Un joven repetirá, mirando a cámara, las palabras que escucha por unos cascos y dirá que a veces pasa cinco meses sin bailar “y no sé si quiero seguir, si quiero dejar la profesión, pero me pongo a bailar y se me pasa, o me acuerdo de qué es lo que hago y de cuál es mi profesión, pero claro, a veces soy una bailarina que no baila”. Otro chaval, también con cascos, explicará que se ha dado cuenta de que ha trabajado muchos años a cambio de amor y hay “una movida muy compleja porque la danza tiene algo de iglesia, es algo muy cristiano, se nos educa en eso, y ese estrés que nos pillamos en el bailar, en los bolos, es como si se hiciera en pro de un ente que no existe, en pro de Dios, en pro de la danza, en pro de algo que no es tangible. Y yo me he dado cuenta de que he trabajado a cambio de amor y trabajar para el amor es muy confuso”. Una tercera contará que en su cuerpo hace tiempo se activó algo distinto y que, además de bailar, también quiere vivir, y que quizá todo ese cambio se resuma en que “a mí me viene ahora Pina Bausch y me dice que nos vayamos al pueblo a montar una ferretería y le digo vete tú para el tuyo, gilipollas”.
Esas reflexiones forman parte de La intérprete, el nuevo proyecto de la coreógrafa y bailarina Clara Pampyn, un solo de danza que estrena el próximo 26 de octubre en Réplika Teatro, dentro de la programación del Festival SURGE. La pieza se expandirá, además, en un fanzine y en la proyección, en el hall de la sala, de varios videos protagonizados por alumnos de Réplika que prestan su voz y su cuerpo a esas palabras que escuchan por cascos y que pertenecen a algunas de las bailarinas que participaron en Las bailarinas no tocan el cielo, un proceso de creación, investigación y mediación que Pampyn desarrolló en 2022 gracias a una residencia en La Casa Encendida de Madrid.
Sobre aquel proceso creativo, germen de La intérprete, Pampyn recuerda que en ese momento “tenía trabajo y estaba súper agradecida, pero me sentía triste y no entendía por qué. Tenía la sensación de no tener el control de mi vida, de decir a todo que sí sin pensar, por esa idea de progreso, la ansiedad de tener que ir siempre hacia algún sitio, una situación muy peligrosa porque te hace entrar en dinámicas nocivas donde aparecen las relaciones de poder”. El proceso se tradujo en encuentros y conversaciones con cerca de 60 bailarinas, jóvenes y veteranas, de español y contemporáneo: “Yo solo quería hablar con la gente, no quería hacer ninguna pieza, pero de repente dije, venga, voy a organizar esos materiales, y al final hice una pieza que se llamó Las que bailan, bastante documental, con fragmentos de esas entrevistas y una especie de repertorio personal a partir de una práctica de improvisación que recuperaba una memoria física”, explica a este diario.
De esa memoria y repertorio de gestos y movimientos nace La intérprete, una pieza en la que Clara Pampyn ocupa un espacio más vitalista y luminoso, quizá más distanciado, que define así: ‘Lo que pensaba que era amor no era más que una manera desesperada de salvarme. Lo que pensaba que era éxito no era más que algo destinado al fracaso. Lo que pensaba que era bailar no era más que un revolcón. Lo que pensaba que era el centro, en realidad era un agujero. Lo que pensaba que era Dios, en realidad era peor. Y lo que pensaba que era cansancio… sí, era cansancio”.
Éxito, identidad, trabajo y amor
Pampyn, de 35 años, empezó a bailar “de forma profesional súper tarde, porque primero estudié arte dramático y después me fui a la escuela de danza contemporánea de Carmen Senra e intenté entrar en el conservatorio, pero me dijeron que era muy mayor”. Con 25 años inicia una carrera de intérprete que le ha llevado a trabajar con Carlos Marquerie (Poeta en Nueva York), Elena Córdoba (Y pareceremos árboles, Criaturas del desorden y su próximo estreno, El idiota), Jesús Rubio Gamo (Acciones sencillas, Gran Bolero), Lucía Marote (Ella, El ojo del huracán) o Poliana Lima (Las cosas se mueven, pero no dicen nada). Paralelamente, Pampyn funda en 2016 el colectivo Laimperfecta junto a Alberto Alonso, con el que ha creado obras como Twist o Fuga, y trabaja como coreógrafa para la cantante Silvana Estrada.
