Sarah Bernstein, la frágil realidad

‘El lenguaje es castigo. Debe abarcar todas las cosas y en él todas las cosas deben revelarse según la culpa y el grado de la culpa’. Son palabras de la autora austriaca Ingeborg Bachmann (1926-1973). En ellas se apoya, con intención de advertirle a su lector, Sarah Bernstein (Montreal, 1987) al comienzo de Manual para la obediencia (Random House), novela con la que fue finalista del Premio Booker Internacional.

Es, en realidad, el segundo epígrafe de un libro que fascina y abruma por su lirismo, desasosegante por momentos. Una historia donde la aparente inocencia de su protagonista, una joven que se muda a un país remoto (es Europa del Este, aunque en la novela no llega a especificarse) para ser el ama de casa de su hermano, es sólo la fachada narrativa.

La primera cita, igualmente sugerente, pertenece, su autoría, a la pintora portuguesa Paula Rego (1935-2022) y dice así: ‘Puedo cambiar el juego y hacer lo que me plazca. Puedo hacer que las mujeres sean más fuertes. Las puedo hacer obedientes y homicidas al mismo tiempo’. Bernstein la vio, impresa, en la pared de una galería que acogía una retrospectiva de la artista. ‘Me fascinó la idea de que la obediencia y el asesinato pudieran considerarse al mismo tiempo, e incluso equipararse. Empecé a plantearme qué pasaría si la obediencia, que es una cualidad pasiva y suele considerarse una característica femenina, tuviera autonomía, qué sucedería si la obediencia llegara a su extremo más patológico, más extremo’, explica la autora desde su casa, en un remoto paraje de las Highlands escocesas.

La importancia del lenguaje

Un emplazamiento ideal para la creación y no tan idóneo para las entrevistas a distancia. Pese a los cortes en la conversación, Bernstein avanza en los motivos que la llevaron a convertirse en escritora. ‘Escribir es algo a lo que siempre he recurrido a lo largo de mi vida’, una herramienta en busca de sentido cuando las cosas, los hechos, las vidas, parecen carecer de él y únicamente el lenguaje puede guiarnos, de ahí que para ella sea, incluso, más importante que la historia. ‘Me interesa cómo el sonido del lenguaje puede acceder a partes de la subjetividad o llevarte a una conclusión diferente, es capaz de transmitir sentimientos’.

Con frases largas, poemas en el inicio, el objetivo del libro, de su autora, es hacer que el lector piense, más allá del marco lineal de la trama, que reflexione sobre la naturaleza de la ciudadanía y la pertenencia, la relación entre el cuidado y el control. Una forma muy particular de contar, la suya, de comprender el mundo, también. ‘Siempre he buscado maneras de expresar la experiencia de forma diferente porque creo que muchas personas, entre ellas yo, no experimentan la vida de forma lineal, mucha gente tiene una experiencia del presente mucho más fragmentada o circular’.

Bernstein es consciente de que la comunicación no garantiza la comprensión. Es lo que le sucede a su narradora, de nuevo en primera persona (ya empleó esa voz en su novela de debut, con la que entró en la prestigiosa lista Granta de los mejores jóvenes narradores), que no entiende la lengua que hablan los habitantes del pueblo donde vive su hermano, generándose una brecha insalvable y, finalmente, infausta. ‘No nos gusta admitirlo, pero las historias que contamos, incluso cuando parecen sencillas, pueden ser malinterpretadas por nuestros interlocutores. No podemos garantizar una comprensión compartida, es un acuerdo muy delicado el que tenemos entre las personas. Esta realidad es muy frágil, muy frágil’. De ahí la atención que todos debemos prestar al narrarla.

Manual para la obediencia

Sarah Bernstein

Traducción de Julio Trujillo

Random House

144 páginas. 19,90 euros

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