Queralt Lahoz es un volcán en efervescencia. Lleva seis años en erupción, pero no ha sido hasta ahora cuando ha encontrado su equilibrio. No tiene prejuicios a la hora de mezclar flamenco, urbano, electrónica y jazz, lo que la ha vuelto libre. Hace y deshace a su antojo, con el único límite ser ella siempre. Su segundo álbum es buen reflejo: en 9:30PM, su fragilidad se ha convertido en su punta de lanza. Y, claro, así de reivindicativa, sus canciones resultan aún más combativas. “Me encanta jugármela. Me sale así, no lo provoco. Es mi ADN artístico”, dice. Este sábado, en Chapinería, gracias a las sesiones vermú que la Comunidad de Madrid organiza para acercar la música a sus pueblos, sacará lustre a su armamento.
“Soy muy natural. Me gusta contar mis vivencias a través del arte. En él he encontrado las herramientas adecuadas para mostrar el universo de Queralt Lahoz”, asegura. De familia andaluza que emigró a Cataluña, la artista se ha empapado de todas las referencias culturales que la han perseguido desde 1991. Se siente libre de aunarlas, agitarlas, vomitarlas… En parte, porque jamás ha sentido la presión por hacer algo que no la representaba. “Nuestras costumbres son hermosas. Cuanta más diversidad haya, más belleza encontrarás. Por suerte, tengo distintos lugares a los que ir cuando lo necesito”.
'9:30PM' es el segundo disco de Queralt Lahoz. / ALBA VIGARAY
Con las emociones como fuente de inspiración, en esta ocasión, a sus 33 primaveras, Queralt se ha puesto a sí misma en el foco. Quería hablar de la forma que tiene de concebir la amistad, los celos, la depresión y las tradiciones: “Me he permitido ser yo. Hay algunos temas que he quitado, me he priorizado. Siento que he viajado en el tiempo, haciendo un ejercicio terapéutico”. En La fe, por ejemplo, dice: “Me dejé llevar por intuiciones. Ellas nunca fallan, son amigas”. Una revelación que resume a la perfección cómo encara la vida cuando ésta se pone fea. No es que sea más impulsiva que racional, sino que sabe dónde buscar para seguir avanzando.
De lo contrario, cortes como Me dolía igual y Setolvida no hubieran visto la luz. “Cuesta tanto escribirlas… La primera salió de una improvisación. La grabé en una toma y no pude volver a cantarla, no había manera. Es la menos técnica, pero la más honesta. Y la segunda es tan real. Me costó saber que quería sacarla. Son súper especiales”, cuenta. Ahora que está preparando la gira, es consciente de ello. Al poner toda la carne en el asador, la explosión será considerable. No suele comedirse sobre las tablas. “No me da vértigo, sino amor. Es bonito que alguien pueda sentirse sanado con estas canciones. Ojalá haya quien empatice porque me hubiera ayudado mucho en el pasado”.
La fuerza de su abuela
Ha sufrido los altibajos habituales que azotan a la profesión. Hasta el punto, incluso, de plantearse un plan B. Sin embargo, su amor por la música prevaleció. “Me pasó con este disco. Había sido un año duro, con pruebas médicas y demás. Tenía la ansiedad disparada. Fue una época tan intensa que me pregunté qué hacer con mi vida. Logré reconducirme, me di cuenta de que se lo debía a mi yo pequeña”, recuerda la intérprete, ya completamente recuperada de aquel tropezón. No obstante, reconoce que su generación ha cargado con una presión que no le correspondía. A diferencia de otras anteriores, sus sueños no terminaban de cumplirse pese al esfuerzo dedicado. Lo que se tradujo en frustración.
Queralt Lahoz toca en Chapinería (Madrid) este sábado. / ALBA VIGARAY
“Nos dijeron que tendríamos un montón de oportunidades si estudiábamos, pero no llegaron. No nos han permitido acceder a una vivienda digna ni a una cultura de calidad para seguir creciendo. Todo han sido trabas económicas. No llegamos a fin de mes. Si pudiéramos disfrutar de la vida que tanto luchamos, estaríamos más tranquilos”, subraya. Implacable en sus palabras, siempre tiene a su abuela presente. De ella, heredó la fuerza que la caracteriza: “El flamenco me lleva a ella, a las tardes en que ponía la radio. Viajo a La Paquera, La Fernanda, La Bernarda… Me inspira, me ayuda a no perder el norte. Mis recuerdos me mantienen en pie”.
P. ¿Ha vivido algún episodio de andaluzofobia?
R. Soy de Barcelona y, cuando he viajado, la gente se ha sorprendido por mi acento. La realidad es que yo hablo así con mi familia, por lo que me cuesta dejarlo fuera de mi día a día. Alguna vez lo he neutralizado, ¿eh? Para mí, no es andaluzofobia, sino incultura: hay quien cree que ser andaluz es sinónimo de cateto cuando los grandes escritores y científicos son de allí.