Resulta frecuente hablar de cicatrices, en vez de analizar aquello que no pasó y que quizá era necesario e importante que pasara. Las ausencias, las traiciones o las pérdidas dejan las huellas más duraderas en nuestro interior. Son más fastidiosas que el golpe directo. ¿De qué manera influye aquello que no se ha acontecido en el pasado con lo que nos ocurre en el presente? La psiquiatra y psicoterapeuta Anabel González, autora de Lo bueno de tener un mal día (2020), Las cicatrices no duelen (2021), ¿Por dónde se sale? (2023), acaba de publicar Lo que no pasó (Ed. Planeta) para hablar precisamente de esa desnutrición emocional y poner el acento en los huecos más que en las heridas.
En nuestra infancia hay situaciones que echamos en falta que pasaran para haber aprendido de ellas porque lo que peor nos puede pasar si hemos sido abandonados es que después nos autoabandonemos. Observar y entender nos ayudará a acercarnos a conocer nuestra historia, sin juzgarnos y sin meternos presión, solamente saber cómo funcionamos en las relaciones, cuáles son nuestros puntos fuertes y nuestras debilidades. Porque aunque escueza esa cura de las heridas, el resultado final es que deja de doler. ‘A veces para que no nos duela, no lo curamos nunca y con observación y cariñito pueden cambiar muchas cosas, estamos aprendiendo todo el tiempo aunque el viaje sea muy doloroso’, explica la presidenta de la Asociación EMDR en una entrevista a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA.
Pregunta. ¿Qué entendemos por malestar emocional?
Respuesta. Cualquier emoción que nos genera la vida o las situaciones que vamos viviendo, pero que tiene un componente de sufrimiento añadido. El malestar si lo entendemos en un sentido muy amplio, podría ser cualquier sensación desagradable que nos está pasando todo el tiempo. Cuando se queda más tiempo del razonable o llega a un nivel más alto del que podemos manejar o se nos hace un nudo ya empezamos a hablar de malestar emocional y, por lo tanto, de algo de lo que nos conviene ocuparnos.
P. ¿Y los vacíos y carencias? En el libro menciona que sentir que no nos escuchan o que nuestra palabra no tiene validez puede hacernos daño, e incluso, puede ser más insultante que el propio insulto.
R. También, los vacíos pueden ser dolorosos y nos pueden generar un tipo de malestar, diríamos que diferente. Y, muchas veces los pacientes nos explican que les duelen más las cosas que hubiesen necesitado de las personas que les importan y a las que querrían importarles. A veces la falta de respuesta de alguien que nos importa la vivimos como una traición y resulta más doloroso. O, que una persona que es importante para ti no esté ahí en el momento en el que hubiese sido particularmente importante que estuviese. Esto es más doloroso que incluso lo que nos está pasando. Hay muchas cosas no resueltas del pasado que nos pueden influir en el presente. Y los vacíos emocionales, los huecos, las cosas que se quedaron sin resolver nos pueden influir.
P. Entonces, ¿nuestra personalidad se construye según las carencias que hemos podido tener en nuestra infancia?
R. Si vamos directamente a las carencias afectivas, cuando somos niños necesitamos que nos cuiden y que nos quieran y sentirnos importantes. Y si eso no lo tenemos cuando nuestro cerebro se está formando y nuestra mente se está desarrollando, pues puede ocurrir después que si alguien no nos quiere nos afecte demasiado o que lleguemos a hacer cualquier cosa para que nos quieran. Y acabamos a veces aguantando cosas que no son de recibo ni sanas de aguantar sencillamente porque tenemos tales carencias que cualquier cosa que nos la llene mínimamente nos parece que vale la pena pagar ese precio. Porque tenemos un miedo al rechazo y a no ser importantes para alguien.
P. ¿Y cómo se soluciona?
R. Hablar con alguien para que esa sensación se vaya diluyendo o esos huecos se vayan llenando. Y no necesariamente tengamos que ir a terapia, pues a lo mejor nos pasa algo difícil y resulta que hay alguien ahí. Por ejemplo, perdemos a una persona importante, pero los que están alrededor se dan cuenta de que eso nos afecta, nos abrazan cuando estamos tristes, nos hablan de ello y a lo mejor esa pérdida la conseguimos superar de verdad y no nos pasa factura. Pero si no fuese así, porque a veces muere alguien en una familia y de lo que le pasa al niño pequeño parece que no se entera nadie porque todo el mundo está en shock. Entonces, ese niño se merienda solo eso que ha pasado y esa pérdida es mucho más fácil que luego no se resuelva, que se quede ahí. Si perdemos a alguien muchos años después, quizás esa pérdida más reciente la llevemos peor de lo que la llevaríamos si esto no hubiera pasado. Porque es volver un poco a husmear en un pasado que no se ha solucionado o no se ha trabajado en ello.
