La Tierra ya está en Alerta Roja: el Acuerdo de París no evitará la catástrofe

La ciencia estableció en 2023 que hemos empujado al planeta más allá de seis de sus nueve fronteras de seguridad. Ahora un nuevo estudio advierte: la lucha contra el cambio climático es vital, pero insuficiente. La verdadera esperanza reside en una transformación sistémica que abarque desde nuestro plato hasta nuestros patrones de producción y consumo.

El concepto de los límites planetarios se ha convertido en una brújula esencial para entender y gestionar los riesgos ambientales globales que enfrenta la humanidad. Esta idea, desarrollada originalmente en 2009 por un equipo internacional de 28 científicos liderado por Johan Rockström, define un “espacio seguro de operación” para la civilización humana basado en nueve procesos críticos del sistema Tierra que regulan su estabilidad y capacidad de sostener la vida tal como la conocemos.

Los límites planetarios son umbrales ambientales que, si se sobrepasan, pueden desencadenar cambios abruptos, irreversibles y potencialmente catastróficos en el sistema terrestre. Estos límites están relacionados con procesos fundamentales como el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la contaminación química, el uso del agua dulce, la acidificación oceánica, entre otros. El marco establece no solo un límite, sino también una zona de incertidumbre creciente, que actúa como una “zona de alerta” para que la sociedad pueda reaccionar antes de alcanzar puntos de no retorno.

Por todo ello, los límites planetarios ofrecen un marco científico para que gobiernos, empresas y ciudadanos comprendan dónde se encuentran los riesgos ambientales y qué tan urgente es actuar.

Según un estudio de 2023, la humanidad ya ha cruzado seis de los nueve límites planetarios, lo que significa que estamos operando fuera del espacio seguro en el que se ha desarrollado la civilización humana durante miles de años. Entre los límites transgredidos destacan el cambio climático, la integridad de la biosfera (pérdida de biodiversidad), los ciclos biogeoquímicos del nitrógeno y fósforo, el cambio en el uso del suelo, el uso del agua dulce y la introducción de nuevas entidades químicas y materiales sintéticos.

Esta situación no implica que el colapso ambiental sea inmediato, pero sí que el riesgo de cambios sistémicos severos es alto y creciente. Por ejemplo, el calentamiento global ya supera los niveles seguros, y la pérdida acelerada de especies afecta la resiliencia de los ecosistemas, fundamentales para servicios vitales como la polinización o la regulación del clima.

Escenarios para 2050 y más allá

Un nuevo estudio publicado ahora en la revista Nature utiliza el modelo integrado IMAGE, ampliamente empleado en la investigación climática, para proyectar el comportamiento de los límites planetarios bajo distintos escenarios socioeconómicos hasta 2050 y 2100. El escenario de “continuidad de tendencias” (business as usual) muestra un empeoramiento generalizado, con la mayoría de los límites sobrepasados en niveles de alto riesgo para mediados de siglo. Solo la capa de ozono y la contaminación atmosférica presentan mejoras moderadas debido a políticas ya implementadas.

En contraste, un escenario más optimista (SSP1), que contempla un crecimiento poblacional más bajo, avances tecnológicos y cambios en patrones de consumo -como la adopción de dietas saludables y sostenibles-, logra reducir la presión sobre los sistemas terrestres, aunque varios límites seguirían siendo superados debido a la inercia de los procesos naturales y sociales.

Una pregunta clave que plantea la nueva investigación es si la implementación estricta de políticas climáticas, como las establecidas en el Acuerdo de París (2015) para limitar el calentamiento a 1,5 °C, puede por sí sola devolvernos a un espacio seguro. La respuesta es que, aunque la mitigación climática tiene efectos positivos colaterales -como la mejora de la calidad del aire y la reforestación-, no es suficiente para revertir todas las presiones sobre los límites planetarios. Por ejemplo, la producción masiva de bioenergía para mitigar el clima puede aumentar la presión sobre el uso de la tierra, generando nuevos desafíos.

Referencia

Exploring pathways for world development within planetary boundaries. Detlef P. van Vuuren et al. Nature (2025). DOI:DOIhttps://doi.org/10.1038/s41586-025-08928-w

Medidas complementarias para un futuro sostenible

El estudio propone un paquete de medidas complementarias que, junto con la acción climática, podrían frenar y revertir el deterioro ambiental. La primera medida propuesta es la adopción generalizada de la dieta planetaria saludable propuesta por EAT-Lancet, que implica una reducción significativa del consumo de carne y un aumento en alimentos vegetales.

La segunda medida necesaria sería la reducción a la mitad del desperdicio de alimentos, junto a mejoras sustanciales en la eficiencia en el uso del agua y de los nutrientes agrícolas, como el nitrógeno y el fósforo. Por último, una gestión más sostenible del suelo y los ecosistemas se considera también indispensable para corregir el rumbo planetario.

Estas acciones, consideradas técnicamente factibles, podrían lograr no solo que para 2050 el estado ambiental global sea al menos tan bueno como en 2015, sino una recuperación aún mayor hacia 2100, según estos modelos. Sin embargo, incluso en este escenario optimista, se necesitarían políticas aún más ambiciosas y una transformación profunda de los sistemas socioeconómicos.

Más allá de la factibilidad técnica, la implementación de estas medidas enfrenta asimismo retos sociales y políticos importantes, reconocen los autores de este trabajo. Cambiar patrones de consumo, mejorar la eficiencia en el uso de recursos y distribuir equitativamente los costos y beneficios de la transición requieren voluntad política, cooperación internacional y aceptación social, algo que no está a la vuelta de la esquina. Asimismo, la justicia ambiental es un aspecto clave, ya que diferentes regiones y grupos sociales han contribuido de manera desigual a la crisis ambiental y también sufren sus impactos de forma desigual, concluyen los investigadores.

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