El goteo de crímenes en China rompe el tabú del debate sobre la salud mental

Otro asesinato masivo ha estimulado los debates en las redes sociales sobre la salud mental que solían orillarse en China. Son dos en una semana y seis en un año, números digeribles en un país que cuenta con la quinta parte de la población mundial, pero la repetición del patrón descarta la casualidad. Fue en Wuxi, provincia de Jiangsu, este fin de semana. Un veinteañero mató a puñaladas a ocho estudiantes e hirió a otros 17 en la Escuela de Artes y Tecnología. Fue detenido en el lugar de los hechos y confesó de inmediato. Había suspendido el examen del que dependía su diploma y estaba disgustado con el salario de las prácticas, según la Oficina de Seguridad Pública.

El centro prepara a los jóvenes en el diseño interior, marqueting y otras disciplinas. Es similar a la formación profesional, estimulada por el Gobierno en los últimos años para aliviar a las atiborradas universidades y reducir el paro juvenil. Una vía, paradójicamente, para atenuar su presión ante un mercado laboral cada vez más competitivo.

La semana pasada fue en Zhuhai, provincia de Guangdong (la antigua Cantón). Un tipo de 62 años, disgustado por el reparto de bienes tras su divorcio, atropelló a cuantos ciudadanos pudo en las pistas de atletismo del estadio municipal. Mató a 35 e hirió a una cincuentena. Entonces, como ahora, las redes sociales se preguntaban qué impulsa a alguien a matar al bulto tras un revés de la vida. Ha habido otros apuñalamientos en los últimos meses, algunos contra japoneses, aunque con menos muertos.

Varios rasgos son comunes: elementos de clases desfavorecidas, algunos con problemas mentales, convencidos de que han sido víctimas de tremendas injusticias y de que no disponen de mejor altavoz para airearlas que una masacre. Los atropellos no son nuevos pero cambia el destinatario de la ira. Durante muchos años no era raro que los migrantes de las provincias rurales, entonces sin cobertura legal en las grandes ciudades, se quemaran a lo bonzo en Tiananmén por salarios impagados y otras precariedades. Ahora abundan las venganzas indiscriminadas contra la sociedad.

“Es importante establecer una red de seguridad social y un mecanismo de atención psicológica pero, para minimizar estos casos, lo más efectivo es abrir canales públicos para exponer el uso del poder”, sugería Qu Weiguo, profesor de la prestigiosa Universidad de Fudan, en su cuenta de Weibo, la versión china de Twitter. Su escrito fue purgado pocas horas después.

Poca tradición psicológica

La psicología es una tradición reciente en China. Aquí no es costumbre enviar a psicólogos a grandes desgracias para atenuar el drama como ocurre en Occidente. Tras desaparecer un avión malasio en 2014 era descorazonador ver a los familiares en un hotel pequinés sin nadie que les auxiliara para lidiar con la pérdida. Los problemas mentales han sido un tabú en China, como suelen serlo en el mundo en vías de desarrollo, y solo la mejora de las condiciones de vida han borrado el estigma. China es un campo fértil ahora. Las generaciones nacidas bajo la política del hijo único sufren más la soledad, la desaceleración económica abona la incertidumbre y los jóvenes intuyen que aquel esplendor del que disfrutaron sus padres ha concluido. El cuadro era ya grave cuando llegó la pandemia y sus encierros.

Sobre esa necesidad se ha levantado una industria nueva. Es la llamada ‘peiban jingji’ o economía de compañía, formada por miles de personas que mitigan la soledad y ansiedad ofreciendo su tiempo y consejos, por teléfono o en persona. Abunda la demanda y también se ha diversificado la oferta. La magnitud del fenómeno ha llevado a la prensa oficial a aconsejar una regulación urgente para profesionalizar el sector. Faltan ajustes pero del fenómeno emerge la certeza de que, al menos en la China urbana y formada, los problemas mentales ya no son oprobiosos.

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