El gran ‘show’ de Santana o por qué nos gusta la música en directo

Con su característica estampa, esa que desde hace décadas le corona con sombrero y que conlleva pantalones de cuero obligados, una leyenda viva del rock tomaba Madrid este lunes: Carlos Santana (Jalisco, 1947) volvía a la ciudad después de dos décadas de ausencia. Lo hacía con aforo completo -todas las entradas están agotadas también para el concierto del martes-, en el escenario de las Noches del Botánico y sin telonero: alrededor de ocho mil almas concentradas, en dos días, para ver a uno de los supervivientes del cartel del mítico festival de Woodstock de 1969.

Una aurora boreal en las tres pantallas del escenario y el sonido de un gong anunciaban el arranque de lo que iba a ser una gran noche para los aficionados al rock. Era la primera vez que Santana visitaba este festival madrileño que celebra su novena edición. Una ocasión excepcional para ver al mexicano-estadounidense repasar los grandes éxitos de su extensa carrera, aquella que arrancó el año del citado festival con su primer disco homónimo.

Lo hacía, además, dando importancia a lo que realmente la tiene, la música y los músicos, y hablando bastante poco: “Es un honor y un placer estar en esta ciudad tan limpia, Madrid”, dijo después de llevar una hora tocando. “Quiero ofrecer esta música a un gitano maravilloso. Esta noche esta música es para Paco de Lucía” diría un par de temas después. Luego, casi al final, quiso hacer un llamamiento en favor de la paz. “Cada uno de nosotros somos importantes para la evolución de este planeta, para traer la paz”, dijo. “Hay mucho miedo, mucha división, pero la luz de nosotros es más fuerte que la estupidez de la mente”.

Hasta nueve músicos -cabría añadir que virtuosos- le acompañaban en un escenario en el que él ejercía de frontman sin alardes ni grandes piruetas, sentado en un taburete, de perfil y sin dejar de mascar chicle durante todo el recital: aquí hemos venido a lo que hemos venido, que no es otra cosa que para celebrar la música. La batería que toca su mujer, la brillante Cindy Blackman, y dos sets de percusiones -con tres percusionistas- marcaban el ritmo en una la propuesta que incluía a Santana como guitarrista solista, teclista, bajista (que se marcó uno de los solos más impresionantes del show), guitarra rítmica y dos cantantes.

En el arranque del concierto quiso traer imágenes de otro tiempo, los de sus inicios, cuando era un guitarrista hippie que buscaba su lugar fusionando blues y rock desde un lugar místico y conectado con las raíces chamanas de los pueblos nativos de su México natal dando una amplia cabida a los ritmos afrolatinos. En Madrid ofreció ese característico sonido que ha ido desarrollando a lo largo de cinco décadas de trayectoria en las que se ha convertido en una referencia absoluta en estilo e interpretación.

Demostró, además, que sigue en plena forma: sus característicos punteos, la expresividad de su interpretación, la excepcional digitación de un señor de 78 años no defraudaron a un público lleno de calvas, pelo blanco y familias de hijos cuarentones pero muchas camisetas y una actitud casi rociera. Los viejos rockeros -y sus seguidores- nunca mueren.

El repaso a toda su carrera arranca de manera ordenada: abrieron Soul Sacrifice, Jin-go-loba, Evil Ways y Black Magic Woman, que provocó el entusiasmo del público. Un entusiasmo que no decaería al arrancar los primeros acordes de su versión de Oye cómo va, un clásico impepinable de Tito Puente, y se mantuvo en las siguientes, Maria, maría, Samba pa ti y Batuka, en la que se coló Michael Jackson entre los dedos del viejo rockero.

La gira, denominada Oneness Tour, título de un álbum que publicó en 1979, se inició en 2024 en Estados Unidos, y en este verano afronta su fase europea. A España llegó el 26 en Barcelona, donde hacía todavía más tiempo que no actuaba, y después de estas dos noches en Madrid seguirá por otras cuatro ciudades españolas (Valencia, Murcia, Marbella y Jerez de la Frontera).

Con un formato clásico de concierto, que incluye solos de bajo y batería (ambos le han caracterizado siempre), el setlist no defraudó: el público, feliz por disfrutar de una leyenda vivienda, pudo gozar con todos sus grandes éxitos, aquellos temas que resuenan en el oído colectivo incluso si nunca has escuchado un disco de Santana: además de las citadas, no faltaron Corazón espinado, que formó parte del disco Supernatural, el disco que le convirtió definitivamente en un artista superventas en 1999 -15 discos de platino, 30 millones de discos vendidos- y del que también estuvieron la mencionada María, maría y Smooth.

Santana, muy expresivo con su guitarra pese a la aparente frialdad, hizo un recital de punteos constantes y pulcritud en la digitación, como si el tiempo no hubiera pasado por él.

No hacen falta pantallas descomunales. Tampoco grandes discursos ni coreografías que te dejan sin aliento. Lo que Santana dejó claro este lunes en Madrid es que, para ofrecer un gran concierto, tan sólo se necesitan músicos con talento y una banda que se entienda bien, capaces todos de llenar el escenario, la atmósfera entera, con sus emociones y grandes canciones.

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