Recordaba Alfonso Guerra hace unos días, durante el homenaje que la RAE dedicó a Antonio Machado, elegido en su día para formar parte de ella pero que nunca llegó a ingresar, que la muestra sobre los Machado que acaba de inaugurar la Academia, y de la que él es comisario, “es la exposición de dos grandes poetas, no de un gran poeta y un poeta menor, que surgen de una familia extraordinaria”. Es un buen resumen para lo que se puede ver en las salas de la institución situada a espaldas del Prado: los dos hermanos de los que hablaba el veterano político socialista, Antonio y Manuel, aparecen a lo largo de su recorrido retratados casi con el mismo detalle, merecedores de una relevancia parecida, a pesar de que la posteridad haya tratado mucho mejor al primero y más joven. La muestra, que ya pasó antes por Sevilla y Burgos, pretende también reflejar cuánto le debió la talla intelectual y artística que los dos alcanzaron a la familia y el ambiente en los que se habían criado.
“La exposición es un viaje con los poetas, tan fraternos y tan diferentes. El uno profundizando en la trascendencia, el otro practicando la ligereza de la gracia”, decía Guerra en referencia a un Antonio a menudo doliente, cargando sobre su espalda sus propios pesares y los de una España a la que amaba pero veía presa del atraso y la codicia de unos pocos, y a un Manuel que fue un dandi aficionado a la buena vida, a la bohemia y a los salones literarios.
Bustos de los dos hermanos, Antonio (izda.) y Manuel Machado. / Cedida
Los dos se quisieron siempre y colaboraron a menudo, pero la división dramática del país y la Guerra Civil que tuvo como consecuencia acabaría por separarles, situando a cada uno, a ojos de la historia, en una de esas dos Españas: Antonio en la que avanzaba, y Manuel en la que reaccionaba contra ese avance, pero sin que el compromiso de este último fuese tan verdadero. Como un ‘franquista aparente’ le describe el director de la RAE, Santiago Muñoz Machado, que si acabó situado en el lado de los sublevados y en el de la brutal dictadura subsiguiente fue más fruto de las circunstancias que de otra cosa.
Regreso a la Real Academia
Con la exposición Los Machado. Retrato de familia en la Real Academia Española, los dos hermanos vuelven a una institución con la que estuvieron vinculados. Antonio fue elegido para ocupar el sillón ‘V’ en 1927, pero nunca ingresó por diversas razones, una mezcla de vicisitudes personales y políticas que hicieron que ni siquiera llegara a terminar de escribir, ni mucho menos a pronunciar, el discurso de ingreso que debería haber leído en 1931. Manuel, en cambio, fue elegido miembro de número en 1938, en plena guerra y con una RAE ya en manos de los franquistas y desplazada en San Sebastián.
Máquina de escribir Underwood con el discurso de ingreso de Antonio Machado en la RAE, que nunca llegó a pronunciar. / Cedida
En medio de aquel clima de extrema violencia, el hermano mayor se la jugó citando en su discurso de entrada al pequeño, entonces uno de los intelectuales más identificados con la República y un innombrable para el nuevo régimen en ciernes, que no cesaría de perseguirle hasta el fin de sus días. A pesar de todo, Manuel sí que ejerció como académico durante el resto de su vida. De hecho, la RAE acabaría siendo el lugar en el que se refugiaría durante aquel período oscuro y hambriento que fue la posguerra, y allí se instaló su capilla ardiente cuando murió en 1947.
Ciencia y cultura en los genes
Lejos de ese final oscuro, hay mucha luz en la exposición que se puede visitar en la sede de la RAE. Su recorrido arranca con la infancia y los antecedentes familiares de los Machado en Sevilla. Allí nacen ambos, Manuel en septiembre de 1874 y Antonio apenas un embarazo después, en julio de 1875 (este verano se cumplirá su 150 aniversario). Son los mayores de siete hermanos y se crían en el palacio de las Dueñas, aristocrático complejo alquilado en aquella época a varias familias más modestas. Ese universo de patios, huertos y limoneros soleados que Antonio evocará en uno de sus poemas más conocidos. Pertenecen a una saga de intelectuales progresistas vinculados a la ciencia y el estudio de la cultura, y los hermanos se nutren de ese espíritu desde el principio.
El abuelo Antonio es científico, será rector de la Universidad de Sevilla, alcalde de la ciudad, y el gobernador que acabe con el bandolerismo en la provincia. ‘Darwinista de los primeros en España, conspirador en la revolución del 68, ‘La gloriosa’’, recuerda Alfonso Guerra. La abuela Cipriana es pintora, pero también se dedica a recoger romances, cuentos populares y canciones, como luego hará su hijo, Antonio Machado, conocido como ‘Demófilo’, padre de los poetas y un importante folclorista. Todos ello trasladarán a los niños “el amor por la naturaleza, la contemplación del paisaje, la afición por los romances viejos y el uso del folclore, sobre todo de las canciones del flamenco”, explica el comisario de la muestra.
Un poema que Antonio dedicada a 'La juventud de mi padre'. / Cedida
En la exposición se puede ver el ábaco con el que aprendieron a leer y a contar. Hay también libros de Demófilo sobre el flamenco o sobre cuentos tradicionales y los retratos que la abuela Cipriana pinta de los niños. El abuelo hace que toda la familia se traslade a Madrid para que los niños estudien en la Institución Libre de Enseñanza. Es evidente la admiración de los hermanos por su fundador, Francisco Giner de los Ríos, al que recuerdan como el ‘maestro querido’ al que los pequeños ‘llevábamos en volandas hasta la puerta de clase’, recuerda Antonio. El resto de su vida académica, en el instituto y la universidad, no será tan feliz.
