Sillas, paquetes de papel higiénico, cajas de cereales, un microondas, una nevera, ovillos de lana, teteras, cucharas, vasos, rollos de telas de colores, botes de galletas, jarrones, una televisión del siglo XX, cajones de Coca-Cola, maletas, cestos, libros, lámparas, maceteros, cojines, un radiocasete más sillas y siete cajas de cartón con la palabra frágil. Todo apilado perfectamente en un tótem de cinco o seis metros de altura que preside un escenario vacío con suelo de baldosas. Un espacio a modo de limbo en el que los miembros de una familia de origen sefardí pasarán siete días juntos tras la muerte de la abuela, siete días de Avelut o Avel, el rito de duelo judío en el que compartirán y convivirán con un dolor común.
‘Me parece que tiene un valor pasar esta semana juntos, me recuerda a esa imagen de las familias de antes’, dirá alguien y el espacio vacío se irá llenando de alfombras, cojines, sillas y mesas, pero también de preguntas sobre todo aquello que da forma a ese tótem, un símbolo de ‘ese legado que parece museístico, un legado que a veces es impracticable y sentimos como inútil, con el que cargamos como carga la persona que vende baratijas en el zoco, con esa sensación de no saber cómo apilarlas para que quepan más y cuyo valor empieza a ser discutible’. Ese tótem es la familia, la familia de antes, la de ahora y la de mañana, la que despreciamos, la que idealizamos, la familia como institución, la familia como lugar al que volver o del que huir, la familia como género literario, cinematográfico o teatral, la familia como un universo de vínculos en conflicto. La familia como interrogante y punto de partida de Los nuestros, la nueva obra que firma y dirige Lucía Carballal y su debut, a partir de este viernes, en la sala grande del Teatro Valle-Inclán del Centro Dramático Nacional después de piezas como Los pálidos, La Fortaleza, Una vida americana o La resistencia. En el reparto, Mona Martínez, Manuela Paso, Miki Esparbé, Ana Polvorosa, Marina Fantini, Gon Ramos y los niños Alba Fernández Vargas/ Vera Fernández Vargas y Asier Heras Toledano/ Sergio Marañón Raigal. Con escenografía de Pablo Chaves, iluminación de Pilar Valdelvira, vestuario de Sandra Espinosa y música de Irene Novoa.
En esa familia habrá una madre, un hijo y su novia, una tía y sus dos hijos, su nueva pareja y una prima lejana. Todos, personajes en crisis, transitando ese umbral entre lo que parece estar terminando y eso que tal vez vaya a comenzar. La muerte de una madre y el futuro del negocio familiar; un hijo dramaturgo que planea renunciar a su trabajo y dejar la ciudad para tener un hijo; una mujer con dos niños que se acaba de divorciar, y una prima judía que abandona Israel porque no soporta tanto horror. Una familia que no sabe estar junta, incapaz de celebrar nada, una familia que se preguntará: ‘Cualquiera que nos mire desde fuera ¿qué pensará de nosotros? Dirá qué pena esta familia con sus cosas, preguntándose qué son, cómo seguir siendo lo que son, completamente agotados’.
'Los nuestros' es la nueva obra de teatro que firma y dirige Lucía Carballal y su debut, a partir de este viernes, en la sala grande del Teatro Valle-Inclán del Centro Dramático Nacional. / BSP
La familia de antes
Habrá un segundo tótem en esta historia, un roble centenario que no vemos, un árbol que presidirá el jardín de la casita de Brístol a la que se quieren mudar ese hijo y su novia, un lugar en el que formar una familia tal vez distinta a esa de la que viene y con la que ha decidido convivir los siete días de Avelut. ‘El roble es una especie de elemento simbólico de un futuro posible, de la construcción de un núcleo familiar en un mundo hostil, en una ciudad más pequeña y en un país como Inglaterra que está haciendo sentir a todos los extranjeros que deberían marcharse. Me divierte lo naif de la imagen, la idea de que todavía podamos construir ideas familiares de futuro en torno a símbolos que incluso rozan lo conscientemente cursi y, sin embargo, todavía nos puede reconfortar ese viejo árbol en torno al cual construir una familia o una idea de futuro’, explica la directora. Ese diálogo entre el tótem-legado lleno de bártulos y el roble que habla de un futuro imaginado articula Los nuestros, una obra que se pregunta qué hacer con lo heredado y cómo estar juntos, qué sentido tiene hoy la idea de familia cuando hablamos tanto de la amistad, de nuestra familia elegida.
