Miércoles, 3 de julio. Principios de verano al que acompaña una sensación de felicidad que embriaga a miles de españoles. La temporada vacacional ha comenzado. Algunos todavía trabajan, pero se respira un ambiente diferente. Una atmósfera estival que, sin embargo, ve la llegada de un elemento estridente. Un agente extemporáneo, enviado directamente desde el propio Estado, y que porta el azar y la tradición como sus principales alicientes: la Lotería de Navidad.
Pero, ¿qué hace aquí? ¿Por qué se menta la época de los turrones y los polvorones cuando las gotas de sudor empapan los rostros por el calor sofocante? Pues bien, lo hace por el mismo motivo por el que se anuncia ‘la vuelta al cole’ cuando parece que acaban de terminar las clases o cuando los anuncios de ropa de baño ponen los dientes largos a los individuos que se equipan con sus abrigos para salir de sus casas por las mañanas. Pero, además, sigue el mismo proceder que el de aquellos que empiezan a pensar en su disfraz de carnaval el 1 de noviembre. Incluso los que consideran buena idea ponerse a responder emails a las 23.00 horas para “adelantar trabajo”, podrían ser comparables.
¿Qué significa ‘precrastinar’?
Precrastinar aterriza en forma de verbo para definir el sentido –o el sinsentido- de todas estas acciones. Opuesta a la procrastinación, la precrastinación puede definirse como la necesidad de completar tareas o gestiones de manera anticipada, aunque no haya necesidad de hacerlo y su realización pueda ir en contra de la eficiencia.
La lógica de seguridad y de adelantarnos al futuro es inherente a la condición humana
Un comportamiento alejado de la racionalidad que, sin embargo, parte de un principio ancestral. Domingo Barbolla, filósofo, sociólogo, antropólogo y profesor de la Universidad de Extremadura tiene la respuesta a lo que puede ser la base de este desbarajuste. «La lógica de seguridad y de adelantarnos al futuro es inherente a la condición humana», explica Barbolla. Una afirmación que da orden al desorden, y sentido a la voluntad de dejar hechas las tareas lo más pronto que sea posible.
El sociólogo sentencia la naturalidad de asegurar aspectos importantes y, más aún, lo clasifica como un comportamiento «atávico». Un modus operandi que se traslada, también, a las empresas. Los negocios siguen las directrices y se rigen por los principios de aquellos a los que se ha encomendado dicha labor y que, lejos de ser entes extraños, son seres humanos que, en último término, responden a su rol de persona.
Las técnicas de las empresas
Cierta gran superficie quiere asegurar sus ventas de agendas, cuadernos, mochilas y todo lo indispensable para que las niñas y niños entren por las aulas cargados de ilusión y lo que no es ilusión durante los primeros días de septiembre. Una empresa hotelera, en otro ámbito, considera rentable lanzar descuentos del 60% para sus alojamientos de julio en febrero después de realizar el estudio correspondiente. Y lo estima así porque, cuando llegue verano, ya tendrá garantizado un número concreto de ocupaciones.
La era de la celeridad
Sin embargo, la naturaleza humana se ha encargado de establecer modelos, crear dinámicas y sentar nuevos órdenes que, paradójicamente, pueden ir en su propia contra. Quizá, se encargó de hacerlo tiempo atrás. Las sociedades occidentales han tintado con las prisas, la celeridad y las tareas infinitas la cotidianidad de quienes las constituyen. Un panorama en el que ese orden vuelve a desordenarse. En el que aparecen los comportamientos compulsivos y en el que la lógica se desdibuja en pro de la falta de racionalidad. Es en este punto donde el verbo precrastinar adquiere su plenitud.
Quizá existan erratas en las respuestas a esos correos que, perfectamente, se podrían haber pospuesto lejos de la nocturnidad y del cansancio del día. Es posible, también, que se cruce una oferta de última hora para el mismo billete de avión adquirido meses atrás y lo mismo para el marisco o los pavos que llenan los congeladores desde noviembre.
El dominio del consumismo
Pero ese nuevo orden establecido en la era de la globalización va ligado al consumismo y la voluntad de las empresas de asegurar sus ventas pasa a un segundo plano para dejar paso a otro deseo de destellos dorados. Se ha instalado la era de la opulencia.
Domingo Barbolla recupera la idea inicial y añade dos elementos a ese comportamiento atávico del ser humano. Por una parte, señala que «se crea una dinámica en la que a los individuos les genera angustia el temor a quedarse sin determinado producto o servicio». Por otra, se refiere a una convicción que se apodera de la mente, asegurándola que si compra con antelación conseguirá precios más económicos.
«Estos dos elementos forman parte de la psicología del consumo y de la psicología social, y las empresas juegan con ellos», explica el sociólogo. Un cóctel al que no le faltan ingredientes como la ansiedad o el estrés que identifican a una sociedad acelerada y que solo necesitan de la acción del dedo corporativo apoyado sobre el platillo de la balanza.
A veces no es siquiera la voluntad de los sujetos, sino la propia mercancía la que se impone a la voluntad del hombre
¿El resultado? Comportamientos distorsionados, actitudes compulsivas que ennegrecen esa lógica de adelantarse y pintan sobre ella prácticas más impuestas que heredadas, más forzadas de lo que muchos quisieran y de lo que otros tantos puedan percibir. Un estado en el que la mercancía se convierte en hegemónica y fuerza, tal y como expone Barbolla, unas formas y unas necesidades que no se ajustan a las humanas. «A veces no es siquiera la voluntad de los sujetos, sino la propia mercancía la que se impone a la voluntad del hombre», concluye.
Se ha roto el orden. «Los seres humanos somos los sujetos más ordenados de toda la realidad. Cuando se rompe ese orden de lógica, de pensamiento, el hombre actúa en desorden, acorta su vida y genera violencia», sentencia el docente de la UEx.
El conocimiento es esencial
Pero no está todo perdido. No dejar vencerse por el consumismo y el sistema que lo sustenta es posible fuera de una realidad utópica. O, al menos, lo es en parte. El conocimiento siempre ha sido sinónimo de poder, pero puede que ahora lo sea más que nunca. «El principio es comprender; si yo comprendo mi vida cambia», asegura Barbolla.
El conocimiento es la herramienta con la que defenderse, el escudo para enfrentar los estímulos desproporcionados y los intereses disfrazados de necesidades. Es el que permite recuperar la lógica que le ha sido arrebata al ser humano. En definitiva, es el que restaura el orden. Y, ahora sí, una vez adquirido, toca comprar ese décimo de lotería. Al fin y al cabo, es “el sorteo que nos une”.