Cinco mil pesetas recibió aquella autora desconocida de 23 años llamada Carmen Laforet cuando ganó el primer Premio Nadal, en 1944, con una historia que retrataba el estado de ánimo de toda una generación de jóvenes que soñaban con un futuro mejor entre los escombros de un país hecho trizas por la guerra civil. Aquella novela, titulada Nada, sacudió el mundo de las letras y convirtió a Laforet en una de las grandes narradoras de la posguerra española, pero también la condenó a un éxito del que huyó toda su vida y le colocó esa etiqueta injusta de autora de una sola novela, a pesar de publicar obras como La insolación o La isla y los demonios. Ochenta años después de aquel premio que se convirtió en un hito, el Teatro María Guerrero del Centro Dramático Nacional estrena este viernes la primera adaptación teatral de Nada, con dirección de Beatriz Jaén y adaptación de Joan Yago. En el reparto, Carmen Barrantes, Jordan Blasco, Pau Escobar, Laura Ferrer, Manuel Minaya, Julia Rubio, Andrea Soto y Peter Vives.
Laforet situará su historia en Barcelona y en un “ambiente de gentes y muebles endiablados”, esa casa familiar de la calle de Aribau donde va a parar Andrea a sus 18 años, recién terminada la guerra, con su maleta de cartón atada con cuerdas y la ilusión por estrenar. En ese universo venido a menos, con paredes de papel pintado y manchas de humedad, sillas apiladas, piano y mesa de comedor sitúa Beatriz Jaén una puesta en escena coral atravesada por “dos fuerzas en lucha”. Por un lado, explica la directora a este diario, “la familia de Andrea, adultos que han quedado atravesados por una guerra cruel, personas destrozadas a nivel moral y físico que tratan de seguir adelante, algo que la precariedad y la miseria de la posguerra volvió muy complicado. La otra fuerza que lucha es la de esos jóvenes que en 1939 tenían 19 o 20 años, que tienen que seguir manteniendo viva la esperanza y no encuentran apoyo o compañía en los adultos porque están destrozados”.
Beatriz Jaén dirige 'Nada'. / Cedida
Esa casa y esa familia compuesta por su abuela, su tía Angustias o sus tíos Juan y Román, con esos vínculos a veces terribles, es lo que ocupa el centro de la apuesta escénica de Jaén, una casa en la que también entrará la ciudad de Barcelona o la relación de Andrea con sus amigos universitarios y, sobre todo, “con su amiga Ena, que se convierte en su gran talismán, en su fuerza vital”. Ese vínculo entre Andrea y Ena será, además del grito generacional de la novela, uno de los grandes puntales en los que Jaén sostiene su mirada sobre Nada: “Es una historia de sororidad entre dos mujeres que se van a apoyar y se van a declarar amor eterno en la escena final en el sentido de tía, te quiero a mi lado, te quiero un montón y vamos a estar juntas, vente a Madrid conmigo”.
No es la primera vez que Beatriz Jaén y Joan Yago trabajan juntos. Lo hicieron, también para el CDN que dirige Alfredo Sanzol, en la obra Breve historia del ferrocarril español, escrita por el fundador de La Calórica y por la que Jaén recibió el premio de dirección emergente de la Asociación de Directores de Escena de España. Tampoco es la primera vez que el CDN lleva a escena la obra de una autora del siglo XX. Ya lo hizo con La madre de Frankenstein, de Almudena Grandes o con Así hablábamos, un montaje de La tristura sobre la obra de Carmen Martín Gaite. Pero sí hay en este proyecto una primera vez para Joan Yago, autor de obras como Las aves o Fairfly, que confiesa que “nunca había adaptado una novela y enfrentarme a una novela río, a una novela existencialista de estas, con una protagonista que habla y dice poco, porque ella mira, observa y recoge lo que ve a su alrededor… es difícil traducir esto al lenguaje del escenario”. Dice también que esta es la primera ocasión que trabaja “en un espectáculo tan grande, de tres horas de duración, con diez actores y actrices. Es la primera vez que hago una obra con intermedio, en un escenario tan grande y una escenografía con muchos elementos”.
Ni radical, ni superwoman
“Unos seres nacen para vivir, otros para trabajar, otros para mirar la vida. Yo tenía un pequeño y ruin papel de espectadora. Imposible salirme de él”, escribe Laforet, que dotará a su protagonista de la condición de testigo de un mundo roto y devastado: una ciudad, Barcelona, mucho más triste y gris que aquella con la que fantaseaba antes de llegar; un universo familiar destrozado, disfuncional y atravesado por la violencia, y un país hecho trizas tras una guerra civil. Joan Yago ha sido bastante fiel al texto original, quizá por esa responsabilidad de ser el primero en hacerlo, en una adaptación repleta de diálogos en los que irá insertando apartes en los que Andrea comparte sus pensamientos sobre lo que siente y ve.
