Robert Lepage: “No soy un líder ni un gurú porque eso siempre lleva a algún tipo de abuso”

“Siempre está esa historia con letras mayúsculas de los movimientos políticos o las guerras, pero no esa historia con minúsculas que le sucede a la gente en sus salones, en sus cocinas o en sus trabajos y a menudo, la mejor manera de hablar de una época, de sus grandes conflictos y desafíos es a través de las vidas sencillas y cotidianas de una serie de personajes”. Así condensa el autor y director de escena canadiense Robert Lepage la filosofía que atraviesa The Seven Streams of the River Ōta (Las siete corrientes del río Ota), considerada la pieza fundacional de su compañía Ex Machina, una pieza que aún hoy, 30 años después de su estreno en Quebec, sigue representándose en escenarios de medio mundo. La pieza, de siete horas de duración, llega por primera vez a Madrid del 16 al 26 de noviembre, con seis funciones, dentro de la programación del Festival de Otoño.

Robert Lepage en una imagen promocional. / V. TONY HAUSER

El espectáculo se estrenó en 1994, estuvo cuatro años de gira y en 2019, Lepage decidió volver a levantarlo prácticamente igual que cuando lo creó, aunque ni nosotros ni el mundo en que vivimos seamos ya los de entonces. En una conversación por Zoom con este diario, el creador explica que en estos años “han sucedido cosas como los atentados del 11-S o los años de gobierno de Trump (la entrevista se produjo días antes de que se celebraran las últimas elecciones en Estados Unidos), pero en la obra están las mismas historias y los mismos personajes. También nosotros hemos madurado como escritores y como actores porque cuando empezamos a escribir éramos muy jóvenes y en la obra había cosas muy naif y mucha repetición, nos llevaba mucho tiempo decir cosas muy sencillas, había una escritura un poco inmadura que con el tiempo hemos refinado, hemos editado. También hay nuevos actores que no habían nacido cuando esta obra se estrenó por primera vez, así que hay una nueva energía, nuevas ideas y una nueva interpretación de los personajes”. Sobre cómo es ese vínculo de la pieza con el hoy, Lepage cree que el momento actual sigue siendo tan interesante como lo era hace 30 años porque “antes estábamos preocupados por las amenazas atómicas y ahora con lo que está pasando en Ucrania, en Rusia y en el Medio Oriente”.

La historia de The Seven Streams comienza con el lanzamiento de la bomba atómica en Hiroshima, en 1945, y termina 50 años después en el mismo lugar en un viaje que Lepage articula a través de siete historias y siete secuencias distintas: la visita de un soldado fotógrafo a Hiroshima para documentar el horror de la explosión atómica y su encuentro con una niña ciega y su madre desfigurada; las experiencias de una niña de 11 años en el campo de concentración de Theresienstadt; la relación de amistad entre dos hombres que viven en una pensión neoyorquina en los años 50; el contagio de SIDA de uno de ellos tiempo después en Ámsterdam, donde ha convocado a familiares y amigos; la representación teatral de un grupo quebequés en Osaka en 1970 y la visita de un periodista a Hiroshima para realizar entrevistas en el 25 aniversario de la bomba.

En escena, un universo de cajas abiertas frontalmente que se transformarán a lo largo de la obra en distintos espacios y la ya célebre maestría de Lepage en el uso de un lenguaje teatral en el que conviven el texto, lo audiovisual y la tecnología, además de una enorme ambición estética y formal, narrativa y poética que le ha convertido, desde que estrenara en 1987 su monumental Trilogía de los dragones, en uno de los grandes creadores de la escena contemporánea internacional.

La escena de 'The Seven Streams of the River Ōta'. / ELIAS DJEMIL

Lepage sitúa el origen de este montaje en un viaje que hizo a Japón en 1992 en el que visitó Hiroshima: “La persona que me guiaba tenía unos 70 años y era un hibakusha, que es como se llama a los supervivientes del bombardeo, y me contó la historia de una mujer que había quedado desfigurada por la bomba. Las personas con las que vivía en casa habían tapado todos los espejos porque no querían que viera su imagen, pero la mujer había guardado un pintalabios y un pedazo de espejo bajo su almohada y, cuando creyó que nadie la observaba, cogió ese trozo de espejo y se pintó los labios. Mi guía me dijo entonces que se podía desfigurar a una población completa, pero no se podía evitar que una mujer fuera una mujer, en el sentido de que, aunque se convirtiera en una víctima y sufriera cosas horribles después de la bomba, seguía queriendo vivir su vida como la vivía. Y eso me impresionó mucho. Entonces, volví a Quebec con el grupo de actores con los que normalmente trabajo y les dije, ¿y si esto fuera el punto de inicio de una historia sobre Hiroshima?”