La bailarina explica su nueva pieza como “una historia personal y colectiva que gira alrededor de la idea de éxito y de la relación entre identidad, trabajo y amor’ pero, a diferencia de Las que bailan, más cruda y más pegada a su experiencia personal, este proyecto tiene la vocación de ser una ficción de naturaleza colectiva inspirada, de alguna manera, en la escritura de Annie Ernaux: “En cómo ella mezcla ese yo y ese nosotras todo el rato, cómo cuenta vivencias propias que son también una historia colectiva, y esta ficción es sobre mí, sí, pero también sobre un montón de personas más”. La intérprete es “más poética y más fantasiosa” que la anterior, explica Clara, y hay “una apelación a las ganas de vivir, pero sin ser naif, sin decir que todo está bien porque estamos bailando y bailar es la hostia, es decir, matizando ese discurso pero sin que nos ganen”.
En la danza contemporánea las emociones están en juego a la hora de trabajar y no puede ser que no podamos llorar en un ensayo porque el coreógrafo se va a sentir inseguro’
En sus últimas piezas, Pampyn está hablando de precariedad, de cansancio y de las condiciones de la danza en España, pero también de esa construcción de identidad a partir del hacer y no del ser, de esa especie de obediencia que supone estar al servicio de algo o alguien y de ese momento en el que desaparecen la inocencia y el placer: “Yo, antes que bailarina, quería ser feliz, pero está esa cosa de la danza como Dios, esa herencia cristiana de sacrificio que está en todo y que es muy heavy. Pero la danza también tiene algo muy particular en torno a las emociones, eso que decíais en [el podcast] Vamos con todo de no poder llorar en el trabajo. Tú decías ‘yo tampoco puedo’ y en la danza contemporánea las emociones están en juego a la hora de trabajar y no puede ser que no podamos llorar en un ensayo porque el coreógrafo se va a sentir inseguro. Yo lloro y mira, cariño, lo entiendo, pero esto te lo tienes que mirar tú”.
Clara Pampyn presenta 'La intéprete' en Réplika Teatro. / Vanessa Martins
Ni entusiasmo ciego, ni todo por dinero
La bailarina se reirá también de sí misma y despojará de solemnidad las reflexiones sobre su oficio. En La intérprete, mientras Pampyn habita la escena, se escuchará una voz en off que dibujará ese paisaje emocional, vital y profesional en el que sucede ese movimiento que no es solo físico: “Hablo del baile porque yo soy bailarina. Ni creadora emergente ni vieja tullida, ni joven promesa ni vieja gloria, ni entusiasmo ciego ni todo por dinero, ni aprendiz ni maestra, ni cheerleader ni piedra en el zapato, ni romántica ni escéptica, ni moderna ni antigua, ni obrera ni poeta”. Un texto que dialogará con esos otros incluidos en el fanzine que acompaña a la pieza, textos escritos a cuatro manos, las de Pampyn y las de Ana Botía, coreógrafa, bailarina y codirectora de la compañía de danza Mucha Muchacha.
Y ese lugar que ambas describen y que no es ni uno ni otro revela un estado de ánimo que resulta, dice Clara, “de querer bien lo que hacemos y disfrutarlo, La intérprete está llena de eso: de no pedirle al trabajo cosas que no me puede dar, de no pedirle amor ni querer sentirme querida a través de mi trabajo, sino estar más en la tarea, hacer una pieza y disfrutar de eso sin que me defina como persona, sin que todo sea autorreferencial, poder construir relaciones sanas y colaborar para que empecemos a hacer las cosas un poquito mejor”. Ese clic, ese cambio en la relación con su oficio será consecuencia de “mucha terapia, eso es así, pero también de alejarme y tomar ciertas decisiones. Estuve dos años dedicándome a Las bailarinas no tocan el cielo y en ese tiempo di clases e hice algunas cosas. Eso, para mí, era como un abismo pero, de repente, me di cuenta de que era súper feliz y que podía vivir así. Aquello me salvó la vida, hablar con tantas personas sobre nuestra profesión, de las cosas buenas, de las malas, de lo que nos hace disfrutar o de lo que nos hace sufrir me ha devuelto el entusiasmo porque dices, ah, es que no soy yo sola y medio loca en mi casa, que es también lo que está provocando este sistema”.