De la adaptación del texto de Laforet se ocupa el dramaturgo Joan Yago. / Cedida
“Yo creo que la novela está hablando del desencanto y la decepción que acompaña el paso a la edad adulta —explica el dramaturgo—, esta especie de trauma y de duelo por la infancia que se termina y, de repente, tienes que hacer cosas de adulta y relacionarte con el dolor, con el miedo, los nervios y la frustración mientras, a la vez, estás probando esa libertad de la adultez de poder andar sola de noche por la calle, por ejemplo. Pero también creo que la novela habla de la violencia que reciben las mujeres, desde esa violencia física y machista que sufre el personaje de Gloria o el de Angustias hasta la violencia sistémica que recibe Andrea de todos esos pretendientes vampiros que intentan convertirla en su chica. Y, por último, es la zona cero de la posguerra, de una vida que tiene que seguir a pesar de que está totalmente reventada, abierta en canal, rota y hecha trizas. Estos son los tres ingredientes que definen nuestra versión teatral”.
En su novela, además de narrar una violencia machista que hoy hace de Nada un relato de terror con palizas brutales contadas con detalle, Laforet cuestiona no solo la moral de la época y la idea tradicional de familia (aquí, profundamente enferma), sino ese ideal de amor romántico del que hoy seguimos hablando y con el que Andrea sueña pero que, una vez llega, no termina de convencerla. Joan Yago cree que ella “quiere ser Blancanieves, la princesa de cuento que ella ha soñado toda su vida, es una chica que ha soñado con su primer beso, su primer baile, su primer novio o su primer vestido y, cuando llegan, se da cuenta de que no le gustan tanto, que no son como en los cuentos que le han contado”.
Para el dramaturgo, eso tiene que ver con “los mitos” con los que se alimentaba y nutría “la idea de la mujer en la primera posguerra y, efectivamente, Andrea se encuentra con estas cosas, y va viendo que no le ha gustado su primer beso o que no ha bailado en su primer baile. Y, de alguna manera, así se va construyendo el personaje, que no es una radical que se opone a todo eso, sino una tía que se va desencantando y va construyendo su personalidad a pesar de ello. Y a mí esto me parece muy chulo porque creo que una de las cosas que nos hace identificarnos mucho con el personaje es que no es una superwoman contra el sistema, sino una tía que habla sin tapujos de cómo se siente en relación al sistema”.
Julia Rubio (izda), en el papel de Ena, y Júlia Roch, en el de Andrea, interpretan a las protagonistas de la historia. / Bárbara Sánchez Palomero
Laforet pondrá a la mujer en el centro de su historia y hablará, fundamentalmente, de la construcción de su identidad, algo insólito en una época en la que esta vivía supeditada a lo masculino. Joan Yago cree que por eso “fascina tanto el personaje de Ena, que está en el centro de los grupos intelectuales, de los grupos de amigos, y es bonito que el personaje de Andrea entiende que otro tipo de mujer es posible y va incorporando estos elementos”. Frente a la luz que desprende Ena, la oscuridad de la tía Angustias, otra mujer que también ocupará el centro del relato: “Sabemos que el límite entre Andrea y Carmen Laforet no está muy definido y, de alguna manera, ella le dedica media novela a su amiga y media novela a su tía, son como las dos caras de una identidad femenina a la que aspirar en esa sociedad de posguerra”.
¿Ese conflicto entre el mundo de los adultos y los jóvenes presente en la novela se puede extrapolar al sistema teatral en que vivimos? “Sí, sin duda. Como casi siempre pasa, hay una serie de injusticias sistémicas que hacen que a las voces jóvenes, ya sean autores, autoras, directores, directoras, actores o actrices, les cueste un montón llegar a los escenarios, especialmente a los escenarios públicos. Cuesta tanto que se completan carreras enteras sin que un actor o una actriz haya conseguido nunca su oportunidad. A la vez, como siempre, el conflicto generacional a veces no explica la radiografía entera, porque hay directores y directoras y actores y actrices más mayores que trabajan súper bien con compañeros más jóvenes. Es decir, no existe una guerra entre generaciones. El problema es que el sistema premia a los que ya están allí y pone muchas dificultades a los que todavía no han conseguido un espacio de visibilidad porque nadie quiere arriesgarse a tener en su obra de teatro público a un actor o actriz desconocida que no sabes si lo va a hacer bien o lo va a hacer mal y esto acaba haciendo que haya unos pocos, en los que yo ahora mismo me podría incluir, que ocupamos demasiado espacio mientras hay toda una gente joven a la que le cuesta mucho”.