Cuatro décadas de jazz en vivo llegan a su fin: ‘El Café Central demostraba que la música puede ser mucho más libre’

A la una de la tarde de este jueves, la plaza del Ángel de Madrid respira normalidad. No hace demasiado calor pese a ser finales de julio, y la brisa y los toldos de las terrazas ayudan a que estas se vayan llenando poco a poco. También las del Café Central. Los comensales de las cinco mesas ocupadas a esa hora son extranjeros, parejas que pasan unos días en Madrid, ajenas a la historia del local en el que han decidido parar a refrescarse y ver pasar la vida.

Tan sólo un día después de conocerse el cierre de este templo madrileño del jazz en vivo el próximo mes de octubre, nada parece alterar su funcionamiento habitual. Preguntados por este periódico, ninguno de los que ocupan sus mesas esta mañana tranquila sabe demasiado sobre el lugar que han elegido. Tan sólo pasaban por aquí. ‘De día es otra cosa, porque es una zona de mucho turismo de paso que agradece una terraza ahí en la plaza’, reflexiona Javier Colina, uno de los nombres propios de la música ligados para siempre al Café Central. ‘Está muy bien porque no hay coches, y aquí manda lo que manda’.

Javier Colina (Pamplona, 1961), nuestro contrabajista más reputado, que dice haber llegado a su instrumento casi por casualidad, conoce el local desde hace décadas. Colina ha trabajado junto a grandes nombres del jazz: Tete Montoliu, Al Foster, Chucho Valdés o Jerry González, entre otros. Con Montoliu, por ejemplo, tocó noche tras noche en el Central en un inolvidable agosto de 1994 que recuerda con detalle. Otro hito de su carrera es el exitoso disco de boleros Lágrimas negras, que grabó junto a Diego el Cigala y Bebo Valdés, y recientemente ha trabajado junto a Silvia Pérez Cruz, con la que ha versionado grandes clásicos cubanos y con quien también ha tocado en el Central.

Este miércoles está en Granada, donde participa junto a Chano Domínguez y Guillermo McGill (más veteranos del Central) en el festival Ni pop ni jazz. Y mientras sigue girando, persiguiendo esa emoción que sólo le produce estar en un escenario, reflexiona sobre el cierre del mítico local, referencia para los aficionados al jazz. Para él, no es una sorpresa. ‘Se lleva negociando desde hace mucho con los propietarios, pero ya sabes, manda el poderoso caballero. Parece que no hay nada que hacer’, dice pesimista. ‘Más o menos sabíamos que en un momento u otro iba a pasar, y sentimos mucha tristeza’.

Detalle de las puertas del Café Central de Madrid. / Xavier Amado

La noticia del cierre al que se ve abocado el local, que se conoció este miércoles, no ha alterado sin embargo el ritmo diario de una de las salas de concierto más emblemáticas de la capital, que lleva en marcha 43 años. ‘Este local funciona, ese no ha sido el problema’, recalcaba uno de los camareros que dan servicio por la mañana en un lugar que se transforma conforme avanza la jornada y va cayendo la noche. ‘De momento, todo sigue igual’.

El edificio que alberga el mítico café, en el número 10 de la plaza del Ángel, fue construido en 1880. Tiene siete plantas y nueve viviendas, y una de las características fachadas del centro de Madrid, con grandes ventanales que dan a la plaza. Desde 1982, uno de los dos locales que ocupan sus bajos es un espacio de encuentro para los amantes de la música, esos que disfrutan con la cercanía, que la eligen sobre los decibelios, y que buscan una experiencia que saben que, cuando acabe, no vivirán más, incluso si acuden al bar al día siguiente.

Colina recuerda la comunidad que se creó en sus dos primeras décadas de vida, y de la que formó parte no sólo como músico que se subía al escenario, sino también como amante de la música en vivo. ‘En aquellos años, cuando ibas al Central, ibas a casa. Porque no sólo conocías a los músicos que venían, sino también a los camareros y a casi todo el público. Era gente a la que le gustaba de verdad lo que oían, que buscaba una música distinta’. Y añade: ‘Para nosotros, ir allí también significaba mantener una lucha, saber que se pueden hacer las cosas de otra forma y que la música puede ser mucho más libre, algo que ocurre en el momento y no tiene por qué volver a repetirse, que pasa y no solamente te nutre el alma, sino que deja un poso a lo largo del tiempo’.

Una decisión sin vuelta atrás

El Café Central, el más emblemático de los templos del jazz en Madrid, cerrará sus puertas el próximo 12 de octubre. Lo hará después de haber ofrecido más de 14.000 conciertos a más de un millón de personas, pese a contar con un aforo de no más de setenta. La causa: la imposibilidad de renovar un arrendamiento que los propietarios del edificio se niegan a negociar, según ha explicado el gestor del local a diferentes medios de comunicación.

Los problemas con los propietarios venían de atrás. En 2014, cuando finalizó la prórroga de la Ley de Arrendamientos Urbanos de 1994 y se pudieron actualizar las rentas, ya estuvo a punto de cerrar, porque los dueños del inmueble quisieron cobrar un precio inasumible por los socios del Central. Entonces, tras duras negociaciones y algunas mediaciones, pudo sobrevivir. Ha sido este miércoles cuando se ha conocido que la decisión para su cierre está tomada y que se comunicará oficialmente la próxima semana.

En octubre, si los socios del Central no logran encontrar un nuevo espacio para el Café (algo que, según se ha publicado, llevan meses intentando), sus 35 trabajadores se quedarán sin empleo. Para entonces, se habla de un gran concierto de despedida, que sus impulsores esperan poder evitar si logran dar continuidad al espacio, algo para lo que incluso han habilitado un buzón de sugerencias: central2.0@cafecentralmadrid.com.

