La España cainita se ha cebado con el capitán de la selección, víctima de su propia sensibilidad, evidencia que no ha pasado desapercibida para quienes se regocijan con las debilidades ajenas. Cada lamento de Morata era carnaza para aquellos que se ensañan desde el polvorín de las redes sociales. Él, antes persona que futbolista, no acepta dejarlo pasar. No va con su manera de ser. De haberse parodiado a sí mismo los atrincherados en su contra hubieran salido en estampida, en búsqueda de otro mártir.