P. Después de todo lo aprendido en este proceso, ¿qué ha decidido suprimir en su trabajo como bailarina?
R. He decidido que no me voy a meter en procesos con dinámicas de poder chungas, con jefes tiranos o con estructuras tiranas.
P. Cuando habla de “dinámicas de poder chungas” imagino que no solo se refiere a coreógrafos, sino también a coreógrafas…
R. Sí, hablo en masculino porque la manera de hacer me parece masculina, pero también hay mujeres muy tiranas.
P. Pero una no siempre identifica esas “dinámicas de poder chungas” antes de entrar
R. No siempre lo sabes, es verdad, pero creo que sí se intuye y, a la mínima intuición, yo prefiero no. A mí me encanta ponerme al servicio de las cosas, me parece que el trabajo de la intérprete es algo precioso y súper generoso, pero claro, si se tiene en cuenta que es algo que creamos entre todas. Es ahí donde sí quiero trabajar, en procesos en los que yo estoy al servicio, pero somos un equipo y estamos haciendo esto juntas.
He estado unos meses trabajando en la taquilla de una salita de teatro. Y eso, que antes me hubiera parecido un fracaso, ahora lo vivo súper bien. Haré lo que necesite para ganar dinero sabiendo que lo otro me hace feliz’
P. ¿La precariedad y la culpa están en el origen de Las bailarinas no tocan el cielo y La intérprete?
R. Claro. Pero, por ejemplo, yo ahora estoy mucho mejor porque asumo lo que (la danza) me puede dar y ya lo he dejado, pero he estado unos meses trabajando en la taquilla de una salita de teatro. Y eso, que antes me hubiera parecido un fracaso, ahora lo vivo súper bien porque me da el dinero que necesito, y haré lo que necesite para ganar dinero sabiendo que lo otro me hace feliz, ya está.
P. Eso, que es personal, responde también a lo colectivo, a la situación de la danza contemporánea en España, cada vez más frágil, con menos apoyos, espacios y recursos
R. Cuando hablamos de esto yo siempre tengo dudas sobre qué es España y qué es Madrid porque luego voy a Barcelona y las problemáticas que hay allí son muy distintas. Madrid es un páramo, cada vez más, y creo que estamos volviendo a esa idea de que a los artistas nos están haciendo un favor desde las instituciones. Te lo hago cuando me viene bien y te lo quito cuando me viene mal porque, claro, es un favorcillo. Eso también genera mucha culpa y es muy peligroso poque nos hace volver a esta idea de que lo que hacemos es un caprichito y tenemos que dar gracias y pedir perdón todo el tiempo. Y se necesita más apoyo y más dinero, pero tampoco hay un convenio para bailarines, con unos sueldos y unas condiciones mínimas. Los coreógrafos miran las tarifas de los actores cuando contratan a bailarines, pero no es lo mismo ensayar ocho horas bailando que las ocho horas de ensayo de un actor. Por eso te encuentras mucho desfase en lo que se paga por los bolos y hay gente que cobra 600 euros y otros, 150. No puede ser que haya tantas diferencias.
P. También responde, creo, a esa expulsión de la creación contemporánea de las instituciones culturales de titularidad pública, una especie de borrado que se está produciendo en Madrid en los últimos tiempos
R. Es brutal. Últimamente pienso que estábamos muchísimo mejor cuando no nos miraban. Antes era como que la cultura no nos importa y no le damos nada, pero tampoco se lo quitamos. Pero ahora, como se ha convertido en un espacio en disputa que sí les importa, es muchísimo peor.