Salvador Illa, el president del fin del ‘procés’

Cuatro de la madrugada del 6 de noviembre de 2016. No se han apagado las luces en el Palau de Congressos de Barcelona. Miquel Iceta ha ganado unas primarias con un resultado ajustado frente a la alcaldesa de Santa Coloma de Gramenet, Núria Parlon, con quien libra un pulso por la elección del secretario de organización del PSC, el que maneja la maquinaria interna en el partido. Solo el nombre de Salvador Illa (La Roca del Vallès, 1966) desatasca la situación en un momento convulso. El independentismo, montado en la cresta de la ola, hace mella en sus expectativas electorales mientras el Govern de Carles Puigdemont cocina el 1-O después de que Pedro Sánchez haya vivido ya su primero de octubre tras ser defenestrado como líder del PSOE.

Lo que no sabían entonces es que aquella noche estaban pactando el nombre de quien permitiría a los socialistas volver a reinar en el Palau de la Generalitat casi tres lustros después de la caída del tripartit. Quedaba aún un buen trecho, eso sí. Ocho años en los que, primero desde la fontanería de los socialistas y después saltando a la palestra de la primera línea, Illa ha tomado la medida al independentismo hasta el punto de convertirse en el president que pone el broche al ‘procés’. Para el secesionismo más irredento, es uno de los rostros ‘del 155’ que se manifestaba junto a Societat Civil Catalana contra el referéndum. Para los defensores de la unidad de España, cómplice imprescindible de la amnistía. Y para Pedro Sánchez, el producto de éxito de su estrategia para apaciguar Cataluña con una desjudicialización esculpida desde la necesidad para continuar en la Moncloa.

Desbrozador de pactos

Solo rompiendo los pétreos bloques en el Parlament durante más de una década el PSC podía volver a tocar poder en Cataluña. Lo diagnosticó Iceta a finales de 2019 al frente de una formación que se había empequeñecido, pero también compactado por la diáspora del ala soberanista; pero solo el perfil de Illa, enemigo de las estridencias y sobrio en las formas, ha logrado materializarlo. Su antecesor bailaba el ‘Don’t stop me now’; él, no se acoge a la música pero sí a la letra. Porque imparable ha sido su trayectoria desde que Sánchez se la jugó al ‘efecto Illa’ para sacudir el tablero catalán en los comicios de 2021 con un dirigente moldeado entre los capitanes y los catalanistas del partido y convertido en locomotora electoral del PSOE, con quien el PSC vive una etapa de simbiosis.

El presidente del Gobierno le echó el ojo tras constatar cómo ejerció de desbrozador de tres pactos clave para los socialistas: el del Ayuntamiento de Barcelona con los Comuns de Ada Colau y el apoyo de Manuel Valls, el de la Diputación de Barcelona con Junts y, finalmente, el que permitió su investidura con los votos de ERC en el Congreso. Era un dirigente labrado en la política municipal, con una década a sus espaldas como alcalde de La Roca del Vallès entre 1995 y 2005, cargo que heredó de forma traumática e inesperada por la muerte de Romà Planas, su mentor político y secretario personal del president Josep Tarradellas. ‘La política la tiene que hacer gente normal’, reza la frase de Planas que tiene grabada a fuego. Pero también tenía experiencia en la trastienda como director general de infraestructuras de la ‘conselleria’ de Justícia primero -hasta 2009- y, después, como director de gestión económica del Ayuntamiento de Barcelona durante la alcaldía de Jordi Hereu y coordinador del grupo municipal del PSC ja con Jaume Collboni en la oposición.

‘Corro, luego existo’

Así que Sánchez le confió el ministerio de Sanidad y a Illa le cayó, cual chaparrón de su apreciado Montseny, la gestión de una inesperada pandemia de alcance mundial. Sánchez tuvo el olfato de detectar que ese cargo era una plataforma para volver a situar al PSC en la ‘pole position’. Admite que, desde entonces, después de un año levántandose cada día con un trágico balance de fallecidos que solo la llegada de la vacuna logró desacelerar, ninguna responsabilidad, tampoco la de president, le puede parecer ‘más complicada’. Empezó a correr para pensar mejor. ‘Corro, luego existo’, sería el lema de este licenciado en filosofía de método cartesiano. Evidencia, análisis, deducción y comprobación, con correcciones de por medio si hace falta como la de rechazar la amnistía para, después, acabar abrazándola. Todo, absolutamente todo, lo tiene apuntado en una pequeña y codiciada libreta.

Es haciendo kilómetros a horas intempestivas, también estos días en pleno agosto bajo un calor abrasador, como asegura que logra mantener una baja frecuencia cardíaca en la Catalunya del alto voltaje. O deformando clips que siempre lleva en sus bolsillos cuando no puede calzarse las zapatillas. Pactar a izquierda y a derecha, dentro y fuera del bloque independentista. Guiñar el ojo a moderados y progresistas, a sindicatos y a patronal. Conrear centralidad, también cavando más hondo el surco abierto en el independentismo al galope de la estrategia de sacar el ‘procés’ de los tribunales, le permite ahora recoger lo sembrado desde que ganó por primera vez las elecciones de 2021 y sumando cinco victorias electorales consecutivas para el partido. Lo del huerto es de linaje, le viene de su abuelo.

También es creyente por tradición familiar y famosa es ya la figura del San Pancracio que se mudará con él a su despacho como 133o president de la Generalitat. Ha prometido el concierto económico para enrolar a ERC en la apertura de una nueva etapa para Cataluña, así que encomendarse al icono religioso de la suerte y la prosperidad cuya festividad se celebró, precisamente, el 12 de mayo, no estará de más. Al fin y al cabo, con el agravio fiscal empezó el ‘procés’ que su investidura da por enterrado.


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