He venido a hablar de mi libro, aunque ya no sé si mi libro es mío. En realidad, tal vez nunca lo fue, porque, ¿quién escribe cuando escribes? Alguien que no eres tú, eso es seguro, por eso tienes que dedicar tanto tiempo (del que llaman cronológico) a esperar a que llegue ese que escribe, sea quien sea, porque la persona que escribe no eres tú. Tal vez ni siquiera es una persona. ¿Eres tú una persona? ¿El lector es una persona? ¿Si el que está leyendo esto es un robot que se está entrenando (con vete a saber qué finalidad) cuenta como un lector?
Los números siempre mienten, y los mapas, y los diarios. Y los libros. Siempre. ¿Es por eso que son tan hermosos? ¿La verdad no existe, pero la mentira sí y, por eso, precisamente, debemos buscar la verdad a través de las ficciones?
La persona que escribe es mucho más lista que tú. Tiene planes maestros que tú desconoces y, si quieres descubrirlos, tienes que entregar a cambio una gran parte de tu tiempo a esa persona, si es que es una persona eso que escribe y que es mejor que tú.
Ese Ente, quien escribe, es muy egoísta. Sólo quiere tu tiempo y le da igual lo que a ti te cueste conseguirlo. No le importa la vida real, porque la verdadera vida real, la auténtica, es la suya, la que transcurre en el papel (si es que tienes suerte y alguien publica tus textos).
Para vivir, Él, Ello, el Ente que escribe, tiene que quitarte a ti tu vida. O lo que tú crees que es tu vida. O algo así.
Para escribir este libro pasé unos 15 años recopilando notas y redactando con ellas una primera versión de unas 3.000 páginas. Casi un millón de palabras, decía la cifra en la pantalla. Mentirosa, por supuesto, pero casi redonda.
Luego pasé unos 5 años para reducir el mamotreto a la mitad, puliéndolo, esperando a ese que escribe y que no soy yo. Y como nadie lo quería publicar, lo abandoné durante más de un año. Más tarde, Víctor Gomollón, el mejor editor del mundo, que siempre estuvo ahí, confiando en este extraño Pollo Blanquecino, me convenció para que lo redujese todo a un único mamotreto único. Él siempre creyó en este proyecto y este libro es casi más obra suya que mía. Y como Rodrigo Fresán (el tipo que más ha leído del mundo) me dijo que él creía que el texto era (muy) bueno, y como al volver a leerlo ese que no soy yo se dejaba ir y se lo pasaba bien (a pesar de sabérselo de memoria), dediqué unos tres años más a dejar lo que ha acabado siendo la versión actual.
En lo formal (si es que existe lo formal), se trata de 67 capítulos que corresponden a las 67 canciones que hizo El Niño Gusano, una banda de música ligera que formé en los años 90 con mis mejores amigos y con la que recorrimos España sembrando de un amor lisérgico que, sorprendentemente, todavía regresa como un bumerán dos décadas después gracias a una sorprendente cantidad de fieles.
Cada capítulo del libro está diseñado como si fuese una canción, con su extensión, su ritmo, sus recursos y sus diferentes instrumentaciones y arreglos.
Cada capítulo es autoconclusivo, por lo que puedes entrar y salir del texto por donde quieras, porque lo que en realidad he escrito (ha escrito ese que no soy yo) es un disco. Puedes ponerte una canción o sólo una cara o puedes dejar que suene el disco entero. Así que estamos, también, ante un libro de relatos. 67. ¿Demasiados? Nunca se sabe. La clave es no tener prisa.
*Y si eres un melómano, el libro viene acompañado de una lista de Spotify que contiene más de 3.000 canciones, ordenadas tal y como van apareciendo en la narración.
‘Vida de un pollo blanquecino de piel fina’
Andrés Pérez Perruca
Jekyll & Jill
864 páginas. 36 euros