Rebeca García Nieto, hurgar en el silencio

El origen del mundo de Rebeca hay que buscarlo en la casa familiar de Medina del Campo (Valladolid), 1977. Una casa repleta de libros, biblioteca de la tía lectora, y una abuela analfabeta muy a su pesar. De la madre no se habla: trabajaba a degüello para sacar adelante sus dos hijos. Rebeca, la mayor, impúber aún, en su soledad empieza a soñar valiéndose de aquellos libros para adultos: Holocausto, el bestseller que dio lugar a la serie (“esto tiene que ser ficción, no puede haber pasado”, se decía la niña); el guión de Taxi Driver de Paul Schrader, las eróticas narraciones de Henry Miller… Así le ha ido.

Se doctoró en psicología clínica tras un rotatorio en el Bellevue Hospital de Nueva York, es traductora de literatura anglosajona de alto voltaje y, sobre todo, escritora. Lo supo pronto, ganó un concurso de narrativa en el instituto y no hubo vuelta atrás.

A NY fue con beca y se especializó en psicología infantil, pero no duró en la faena: investigadora y rigurosa hasta la extenuación, a su vuelta, la sanidad pública le resultó frustrante. Derivó a lo que realmente le interesa o la vertiente antropológica (trabaja en la Asociación Española de Neuropsiquiatría, como editora). Y empezó a traducir y a publicar (es autora de seis novelas y tres ensayos). Y ¿en qué punto de su vida confluyen Alemania, el peso del trauma, la literatura y la psicología social? Suma de circunstancias, responde.

El trauma te coloca para siempre fuera del mundo, y el arte trata de asumirlo, y obliga a imaginar

Rebeca viaja a Ámsterdam (su vida es una mudanza continua) para llevar a cabo una investigación sobre “el trauma complejo”, y descubre que el edificio donde se aloja había sido una sinagoga clandestina, y así revive aquella intriga infantil en torno al nazismo, y hurga. Corría 2013, regresa y le encargan la biografía de Herta Müller, quien en su discurso ante el comité que le concedió el Premio Nobel de Literatura en 2009 habló de lo difícil que había sido seguir queriendo a un padre no arrepentido de su pasado nazi, mientras la familia sufría el yugo de la dictadura de los Ceaucescu. Ahí, y siguiendo la pista de unas noticias sobre las deudas de guerra que Alemania continúa pagando, le nació El color y la herida (ed. De Conatus).

Influencias

No es sin embargo germana su influencia literaria, sino del posmodernismo norteamericano (cita a Foster Wallace) y las digresiones de género, de Javier Marías, por ejemplo: “Ahí está para mí la literatura”. Novelas donde la trama es la estructura desnuda, en las que “no se evidencia ideología tras la letra, por respeto al lector” y, en este caso, conducidas por un lenguaje visual. “Porque el trauma te coloca para siempre fuera del mundo, y el arte trata de asumirlo, y obliga a imaginar. Es el alemán una lengua herida, ¿cómo reconstruir el idioma de la barbarie? ¿Qué se cuenta cuando se calla?”, se pregunta: ¿qué cuenta el silencio?

Una historial dual, bipolar, vencedores y vencidos; un juego de espejos donde el este alemán se refleja en su oeste, la ética en la estética, y la memoria, en el olvido. Una historia compleja, frente a la sencillez personal que la escritora lleva a gala, contada por los alemanes supervivientes de allá, que pasaron de la guerra a la dictadura soviética, y por algún judío que regresó a Alemania tras la guerra. “Me gustan los temas que incomodan y se desconocen, porque me obligan a investigar (en grado compulsivo). Alemania ha sido un asunto tabú en Europa durante muchos años”.

El relato final es el punto de fuga que da sentido a toda la novela, y es un hecho real: los abusos cometidos sobre la población de la RDA por los ivanes (tropas soviéticas llegadas a liberar el campo de batalla). Víctimas mayormente femeninas. Todo plasmado en un lienzo: el superviviente condenado a ver y finalmente sometido él mismo a la mirada ajena, ¿será capaz de resistirlo?

El color y la herida

Rebeca García Nieto 

De Conatus

312 páginas. 22,90 euros

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