Entre las músicas que tratan de existir bajo radar, tal vez las practicadas por los hijos de las diásporas migratorias sean las que peor lo tienen. Y, de repente, llega el toque de atención: el disco de una cantante saharaui radicada en Barcelona, Aziza Brahim, ha sido elegido el mejor de 2024 por el prestigioso panel World Music Charts Europe, reflejando los votos de 45 periodistas radiofónicos de todo el continente, especializados en músicas del mundo. El álbum, Mawja (ola en árabe hassanía), corona un ranking de 250 títulos.
Aziza Brahim nació en el campo de refugiados de Tindouf, en Argelia, pasó unos años en Cuba y aterrizó en España hace más de dos décadas, decidiéndose por Catalunya en 2011. Mawja respira una música con ecos del desierto, evolucionada y fundida con sabores del blues, percusión ibérica, insinuaciones antillanas, y en el que cuenta con cómplices como Guillem Aguilar o Raúl Rodríguez. Escuchando su magia vocal cuesta quitarte de la cabeza su peripecia; entrevés una mezcla de melancolía y fuerza interior.
A ella le llega este reconocimiento cuando en su país de acogida apenas tiene trabajo. En 2024, sus conciertos se repartieron entre Alemania, Holanda, Bélgica, Suiza, Noruega, Suecia y Eslovenia (ninguno en España: el último fue en Madrid en marzo de 2023). Publica sus discos en un sello alemán, Glitterbeat. Y pese a todo, Aziza Brahim sigue en Barcelona, donde tiene la vida montada. Me cuenta Javi Zarco, productor y mánager que trabajó con ella, que cuesta meterla en los circuitos del país (teatros públicos, programas institucionales). Hay un déficit de visibilidad de los artistas afrodescendientes, dice, agravado en su caso por la “deuda con las excolonias”.
El 30,4 de los residentes en Barcelona no nació en España, según el INE, una cifra que la Acadèmia Catalana de la Música puso en primer plano en su reciente foro Música i pluralitat, acusando al sector musical de estar “impregnado de racismo”. El asunto está sobre la mesa: también el CoNCA defiende una mayor presencia de la diversidad cultural en su nuevo informe. Pero las viejas inercias persisten. Proclamamos una sociedad inclusiva pero luego, es posible que un músico como el senegalés Momi Maiga sea agasajado en el (hermoso) concierto colectivo Barcelona mestissa (en el último Grec) y que luego no le demos trabajo y tenga, tal vez, que emigrar (otra vez). Ya ha ocurrido antes. Después de todo, se trata no solo de hacer justicia, sino de algo más egoísta: retener el talento, que está aquí, entre nosotros.