Son esos sonidos muy bajos que atentan contra tu estabilidad física, la masa de sonido que se apodera de ti y que hace temblar las paredes (y no es una metáfora). Ninguna novedad en el paisaje musical, aunque sí lo es que poco a poco se hayan infiltrado en el paisaje comercial, sobre todo a raíz del impacto del hip-hop y los géneros urbanos en el canon pop.
Los graves y subgraves, es decir, esas frecuencias más bajas de vibraciones (por debajo de 250 herzios), llevan décadas jugando un papel creativo en diversos frentes musicales: el dub, la EDM, el trap y también géneros más orgánicos y rockeros, como ciertas tendencias extremas del metal (caso del doom o el drone). Si se atreven, prueben con estos señores que responden por Sunn O))). Pero han ido saliendo de esos nichos para colonizar el ‘mainstream’ y hoy te los puedes encontrar en un ‘hit’ de Dua Lipa o Billie Eilish, o hasta en un concierto de la dulce Maria Hein.
En conciertos y festivales
Hablaba de ello hace unas semanas con Pau Debon, el cantante de Antònia Font, que veía como esos graves formaban parte del modo cada vez más invasivo en que se presenta la música en los conciertos y festivales, en contraste con la austeridad y el modo de hacer a la antigua practicado por su grupo.
Porque hablamos de unos sonidos indicados no tanto para escuchar la música sino para sentirla físicamente, para percibir su vibración en tu cuerpo y no poder huir de ella. Pueden ser líneas de bajo que resaltan el ‘groove’ de una canción bailable o fondos aparatosos que envuelven toda la canción, y su uso está siendo potenciado tanto en las plataformas de ‘streaming’ (los actuales equipos de los coches y los auriculares están hechos para darles cancha) como en los conciertos.
Y a eso vamos, porque son esas frecuencias las que más problemas dan a la hora de insonorizar un recinto en un concierto, las más difíciles de acotar. Sí, ese asunto del que no dejaremos de hablar en los próximos meses y años. Lo saben los vecinos del Bernabéu. Estos días ha saltado otro caso de desencuentro, el de la barcelonesa sala Bóveda, en activo desde 1992 y que ahora se ve amenazada de cierre tras una denuncia.
Los graves y subgraves, emitidos a través de altavoces ‘subwoofers’, no solo se propagan por el aire sino también por las paredes y el suelo, y atajarlos es casi misión imposible. Así que una tendencia musical en alza colisiona con una susceptibilidad creciente. La vida es complicada cuando aquello que te chifla es precisamente lo que causa pesadillas a quienes tienen que soportarlo sin desearlo.