‘Me interesa esa posible percepción que empezamos a tener de la familia de origen o biológica como algo que forma parte de una sensibilidad que ya estamos dejando atrás. El discurso contemporáneo está poniendo más el foco en los amigos como la nueva familia que uno se puede crear a su antojo, a su voluntad, y es interesante esta fantasía de que podemos diseñar nuestra vida a partir de un folio en blanco y que podemos encontrar nuestro entorno perfecto para nuestro desarrollo. La pregunta es dónde queda la familia entonces y si la familia, precisamente porque sus vínculos nos comprometen hasta el final, puede ser todavía un lugar de aprendizaje y de revelaciones que tienen que ver con cómo nos relacionamos con los otros más allá de esta política de la decisión y la elección tan contemporánea’, explica Carballal a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA. ‘Hay un discurso en la función, que creo que es un poco contra corriente, que plantea la posibilidad de que quizá haya elementos en nuestra manera de vivir anterior o en cómo eran las cosas antes que todavía puedan abrir puertas al futuro o que puedan ser todavía incluso signos de modernidad. Hay una idea bastante radical en la obra sobre la posibilidad de defender el pasado como un lugar del cual todavía surge la novedad’.
LucíaCarballal, autora y dramaturga. / Valeria Mitelman
Sin embargo, hay algo un poco anacrónico y profundamente arriesgado en la decisión de Carballal de volver a esa idea de la familia tradicional cuando llevamos tanto tiempo hablando de familias monoparentales o del mismo género, cuando hemos identificado la familia como un espacio de violencia para muchas mujeres y personas LGTBIQ+, cuando la familia es ese lugar en el que tantas ejercen y asumen unos cuidados de los que se desentiende el Estado, y cuando esa familia tradicional lleva décadas convertida en una Arcadia en el imaginario de la derecha. “A mí me parece que cuando los planteamientos desde la izquierda se hacen como reacción a lo que propone la derecha, en general fracasamos —dice Lucía Carballal—. Y creo que el hecho de que la derecha se haya adueñado de algunos conceptos como el de la familia y sea la piedra filosofal de muchos de sus discursos no es un motivo para dejar de decir que la familia le importa a todo el mundo y que todavía es el sitio donde nos jugamos la mayor parte de cosas de nuestra vida. Por otro lado, creo que también hay algo en los discursos más contemporáneos o más rompedores en torno a la familia en los que casi todo lo que se está diciendo tiene que ver con las fórmulas de disolución, no solo en el plano de la pareja, el amor romántico o la familia biológica, sino en cualquier vínculo en el largo plazo. En las amistades, por ejemplo, esa idea de cómo apartarnos de nuestros amigos tóxicos que no nos permiten crecer. Son fórmulas de disolución, de separación, toda una poética en torno a la elección de los que nos acompañan en la vida, como si fuésemos gente que hace un casting en torno a nuestras prioridades y necesidades y solo sobrevivieran los que lo hacen muy bien. Y eso me parece profundamente neoliberal y es algo que ha trascendido ya a la derecha y la izquierda. Desde esa mentalidad neoliberal, sigue siendo un reto cómo nos relacionamos con nuestros padres, con nuestros hermanos, con la descendencia que tengamos o con la decisión de no tenerla, o qué significa quedarse junto al otro cuando las cosas van mal. Me parece que si le damos esta otra visión puede convertirse en algo que no veo como reaccionario, sino lo contrario’.
Es la maternidad, amigos
Los nuestros dialoga con el legado igual que lo hacía La fortaleza, una pieza que Carballal estrenó en febrero de 2024 en el Teatro de la Comedia (CNTC) en la que se preguntaba qué hacer con el canon y la herencia recibida a partir de la figura de un padre ausente, el suyo. ‘Yo estaba escribiendo ya Los nuestros cuando hice La fortaleza y me pilla llegando a los 40, con la pregunta de la maternidad ya en alarma roja. Aparece entonces una pregunta que es superíntima y que creo que es uno de los motores de Los nuestros, que es la cuestión de la línea sucesoria. Cómo los padres que has tenido y lo que te ha pasado de muy cría condiciona la imagen de ti misma trayendo a otra persona al mundo. O sea, cómo se puede asumir sin drama que a lo mejor no te vas a visualizar con facilidad en un rol de crianza cuando has tenido un modelo muy difícil. La pregunta es ¿hasta qué punto eso es así? ¿Cuánto se puede subvertir?’.
