Sheila Heti nació en Toronto, el día de Navidad de 1976. Cuando era niña quería ser actriz. Participó en algunas obras de teatro. Pero lo suyo era la escritura. Este año, Heti cumplirá 49 años. Y para siempre será el año siguiente al que publicó una pequeña bomba llamada The Alphabetical Diaries. Pero no adelantemos acontecimientos. Sheila Heti publicó su primer libro en 2001. Era un libro de relatos. Por entonces, aquello que se dio en llamar la alt lit, algo así como alternative literature —o literatura alternativa— no había hecho más que despegar tímidamente. En España, su desembarco fue paralelo al de la colección Héroes Modernos de Alpha Decay, que publicó dos libros de Heti, ¿Cómo debería ser una persona? y Las sillas están donde la gente va.
Corría el año 2013 cuando llegó el primero, y el 2014 cuando llegó el segundo. Luego Seix Barral se hizo cargo de Maternidad, una larga conversación consigo misma —a través de una técnica inspirada en el I Ching, ese algo a quien preguntas cosas y te responde con decisión por el mero hecho de lanzar tres monedas al aire, y descubrir ‘uno de los 64 estados posibles’, cuyo significado se desarrolla en un texto al que Confucio habría consagrado 50 años más de su vida si los hubiera tenido— sobre la posibilidad de ser madre. Y en 2023, Mutatis Mutandis editó Color puro, otro híbrido entre la ficción esotérica y una no ficción extravagantemente deliciosa que, como todo aquello que parece tocar Heti, inaugura un género que se cierra sobre sí mismo.
Aunque lo que hace en The Alphabetical Diaries —algo así como Diarios alfabéticos— es tomar lo que literalmente escribió en su diario —un diario que empezó hace diez años— y ordenar las frases —cada una de ellas— alfabéticamente. El resultado es un artefacto imprevisible y descolocante, que recoge piezas de lo que fue su vida y las desordena de una forma, curiosamente, ordenada. De a la A a la Z. Lo que quiere decir que todas las frases del primer capítulo empiezan con la letra A, y las del último, con la Z. Y lo que ocurre es que el experimento tiene mucho que ver con el flujo de conciencia. Pero no con el flujo de conciencia literario —aquel que expandieron Virginia Woolf, y James Joyce, cada uno a su manera— sino con el flujo de conciencia real.
La ‘nueva sinceridad’
Con la alt lit nació lo que se dio en llamar new sincerity, o nueva sinceridad, un movimiento literario, y artístico —la serie Girls podría considerarse parte del mismo—, en el que había que contarlo todo, y contarlo exactamente de la manera en que lo sentiste cuando pasó. El foco era siempre emocional y, claro, generacional. El invento dio lugar a un nuevo tipo de ficción que se anticipaba al futuro, hoy presente, en el que las redes sociales son a la vez espejo y pantalla, y en el que la necesidad de contar en cada momento cómo te sientes o qué piensas ralentiza cualquier tipo de acción —o decisión— de una forma delirantemente beckettiana. En eso, la novela Richard Yates de Tao Lin se lleva la palma en tanto ejemplo perfecto del mundo que venía y que hoy ya está aquí.
Es curioso de qué manera la literatura reacciona a sí misma. Este año se cumplen 40 años de la publicación de la novela más famosa de Anne Tyler, El turista accidental. En la novela, que fue adaptada al cine —y protagonizaron unos jovencísimos William Hurt y Geena Davis—, un escritor de guías de viaje que odia viajar y escribe guías para aquellos que querrían no salir de casa —y les da consejos para que les parezca que no lo hacen, estén donde estén— es incapaz de expresar nada de lo que siente, y vive en un silencio atroz, cuidando de su mordedor perro Edward y aceptando que su mujer lo ha dejado porque es incapaz de superar la muerte de su hijo si sigue viéndole.
Tyler, una estilista, la escritora sin la que Nick Hornby no existiría —reivindica su esquiva figura todo el tiempo, como no lo ha hecho ninguna autora aún—, contó, en una de sus contadas apariciones —ha evitado las entrevistas y casi cualquier contacto con los lectores siempre— que creció observando sin apenas comunicarse con los demás, como ese escritor de guías de viaje, porque así lo dictaba su religión. Su familia era cuáquera. Tyler aprendió ruso para leer a Tolstoi, se casó con un psiquiatra, trabajó como bibliotecaria. Pero antes vivió aislada, en mitad de la naturaleza, con su familia cuáquera. Aprendió, dice, a permanecer en silencio, y a esperar que las cosas pasaran. La forma en que una y otra escritora tratan de entenderse es en extremo opuesta, y sin embargo, comparten el deseo de atrapar el instante. Mejor, lo que han sentido en él.