Tras El gran delirio (2016), cuyo subtítulo, Hitler, drogas y el III Reich, ya daba las pistas de por dónde iba aquel ensayo, el periodista alemán Norman Ohler (1970) se sintió en la necesidad de responder una pregunta de su padre. ¿Por qué si el LSD podía ser bueno para la demencia y el Alzhéimer, enfermedad que sufre la madre del autor, no podía conseguirlo en la farmacia? De ahí surgió su nueva investigación, que recoge ahora en Un viaje alucinógeno (Crítica), de nuevo con un revelador subtítulo: Los nazis, la CIA y las drogas psicodélicas.
Se remonta Ohler a los orígenes del LSD, que se convertiría en los años 60 en la droga hippie por excelencia, con fiestas privadas donde la CIA experimentaba echando gotas en las copas sin que los asistentes lo supieran y con populares defensores de su consumo entre la contracultura, entre ellos escritores como Aldous Huxley (Un mundo feliz), Tom Wolfe (Ponche de ácido lisérgico) o Hunter S. Thompson (Miedo y asco en Las Vegas), los Beatles o Ken Kesey, autor de Alguien voló sobre el nido del cuco, protagonizado en la pantalla por un Jack Nicholson que como medio Hollywood de la época se apuntó a los viajes lisérgicos.
Tomar microdosis de LSD no curará el Alzheimer a mi madre, pero sí hace que se sienta mejor’
De hecho, la novela de Kesey, que trabajó en un hospital psiquiátrico, surge de su propia experiencia con la droga, que descubrió al participar como voluntario en los experimentos de la CIA por 75 dólares. Se aficionó tanto que organizaba fiestas de LSD y hasta compró un bus escolar, lo pintó de colores brillantes y propagó su consumo junto a sus amigos por todo el país bajo el lema La revuelta de las cobayas.
‘Un viaje alucinógeno’
Norman Ohler
Traducido por Héctor Piquer
Crítica
272 páginas | 22,90 euros
Pero el primer ser humano en probar el LSD fue su descubridor, el joven químico Albert Hofmann, en los años 40, en los laboratorios de la empresa familiar suiza Sandoz mientras estudiaba el cornezuelo, un hongo parasitario de los cereales. ‘Lo desarrolló con la esperanza de sacarlo al mercado como una medicina para la salud mental. Lo probaron varios en la empresa, lo testearon, les gustó y pensaron, con buen criterio, que era bueno contra la depresión y un aliado de la psicoterapia -explica Ohler en entrevista por videoconferencia-. Pero la Alemania nazi y luego la CIA y los militares estadounidenses pensaron que podía ser un arma en potencia para la guerra y durante la Guerra Fría y la probaron para manipular a las personas, como control mental y como suero de la verdad para interrogatorios o para hacer que quienes la tomaran, por ejemplo poniéndola en el agua de un barco soviético, fueran incapaces de luchar. La CIA frenó la intención de Sandoz de comercializarlo y limitó su investigación terapéutica’.
‘Yoga para el cerebro’
Ohler revela en el libro que su padre, su hermano y él acordaron, con el consentimiento de su madre, que ella tomara microdosis de LSD tras ver estudios que apuntan que activa los receptores cerebrales que el Alzheimer atrofia. Todos ellos también lo probaron. ‘Acabo de hablar ahora con mi padre -comparte desde el otro lado de la pantalla- y me ha dicho que la enfermedad empeora. Pero cuando de vez en cuando ella toma LSD pasa mejor el día y habla más. No la cura, pero hace que se sienta mejor. Creo que empezamos a dárselo demasiado tarde. Mi padre no nota nada al tomar una microdosis, pero mi hermano, o yo, cuando tomo quizá una vez por semana al dar un paseo por el campo, siento el cerebro ligeramente estimulado. Es como yoga para el cerebro y estoy convencido de que es saludable. Nadie ha muerto de sobredosis de LSD. No es peligroso si no se tiene predisposición a desórdenes mentales. Y no es adictivo, a diferencia de la heroína o la cocaína, que por eso son más rentables para los traficantes’.
La CIA abrió la caja de Pandora del LSD y luego no supo a cerrarla’
El periodista alemán asegura que ‘hay muchos neurocientíficos en todo el mundo interesados en investigar los efectos terapéuticos del LSD cara la depresión y la demencia porque los resultados hasta ahora son muy prometedores. Es una sustancia ilegal y por ello cualquier estudio con pacientes humanos es muy complicado, exige mucho papeleo y es mucho más caro’. ‘Y es un problema político, no quieren levantar las restricciones contra las sustancias psicodélicas, aunque Australia lo ha legalizado y ahora, con todas mis reservas ante el nuevo Gobierno de Trump, el que ha nombrado su ministro de Salud, Robert Kennedy Jr, ha dicho que lo hará. Quizá tenga un efecto amplificador. Se ha perdido un tiempo valioso, medio siglo desde 1966, cuando se prohibió’, lamenta.
Las farmacéuticas
A las farmacéuticas, añade, no les interesa estudiarlo. ‘Les es más rentable vender antipsicóticos, antidepresivos y caros medicamentos para la salud mental que investigar algo más barato que puede ayudar igual. Un viaje de LSD sale por cinco euros -apunta-. Falta información. Por eso escribí este libro’.
Mientras, lamenta que al ser ilegal la gente deba recurrir al mercado negro y no exista un control de calidad. ‘Aunque en Berlín hay un lugar donde se puede comprar porque le añaden un átomo de oxígeno y así lo hacen legal’, desvela.
Si Hitler hubiera probado el LSD habría tenido un ‘viaje’ horrible. Habría entendido que perdería la guerra’
No cree que Hitler, que solía chutarse un cóctel de medicinas y drogas, llegara a tomar LSD porque entonces aún no se conocía mucho. ‘Aunque si lo hubiera hecho seguro que habría tenido un ‘viaje’ horrible. Habría entendido que perdería la guerra’, augura. Pero sí se experimentó con él en el campo de concentración nazi de Dachau, en cobayas humanos, algo que también haría luego la CIA, prescindiendo de toda moral, a través del programa MK ULTRA, la mayoría de cuyos archivos fueron destruidos en 1973 por orden del nuevo director de la agencia, Richard Helms. ‘El Gobierno de Estados Unidos violó su propio código ético, que estableció en los códigos de Núremberg sobre la prohibición de experimentos con humanos sin su consentimiento. Eso fue el principio de la degeneración democrática americana’.
Ante la contracultura de los 60, que abrazó los viajes alucinógenos, recuerda que el músico ‘Frank Zappa dijo que todos cayeron en la trampa de trabajar en pos de la paz y de hacer el amor y no la guerra y eso impedía que realmente lucharan para cambiar el sistema. La CIA abrió una caja de Pandora y no supo volver a cerrarla’.