Laporta tiene siete días, ni uno más. Siete días para decidir de una vez qué hacer con Xavi, con el entrenador que dijo que se iba porque no aguantaba más la presión y a los dos meses rectificó y escenificó junto al Presidente su continuidad porque ya tenía ilusión. Laporta no puede perpetuar más allá del partido de Sevilla del próximo domingo una decisión clave en el futuro de un club asediado económicamente y con su gran rival jugando finales de Champions como el que no quiere la cosa. Ni emblemas ni gaitas. No se puede repetir lo ocurrido con Koeman. Si Laporta cree realmente en Xavi, que le deje trabajar de verdad y no con la soga al cuello, con esa desagradable sensación de que un resbalón en un partido o en una rueda de prensa puede acabar con él de patitas en la calle. La derrota en Girona, por el miedo a perder la segunda plaza y por la imagen que ofreció el equipo de Míchel (el fútbol que sueña Laporta para su equipo) y las famosas palabras ante los medios de comunicación han dinamitado la relación casi por completo. Recomponerla se antoja muy complicado. Demasiado. Pero cosas más increíbles hemos visto en este club.