P. ¿Y eso puede afectar a la autoestima?
R. Sí, porque si yo crezco con la sensación de que no importo o con la sensación de que no existo, soy invisible, es una ssensación terrible y uno puede crecer con alta sensibilidad que si me vuelve a suceder, curiosamente, puedo tender a hacerme invisible. Me acostumbro a funcionar así y en las relaciones nunca me hago ver, nunca digo lo que yo pienso, nunca peleo por lo que es importante para mí, porque como no importo y no existo me he acostumbrado a ese papel que no es un buen papel.
La psiquiatra y psicoterapeuta Anabel González publica Lo que no pasó (Ed. Planeta). / Cedida
P. ¿Y cómo podríamos volver a reubicarnos para que sea un buen papel?
R. Lo importante es entender de dónde vienen los patrones que tenemos de adultos y empezar a trabajar en el mecanismo interno que hay en nuestra cabeza. Porque el problema viene cuando no nos damos cuenta y funcionamos en automático, hacemos cosas que quizás no nos están haciendo bien o no nos llevan en la dirección en la que queremos ir, pero sentimos que no podemos hacer nada con eso. Yo creo que ese es el problema. Tener dificultades no es un delito, se pueden hacer cosas con eso, pero me tengo que dar cuenta de qué pasa, de qué sentido tiene esto y entender cómo empezó me ayuda a entender qué sentido tiene y a empezar a hacer cambios que encajen ahí.
P. Anabel, ¿podría darnos un ejemplo?
R. Si yo noto que cuando me hago invisible nadie me tiene en cuenta y luego me siento mal porque nadie me tiene en cuenta, pues aunque me cueste mucho tengo que empezar alguna vez a decir lo que yo pienso y de entrada no me voy a sentir cómodo pero yo sé que eso es lo que yo tengo que cambiar.
P. ¿Habla de poner límites?
R. Poner límites o pedir las cosas. Decir, pues me siento mal y contárselo a alguien. O decirle a alguien necesito un abrazo. Hay gente que no tiene costumbre de abrazar porque a lo mejor en su casa no ha habido abrazos. Hay familias en las que dicen nosotros no somos de abrazos.
P. Una de las ideas centrales de su último libro es el efecto de lo que no pasó, ¿qué quiere decir?
R. Solemos ser más conscientes de lo que pasó o si nos hicieron daño. Alguien me insultó y me acuerdo de los insultos, pero cuando paso desapercibido a veces no es algo que pasara, es lo que hubiese hecho falta que pasara. Y esto sucede en muchísimos aspectos de la vida: ser importantes para alguien, sentirnos cuidados, sentirnos protegidos en los momentos de la infancia, luego ya de mayores ya nos protegemos nosotros, pero de pequeños necesitamos que lo hagan o que nos ayuden a hacer las cosas, que haya alguien ahí que esté con nosotros cuando empezamos a aprender cómo se hace cualquier cosa, porque nosotros si no, como niños no podemos aprender esto. Y también de adultos a veces necesitamos en las relaciones demostraciones y el hecho de entender la influencia de esos huecos, de esas ausencias, de esas faltas de las cosas que hubiéramos necesitado yo creo que es importante porque si nos damos cuenta de que eso nos faltó y de cómo nos influye pues podemos hacer nosotros por intentar que pase.
P. ¿Se trataría de tener una actitud proactiva y dejar atrás el automatismo que llevamos arrastrando desde pequeños?
R. Si la gente no me ve, yo puedo acercarme a la gente, puedo ser más activo en la conexión con los demás, puedo decir lo que yo pienso, no necesariamente para poner límites, a veces sencillamente para expresar mi opinión y que también se vea sin reconcomerme. Por eso, es tan importante verlo como no escarbar ahí una vez y otra vez, dándole siempre la misma vuelta, entonces hay que aprender a ayudar a sembrar ahí porque a veces los huecos no se rellenan solos.
P. Habla de una línea muy fina entre esas carencias afectivas y las exigencias hacia los demás. La ruta de salida tras una infancia difícil.
R. Sí. Por ejemplo, yo tengo carencias emocionales que busco en las relaciones a alguien que me quiera y me dé todo lo que me faltó. Estoy desesperado por conseguir una relación que no escojo bien y me acabo juntando con personas que más que darme lo que me faltó, me acaban quitando más. Una y otra vez acabo escogiendo el mismo tipo de pareja. Y esto no va a cambiar solo, tengo que intentar pensar qué me está pasando y a lo mejor aprender a darme yo, a cuidarme yo y buscar los modos de hacerlo y probablemente escoger otro tipo de personas con las que estar, de los que sí que me pueden dar eso que me faltó y ayudarme a disfrutarlo, a saborearlo no a reclamarlo, porque si lo reclamas le vas a pedir un nivel de intensidad que probablemente no pueda dar y entonces lo acabo asfixiando.
