Destellos de emoción en el homenaje a Paco de Lucía en el Botánico

Cayendo el sol a plomo y sin la poesía de las impresionantes puestas de sol del Jardín Botánico, arrancaba a las nueve de la noche el concierto homenaje a Paco de Lucía en las Noches del Botánico. 

El público, que no llegó a llenar el recinto a pesar de haber convertido el césped en patio de butacas, estaba todavía colocándose cuando salieron los primeros artistas: Antonio Serrano (armonicista), David de Jacoba (cante), Antonio Sánchez (guitarra), sobrino del gran maestro, Alain Pérez al bajo, Farru, que en los primeros temas acompañó con palmas y jaleos -después haría una pincelada de zapateado- e Israel Suárez, Piraña a la percusión. Lo hicieron por rumbas y bulerías, recordando las composiciones del genio de Algeciras.

Era este el segundo concierto de la novena edición de las Noches del Botánico dedicado al flamenco. Si el 19 de junio un gran número de artistas se subían el escenario a homenajear a un maestro vivo de la guitarra flamenca -Pepe Habichuela- este miércoles otro nutrido elenco lo hacía para festejar el legado de otro maestro, un imprescindible en la evolución de la guitarra flamenca: Paco de Lucía. Algunos de los artistas, incluso, formaban parte de ambos carteles de estrellas, como es el caso de Josemi Carmona y su padre, el también guitarrista Pepe Habichuela.

Julio Martí, uno de los directores del festival, fue también el encargado de poner en marcha el Paco de Lucía Legacy, una iniciativa de la Fundación Paco de Lucía para recordar el décimo aniversario del fallecimiento del genial artista algecireño que se desarrolló en Nueva York en febrero de 2024.

El formato de este Legacy repetía aquel: escena tras escena, un nutrido elenco de músicos interpretaba dos o tres temas, más o menos relacionados con el maestro, y a modo de intermedio para la entrada y salida de artistas, se escuchaba -y veía en las pantallas del escenario- a Paco de Lucía explicando lo que es el flamenco, la pureza, su recuerdo de Camarón o su experiencia improvisando en el escenario junto a Al Di Meola y John McLaughlin.

No favorece este sistema a la narrativa del show. Aquello de ir ascendiendo en la emoción para llegar en comunión al clímax, no se dio. Tampoco ayuda hacer una pausa de 20 minutos en la mitad. La emoción que un cuadro consigue, se esfuma mientras se coloca el siguiente.

Pese a esto, y gracias no sólo al talento de unos músicos sobresalientes, sino también a la agilidad en las entradas y salidas (mucho mayor que en Nueva York), se vivieron algunos momentos de mucha emoción, aunque sólo fueran destellos.

Tocó Pepe Habichuela solo por soleá, y con Duquende al cante por seguiriyas. Le siguió su hijo, Josemi Carmona, en un cuadro de cuatro guitarristas que mostraron cuatro colores diferentes de la guitarra actual, cada uno a su manera, herederos del gran maestro: Carmona, Antonio Rey, Diego del Morao y Dani de Morón. Fue uno de los momentos de mayor emoción: todos hicieron un toque expresivo y delicado, primero en solitario y después dialogando en una ronda por bulerías.

Después del descanso saldrían Dani de Morón, que acompañaba a Montse Cortés -bulería por soleá de Paco de Lucia- primero y Sandra Carrasco, después -apabullante por fandangos, todo el cante afinada en los agudos-; Diego del Morao con David de Jacoba -por bulerías-; Chano Dominguez -qué sonoridades, qué poderío su Monasterio de sal-, al que se unirían más tarde Javier Colina al contrabajo y Antonio Serrano a la armónica y vuelta de Antonio Sánchez, David de Jacoba, Alain Pérez, Piraña y Farru, que hicieron unas alegrías sentidas y una escobilla por bulerías con una velocidad de pies que terminó levantando de sus asientos al respetable.

Tres horas de concierto -aun tendría que sonar la eterna Entre dos aguas- que, cuando los últimos oles se desvanecían en la noche madrileña, una no podía evitar pensar que quizás el verdadero homenaje al maestro habría sido aplicar una de sus máximas: saber cuándo parar para dejar al público con ganas de más. Porque si algo enseñó Paco de Lucía es que en el flamenco, como en la vida, la intensidad no se mide en minutos, sino en la profundidad de cada compás.

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