Interior del Café Central este jueves, con el escenario al fondo. / Xavier Amado

El drama de las salas madrileñas

El mal del Café Central es común entre las salas de conciertos de Madrid, que sufren la especulación urbanística tanto como los inquilinos expulsados por las subidas exponenciales de los alquileres. Un estudio que vio la luz hace unos meses, El cierre de las salas de Madrid. Impacto del mercado inmobiliario, publicado en la plataforma Teseopress por Vanesa Gevers, recoge que en los últimos cinco años, los del Covid y posteriores, han cerrado 18 salas, todas dentro de la M30, de las cuales cinco ya no volvieron a abrir. El resto sí que lo hizo, con nuevos negocios relacionados con la música aunque a menudo con otro concepto.

Para Javier Colina, el problema trasciende el caso concreto del Central y afecta a todo el ecosistema de la música en directo en Madrid. ‘En realidad la música en directo se está resumiendo en ofrecer grandes festivales en grandes superficies y grandes cosas: el pez grande se come al chico’, explica el músico. ‘Para un festival hay toda suerte de beneplácitos de la Administración, todo tipo de ayudas y facilidades. Pero para montar un bar con música en directo son todo trabas. Son negocios pequeños, no tienen visibilidad ni casi promoción… En Madrid queda el Café Berlín, por ejemplo, pero todo son luchas permanentes porque, para un festival, las instituciones públicas no tienen inconvenientes, son todo facilidades, pero para las salas no hay ningún tipo de protección ni de impulso’.

Cuatro décadas de historia musical

En 1982, un grupo de estudiantes antifranquistas enamorados del jazz transformó una antigua cristalería de la plaza del Ángel en lo que llegaría a convertirse en uno de los santuarios musicales más respetados de Europa. El proyecto, nacido del amor por la música y la voluntad de crear un espacio diferente, no tardó en ganar el reconocimiento internacional y convertirse en parada obligada para las grandes figuras del jazz mundial. Su programación, centrada principalmente en este género pero abierta a sonoridades afines, ha acogido a leyendas como Paquito D’Rivera, Lou Bennett, Brad Mehldau, Kenny Barron, Ben Sidran, Ron Carter, Rosa Passos, Sheila Jordan o Joshua Edelman. Entre los músicos nacionales, desde los gigantes Tete Montoliu y Pedro Iturralde hasta Jorge Pardo, Chano Domínguez o el propio Javier Colina han encontrado en este rincón madrileño su hogar musical, tradición que continúan artistas más jóvenes como Silvia Pérez Cruz o Andrea Motis.

La filosofía fundacional era sencilla pero revolucionaria: ofrecer música en directo todos los días, crear un refugio donde los melómanos pudieran encontrar su dosis diaria de arte sin depender de ayudas públicas, solo con pasión y determinación. Esta apuesta independiente fructificó hasta convertir el local en escenario de grabaciones históricas, como el último disco en directo de Javier Krahe (En el Café Central de Madrid, 2014), y en plató cinematográfico para filmes como Tenéis que venir a verla (2022), de Jonás Trueba. El reconocimiento internacional llegó cuando Downbeat, la revista más prestigiosa del jazz mundial, lo incluyó entre los mejores clubes del planeta, una lista de doscientos locales en la que solo aparecían cuatro españoles: el propio Central, el ya desaparecido Bogui madrileño, el Jamboree barcelonés y el Jimmy Glass valenciano.

35 empleados podrían quedarse sin trabajo si el Central no encuentra una alternativa al cierre. / Xavier Amado

Para Colina, que ha vivido momentos irrepetibles en ese escenario, los recuerdos de los grandes conciertos a los que asistió como espectador se agolpan: ‘Randy Weston, George Adams, Wallace Rooney… No sabría decirte, existe hace tantos años… Tuve la suerte de tocar con Tete Montoliu ahí. El verano de 1994 estuvimos más de un mes tocando en el Central, en agosto. Los conciertos eran todos los días de lunes a domingo y fue una maravilla. Había veces que estaba más lleno que otras, pero siempre era un placer ir allí y vivir la música tan de cerca’.

La batalla política por su supervivencia

El anuncio del cierre ha llegado hasta la política municipal, donde han sido varias las voces que se han pronunciado. Inma Sanz, alcaldesa en funciones de Madrid, decía este jueves que ‘hablamos lógicamente de un local privado y de una negociación entre dos partes. Esperamos, confiamos, en que puedan llegar a un acuerdo’, aunque reconoce que se trata de ‘un café histórico donde han pasado muchas cosas, y que tiene gran tradición en la ciudad de Madrid’.

Por su parte, Eduardo Rubiño, portavoz en funciones de Más Madrid y responsable de Cultura en su grupo municipal, considera que ‘el cierre del Café Central es una tragedia para la ciudad de Madrid’. Rubiño sitúa el problema en un contexto más amplio: ‘El Ayuntamiento de Almeida no puede quedarse de brazos cruzados ante la especulación, porque también está arrasando con la cultura viva de nuestra ciudad’. Desde la formación de izquierdas exigen a la alcaldía ‘que se implique, que busque una solución”, y plantean algunas medidas concretas: “mediación urgente con los propietarios, declaración de interés cultural del espacio y un plan de reubicación junto con medidas contra la especulación en locales culturales’.

Mientras la búsqueda de una solución se antoja compleja, el Café Central continúa su programación habitual, manteniendo viva esa llama que durante más de cuatro décadas ha convertido la plaza del Ángel en uno de los epicentros musicales de Madrid. Una comunidad entera de melómanos se prepara para despedir a uno de los últimos reductos de la música íntima en una ciudad que, según sus defensores, cada vez se parece más a un decorado turístico que a un hogar para la cultura viva.

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