Y ahí está, en el fondo, el asunto del que habla realmente Los nuestros, una obra en la que Carballal usa toda esa arquitectura familiar para lanzar la gran pregunta sobre la maternidad/paternidad de una generación, la suya, sobre las condiciones y razones para traer un hijo al mundo hoy. En un momento de la función, Reina, el personaje de Mona Martínez, reprochará a su hijo Pablo, interpretado por Miki Esparbé, que cambie su vida y renuncie a su carrera de dramaturgo por tener un hijo y le recordará que era su generación la que ‘se suicidaba para que un niño pudiera nacer, pero yo pensaba que eso pasaba en mi época, no en la vuestra (…) ¿No me has hablado tú siempre de tus colegas escritores que se deprimen cuando tienen hijos? Que ya no duermen ni escriben… Autores serios que acaban haciendo teatro para bebés, con unas formas y unas lucecitas, porque es lo único que ven ya, los pobrecillos’.
Pablo y Marina (Ana Polvorosa) serán una de esas parejas que habla todo el tiempo sobre la posibilidad de tener un hijo, sin llegar a saber del todo si han tomado o no una decisión al respecto. En torno a esta idea, explica Carballal que ‘al final, más allá de las dificultades materiales que son infinitas, hay algo que tiene que ver con la esperanza de traer algo nuevo a este mundo y embarcarte en ese viaje que ni siquiera sabes si te va a salir bien. Y ese acto, que considero de fe, me parece difícil observarlo si no es desde una mirada muy panorámica porque tiene que ver con permitir que algo nazca, que se abra una puerta al caos, que se abra una puerta a la muerte y resurrección de uno mismo. Es un eslabón en una cadena sucesoria y genealógica y por eso la pregunta sobre los hijos es también la pregunta sobre los padres. Creo que, al final, se trata de mirar a los padres para mirar la posibilidad de tener hijos o la decisión de no tenerlos’.
El asunto sefardí y el posicionamiento político
La maternidad y la familia no son los únicos territorios de conflicto que Carballal explora en Los nuestros. La familia protagonista de la obra es una familia sefardí, descendientes de judíos expulsados por los Reyes Católicos, que regresa a España desde Marruecos en los años 60. La autora se inspira en su familia política y en un viaje de conocimiento sobre una realidad que le permitió ver ‘la complejidad y la dureza acerca de qué significa ser judío y qué significa serlo ahora’. Carballal viajó a Tánger y después a Israel gracias a una beca Leonardo: ‘Estuve sobre todo en Tel Aviv, entrevistando a judíos españoles que se habían trasladado a Israel en algún momento de su vida, gente que llevaba menos tiempo y otros que habían llegado siendo niños. Y de alguna manera, gracias a esos relatos construí un poco lo que luego fue el personaje de Tamar’.
Tamar, esa prima lejana interpretada por Marina Fantini, abandonará Israel porque no soporta el horror y la violencia ejercida contra la población palestina desde octubre de 2023 y Carballal usará su personaje para explicitar, de alguna forma, su postura sobre el conflicto: ‘Es de las cosas más difíciles que he hecho en mi vida como autora. Yo empecé la obra antes del 7 de octubre de 2023, pero después de aquello y de la reacción militar de Netanyahu, con todo ese terror y viendo que podía condicionar la mirada del espectador y la mía propia, pensé en no hacer la obra, sin más, pero me pareció que sería plegarme a un pensamiento falso, a esa idea de que una familia judía sefardí y una familia israelí son lo mismo, o que una familia judía sefardí y una familia que apoya la política de un señor en este momento son lo mismo, una creencia que no deja de ser inconsciente y que tiene más que ver con un impulso casi de acto reflejo que con una reflexión meditada’.
Lucía Carballal decidirá entonces seguir adelante con el texto, haciendo referencia a lo que estaba pasando ‘no sólo por la exigencia de un público sino porque a mí misma me está destrozando el corazón, y necesitaba que formase parte de la obra, pero sin traicionar su esencia’. De ahí el personaje de Tamar, ‘que refleja mis miedos y mi problema, porque yo he estado en Tel Aviv, he conocido a gente maravillosa allí y con algunas de ellas me cuesta mucho hablar en este momento porque hemos perdido un lenguaje común’. Sin embargo, sobre esa especie de ansiedad actual por elegir bando y saber siempre de qué lado está cada uno, Carballal cree que ‘hay un tipo de espectador, que también es una parte de mí misma, que quiere y necesita un posicionamiento claro que nos salve. Creo que ese es un problema contemporáneo, el statement cortito, rápido y urgente, que nos permita ser escuchados para tranquilizar al que está al otro lado y diga, venga, vale, te voy a escuchar porque ya de entrada piensas lo mismo que yo’.