P. Buscamos que se supla ese vacío que no somos capaces de darnos a nosotros mismos.
R. Necesito que el otro me dé lo que yo a lo mejor ni siquiera me doy y me trato fatal. Entonces el objetivo central es que nos paremos a pensar no solo si nos pasaron cosas, sino también si nos faltaron cosas, pero siempre con esta idea de cómo puedo hacer yo crecer esto que me faltó.
P. Otra de las lecciones que proporciona en Lo que no pasó es la frase ‘entrar sin pelear’.
R. Me doy cuenta del problema y estoy dándole demasiadas vueltas y estoy enfadada con las personas que no me dieron lo que me hubieran tenido que dar, que puedo tener toda la razón del mundo, a un niño hay que quererlo y a veces cuando tú creces sin ese afecto, lógicamente te hace daño, y es bueno saberlo. Hay que entrar en ese hueco, darse cuenta de que esto ha pasado y buscar respuestas a la pregunta de cómo me puedo dar yo lo que me faltó y como me puedo rodear de gente que sí que me pueda dar lo que me faltó a esto me refiero con entrar sin pelear.
P. Si las emociones se vuelven desbordantes, indica que el cerebro recurre a mecanismos de disociación y creamos creando compartimentos estancos como si estuviésemos bien y nada hubiera pasado, ¿qué otros mecanismos de contención hemos desarrollado sin darnos cuenta?
R. A veces hay partes de estas experiencias que las meto en un cajón, por ejemplo, la sensación de soledad en la infancia, la sensación de vacío, la sensación del abandono, la ausencia o las pérdidas son sensaciones muy duras, casi peor que el maltrato físico porque es un hueco que te absorbe entonces muchas veces intentamos evitar pensar en esto, evitar todo lo que nos haga sentir esto y lo metemos en un cajón. Intentamos no abrir ese cajón, lo que pasa es que al estar ahí, más tarde o más temprano hay algo que nos hace conectar con eso y entonces no sabemos que hacer.
P. ¿Nos recomienda husmear entre los cajones?
R. Hay que ver que contienen y hay que trabajar sobre ello para que no nos coja por sorpresa, pero en mi experiencia como terapeuta las heridas de abandono y las ausencias de este tipo de situaciones se pueden trabajar, pero lleva tiempo y a los pacientes lógicamente se le hace duro porque son sensaciones muy difíciles. Y, a veces, estamos tan acostumbrados a ser autosuficientes que tiramos de nuestras fuerzas y esto está muy bien, apañárnoslas solos, pero hay veces que la vida se pone bastante dura que nuestras fuerzas solo no llegan y ahí intentar hacerlo por nosotros mismos acaba haciendo que rompamos entonces pedir ayuda también es importante.
P. ¿Y al contrario?
R. Si yo estoy enganchado en que sean los demás los que me den, tengo tanto hueco dentro, tanta necesidad de que los demás me cuiden y me protejan que yo ya no hago nada, sigo esperando todo el rato a que me cuidan y me protejan. Me engancho a cualquier relación que me aporte un poquito de esto, pero yo nunca aprendo a ser autosuficiente. Son los dos extremos, pero a los dos extremos podemos llegar casi desde el mismo sitio. En ocasiones, tiramos para un lado o tiramos para el otro, en salud mental el problema suelen ser los extremos. Muy autosuficientes que nunca pedimos ayuda o, extremadamente dependientes que no podemos hacer las cosas solos.
P. ¿Considera que actualmente hay más traumas?
R. El nivel de dureza de la vida no es peor, lo que se tiene es más visibilidad y también creo que la palabra trauma se está empezando a usar para demasiadas cosas. Un trauma propiamente dicho sería algo que nos hace tener una sensación de amenaza y qué nos hace reaccionar a esa amenaza percibida. Por ejemplo, reaccionamos ante una situación escapando de la situación, y nos pasamos el resto de la vida escapándonos de situaciones que igual ya no son tan graves pero el mecanismo se queda ahí cuando hablamos por ejemplo de ausencia y de falta de presencia de los cuidadores, hay algo en esto que puede resultar traumático, porque un niño que no tiene protección externa se ve en problemas y se puede sentir más amenazado porque no tiene a nadie que le pueda proteger, pero en otras ocasiones el efecto no es el de un trauma. Es una desnutrición emocional.
P. ¿Qué diferencia hay?
R. Un trauma sería una lesión y la desnutrición es problemática, nos puede producir un montón de problemas, pero es otro tipo de problema en ese sentido. Yo creo que la palabra trauma la utilizamos como para todo y quizás sería bueno hilar un poquito más fino porque a veces puede ser simplemente una experiencia mala con consecuencias negativas. Una pérdida puede ser un hecho traumático porque no lo hemos curado o porque justo en esa fase inicial del crecimiento, de ese desarrollo, no hemos tenido esa nutrición emocional correcta.Y esto hace que lo que nos pase después nos va a repercutir negativamente.