir sitios e historia de Madrid, afirma que no dudaría en recomendársela a cualquiera amiga. ‘Desconocemos muchísimos lugares. Solo con mirar hacia arriba cuando vas caminando, descubres muchísimos edificios preciosos’, añade. La iniciativa, afirma el Ayuntamiento, trata de revertir esto.

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