Siete horas para hacer comunidad

Actor, escenógrafo y dramaturgo, Lepage también ha dirigido cine, ha concebido espectáculos para Peter Gabriel o el Cirque du Soleil y ha dirigido óperas como El anillo del Nibelungo, de Wagner, de 16 horas de duración, estrenada en 2012 en el Metropolitan Opera House de Nueva York. La querencia de Lepage por llevar a escena obras larguísimas es ya un clásico. Su legendaria Trilogía de los dragones duraba seis horas. Lipsynch, ocho horas y media. En tiempos de consumo rápido, el teatro de Lepage no deja de ser un desafío casi anacrónico, pero también una excepción dentro de un sistema teatral tocado desde la crisis del 2008 y la pandemia en el que los montajes son cada vez más pequeños, más sencillos, con menos actores y menos producción. ¿No cree que su teatro y su forma de hacerlo parten, en estos tiempos, de una condición de privilegio que no está al alcance de otros muchos creadores? “Absolutamente, este montaje no es algo que pueda presentarse en la temporada de un teatro, es algo que se programa en un festival, es un acontecimiento. Yo creo que el teatro sobrevivirá si es un evento, un acontecimiento, pero si es como una suscripción, algo institucionalizado con un programa que te asegura que el show va a ser corto para que tú puedas pagar el parking y el canguro e ir a cenar después, si eso es lo que nos motiva, entonces el teatro va a morir. Yo creo que la única cosa que hará que la gente salga de las pantallas en sus casas, de Netflix, será algo que la gente de tu comunidad te diga que tienes que ver porque es un acontecimiento. Y otra de las grandes cosas que supone un espectáculo así es también el hecho de estar juntos”.

El teatro es una comunidad de personas en el escenario que presentan algo a otra comunidad de personas que están en la sala, el público’

Para Lepage, el hecho de que The seven streams dure siete horas es una decisión de naturaleza social que tiene que ver con esa idea de estar juntos y la capacidad de crear comunidad durante todo ese tiempo: “El teatro es una comunidad de personas en el escenario que presentan algo a otra comunidad de personas que están en la sala, el público. Y la conexión será más fuerte cuanto más larga sea. Creo que el teatro no trata de comunicación, el teatro trata de la comunión. Al final de este espectáculo, también los actores y los técnicos aplauden al público porque es un maratón para ambas partes y todos están felices de haberlo hecho juntos. Siete horas de mal teatro no funcionarían, pero sí siete horas de un teatro muy bueno, muy desarrollado, que hable al corazón y a la inteligencia del público”.

“No soy un gurú ni un líder”

Lepage explica que entre sus últimos proyectos está una versión de Hamlet junto al coreógrafo Guillaume Côté que estrenó hace unos meses y probablemente visitará España, un Macbeth que estrenará en el Festival de Stratford en mayo de 2025 y una tercera pieza en la que dice que le gustaría estar solo en escena. A sus 66 años, el canadiense sigue siendo uno de los directores más hiperactivos y prolíficos de esa generación de creadores de la que también forman parte los belgas Ivo van Hove, Jan Fabre o Anne Teresa de Keersmaeker. Los tres han sido denunciados en los últimos tiempos por mal trato y actitudes tóxicas y autoritarias hacia sus trabajadores, aunque el caso de Jan Fabre incluía, además de acusaciones de abuso de poder, denuncias de acoso sexual a colaboradoras y bailarinas de su compañía Troubleyn por las que fue condenado a 18 meses de prisión.

Los tres, grandes estrellas de la escena, figuras incontestables e incuestionables durante décadas cuya forma de trabajar y relacionarse con sus equipos responde a esa figura del gurú intocable y casi mesiánico de la que Lepage dice sentirse muy lejos. “Todas las personas y problemas que mencionas proceden de algo muy simple: el papel del director como alguien muy poderoso y controlador, pero yo no siento ninguna conexión con todo eso porque lo que yo hago es, por supuesto, dirigir, pero no soy el jefe, no tengo el control como tienen ese tipo de directores. Es un culto y un modo de ver al director como alguien que te va a mostrar cómo actuar, el que va a liderar, el que te va a decir dónde vamos, así que tienen mucho control sobre la gente. Por supuesto que puede producirse algún tipo de abuso de ese control que dé lugar a todos los problemas que mencionaste antes, pero mi trabajo es exactamente lo contrario. Yo, a menudo entro a la sala de ensayos lleno de dudas y le digo ‘no sé a dónde vamos, vamos a descubrir’, soy como una especie de Cristóbal Colón porque le digo a mi equipo que vamos a descubrir un continente que nunca visto antes. Sé que hay un continente, pero no sé cuál es. Así que realmente no tengo esa autoridad y cuando tienes demasiada es cuando se produce un abuso de autoridad. No se trata de controlar a los demás y, si preguntas a mis actores, te dirán que es exactamente lo contrario. Yo confío en ellos para desarrollar cosas y llevarlas adelante, y eso suena a la paz y el amor del flower power de los años 60 pero es mi manera de trabajar, una manera que está muy estructurada y a la vez es un proceso muy abierto”.

Lepage añade que “también hay muchas cosas que han cambiado y no sé cómo es en España, pero en Canadá ahora, por supuesto, hay que tener muy en cuenta el género, y si una persona no quiere ser tratada como él o ella tienes que respetarlo, no solo porque ha sido impuesto por las nuevas reglas del gobierno, sino porque es parte de la conversación actual. Me parece muy interesante que dentro de nuestro equipo haya algunas personas que no dicen he o she porque quieren ser referidos como they y, aunque eso siempre provoca algunas reacciones de otros miembros, la conversación es muy saludable y estamos muy abiertos a ello. Así que te diría que el paisaje de las identidades y de las relaciones, sean de género o sexualidad, en nuestro contexto es extremadamente abierto. Y, en mi caso, yo no estoy en el control, no soy un líder al que mi equipo sigue como a un gurú porque, por supuesto, ser un gurú siempre lleva a algún tipo de abuso de una manera u otra”.

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