Manuscritos de poemas que Antonio Machado escribió durante su etapa en Soria. / Cedida
Vienen después los años de la bohemia en Madrid, de la etapa que ambos pasan en París y del traslado de Antonio a Soria, donde pasa sus años más felices. En la muestra se pueden ver los manuscritos de poemas como Soria fría, soria pura y Las viejas de Castilla, donde queda claro su amor por esa tierra y sus campos, tan importantes en su literatura. También se enamora de Leonor Izquierdo, una niña con la que se casa en cuanto cumple la mayoría de edad de la época, los 15 años. Él tiene 34. La suya es una historia feliz, por lo que conocemos, que se trunca cuando Leonor enferma y muere con solo 18 años.
Incapaz de seguir en el lugar donde fue feliz con ella, Antonio pasa unos años como profesor en Baeza, carcomido por la melancolía, y después en Segovia, que por su cercanía a Madrid le permite reconectar con la vida intelectual de la capital. Manuel ya ha sentado un poco la cabeza y conseguido el puesto de director del Museo Municipal de la capital. Ya ha publicado El mal poema, del que se muestra una edición original, es crítico de teatro y articulista de relieve. También vemos algunos objetos propios del dandi que es: el bastón, el reloj de bolsillo, una elegante pitillera.
La pitillera de Manuel Machado, uno de los objetos del escritor y académico que se pueden ver en la exposición. / Cedida
Cuando Antonio es elegido para ingresar en la RAE (una vieja máquina de escribir portátil Underwood muestra un borrador del discurso que nunca terminó) es la época en la que los dos hermanos escriben a cuatro manos varias obras de teatro y se convierten en autores de éxito: Desdichas de la fortuna o Julianillo Valcárcel, Juan de Mañara, La Lola se va a los puertos… ‘Nosotros trabajamos despacio, es decir, seguimos escribiendo por el gusto de escribir, desinteresados del fin, manteniendo la propia actitud que hace treinta años cuando escribíamos un soneto que no iban a leer más que unos cuantos amigos’, escriben en un artículo para el diario progresista La libertad.
Cuando llega la República, los dos son firmes partidarios de esta. Antonio aparece en una foto, y también a página en un periódico, con Marañón, Ortega y Gasset y Pérez de Ayala como los fundadores de la Agrupación al Servicio de la República. También participará en las Misiones Pedagógicas. Manuel, por su parte, escribe la letra para el Canto Rural a la República Española, con música de Óscar Esplá, que debería haberse convertido en himno del nuevo régimen. Pero mientras que Antonio se mantendrá fiel a la causa, su hermano se irá desencantando.
La última sala de la exposición es la de la tragedia: la guerra y el exilio. A Manuel le pilla con su mujer en Burgos, capital de los sublevados. Pasadas unas semanas le detienen, fruto de las envidias que arrecian en la España dividida: vemos la orden de arresto en Burgos por parte de los nacionales, pero también la del registro de su casa de Madrid un año después por orden de los republicanos. Antonio está en Madrid cuando estalla el conflicto, pero pronto escapará a los bombardeos siguiendo al gobierno republicano, primero a Valencia y luego a Barcelona.
Primera edición de su volumen de poemas 'La Guerra' (1937), con ilustraciones de otro de los hermanos Machado, José. / Cedida
Una vitrina muestra el borrador del poema estremecedor, El crimen fue en Granada, que dedica a la muerte de Lorca, al que había conocido años antes: ‘Se le vio, caminando entre fusiles, / por una calle larga, / salir al campo frío, / aún con estrellas, de la madrugada / Mataron a Federico / cuando la luz asomaba’. Junto a él, las últimas imágenes de Antonio Machado en su exilio francés. Tiene 63 años, pero se ve a un hombre consumido y de apariencia mayor. Morira en 1939 en Colliure, a apenas 25 kilómetros de la frontera con España. Cuando Manuel y su esposa Eulalia llegan a Colliure para despedirle, descubren que tres días después ha muerto también su madre.
La 'máquina de trovar' recreada para esta exposición. / Cedida
La ‘máquina de trovar’
En el Juan de Mairena, el texto apócrifo publicado en 1936 en el que un imaginario profesor analiza con sus alumnos la sociedad y la cultura de la época, y con el que Machado condensó su pensamiento, aparecía una idea entonces visionaria y muy lejana: la de un artilugio capaz de escribir poesía dándole apenas un puñado de palabras o conceptos. Una imaginaria ‘máquina de trovar’ que adelantaba muchas décadas lo que hoy en día es la Inteligencia Artificial, y que Tanhauser Estudio ha llevado a la realidad para esta exposición: en una de las entradas a la RAE, el visitante se acerca a un viejo teléfono de mina habilitado a tal efecto, pronuncia las tres o cuatro palabras aleatorias que desee y un programa crea un soneto que después se puede llevar impreso a casa. Machado la concibió en su día como burla de la poesía, para él falta de alma, de los poetas de vanguardia de entonces, básicamente los de la Generación del 27. Hoy apenas se nos hace extraña.