Un día en la Real Fábrica de Tapices, el lugar donde la historia se cose a mano

Los movimientos de los dedos parecen trabajar en automático, pero la labor de Álvaro Cantalejo es extremadamente meticulosa y pensada. Junto a un compañero, teje el tapiz Ligaduras. Introduce, ayudado por un espejo, hilos de color entre dos capas, cada una tejida en un sentido opuesto. Lleva meses en esta labor. El resultado es un diseño floral de tonos verdes, azules o rosados.

El diseño en sí es el ganador del concurso del tercer aniversario de la Real Fábrica de Tapices, un lugar único en el mundo cuyo origen se remonta a 1721. Fundada por Felipe V, lleva más de tres siglos en los que han fabricado alfombras, tapices y reposteros confeccionados artesanalmente. Hablan con orgullo, por ejemplo, del proyecto de reconstrucción de 32 tapices, encargado por el Gobierno de Sajonia para el Palacio de Dresde, que se habían perdido por los bombardeos que sufrió la ciudad alemana durante la Segunda Guerra Mundial. Llevan seda, algo de lana fina, oro y plata.

El tiempo de fabricación entre seis y 12 meses, incluso 14 a veces, por metro cuadrado y persona. Depende de la calidad del tapiz, del número de hilos o del material que sea. El lugar está lleno de canillas, muchas con distintos colores mezclados que logran hacer un efecto difuminado en los tapices llamado trapillo.

Muchos de los encargos vienen de embajadas, de iglesias o ministerios -el de Exteriores, aseguran, es un gran cliente-, pero también de particulares, la mayoría internacionales.Algunos de ellos son especialmente recelosos con su obra. A lo largo de todo el recorrido señalan obras que no pueden fotografiarse, como el tapiz de una clienta ucraniana.

Dos trabajadoras de la Real Fábrica de Tapices bordan un tapiz. / XAVIER AMADO

‘El trato con el cliente es muy personalizado. Le atendemos desde que comienza el encargo, durante el proceso y al finalizar. Incluso después, porque todas estas piezas requieren un mantenimiento que lleva ciertas normas de conservación para garantizar su durabilidad a lo largo del tiempo’, explican.

Algunas personas traen su propio diseño. Otras veces, los trabajadores les enseñan su archivo histórico con más de 300 años, en el que se recogen miles de cartones para tapices de pintores que han tenido en la Real Fábrica, como Goya, Sabatini o Bayeu y Subías. También tienen diseños más actuales, por ejemplo de Manolo Valdés o Alberto Corazón. Cada réplica debe incluir algún elemento diferente.

Los diseños pueden ser infinitos, en parte gracias a la varibilidad de colores. En un alto cuentan con un almacén de lanas, donde guardan 12 toneladas. Tienen las lanas de las alfambras que están fabricando, pero también las que ya han fabricado pensando en que en algún momento del futuro lo mismo necesitan repararse. Qué menos que tener eso en cuenta cuando se habla de piezas que han llevado meses y meses de labor de varios trabajadores.

La Real Fábrica de Tapices cuenta con un servicio de fabricación de alfombras. / XAVIER AMADO

Los colores, por mucho que puedan parecerse a veces entre ellos, son todos distintos. Lo que sí tienen en común las lanas merino es que todas son de producción cien por cien española. Llevan trabajando con las mismas familias muchísimo tiempo para abastecerse. Las más gruesas se utilizan en alfombras de nudo turco; las más finas, en nudo español.

El papel de los colores

Fuera hay jardín textil tintorio, donde conservan una muestra de las principales plantas para teñir. Unas vienen de las expediciones de ultramar; otras muchas son de origen hispanomusulmán. Entre ellas está un nopal, donde anidaba la cochinilla, un insecto que durante siglos se ha utilizado como tinte natural. A día de hoy todavía sigue dando color a pintalabios, al vermú o a las gominolas. De ella se extraen tonos violetas, rojizos y color escarlata.

Almudena López Sánchez, responsable de tintes de la Real Fábrica de Tapices. / XAVIER AMADO

No es el único tinte natural. De las pieles de cebolla, la zanahoria y de hierbas pueden extraer tonalidades amarillas, marrones o anaranjadas. O el azul del índigo. Lo explica Almudena López Sánchez, responsable de tintes, desde la pequeña sala donde crea su magia.

‘También tenemos tintes sintéticos. Todo depende del cliente y del proyecto’, señala. No sabría decir cuántos colores han podido sacar desde esa sala. ‘Más de 5.000, 10.000… Son muchísimos. Cada vez que inician un tapiz, el maestro licero -que son quienes toman decisiones de índole artística- va a necesitar colores para la obra que tejen con lana y seda, por lo que les preparamos una carta de color’, explica. Una vez hechas las pruebas con tinciones, si la fórmula les vale, asignan una numeración para hacer esa carta, lo que viene a ser su paleta cromática.

Almacenan muchísimas lanas con tonalidades diferentes. / XAVIER AMADO

‘La segunda dificultad es reproducir exactamente ese color para abastecer a todos los maestros liceros que están trabajando hasta que se termina el proyecto’, añade.

Conservación

Fuera de esa sala, una gran nave acoge el trabajo para restaurar obras que, en muchos casos, tienen un valor patrimonial incalculable. Verónica García Blanco, jefa del departamento de Restauración de Tapices y Tejidos Históricos, explica cómo intervienen en todo tipo de tejidos que tienen algún valor añadido. Están los tapices y también la indumentaria religiosa o civil, bordados, tejidos decorativos, alfombras con calidad hisórica o pertenecientes a museos… Incluso sillas. Los hay de particulares y de instituciones.

Su labor empieza por la documentación previa, que se mantiene durante todo el tiempo de la intervención. Busca entender qué le pasa exactamente al objeto. Para ello, echan ‘mano del conocimiento de los químicos, biólogos o historiadores del arte’. Cualquier disciplina que les pueda ayudar a hacer el diagnóstico es bienvenida. Una vez que lo tienen, ‘se formula un estado de conservación y una posible intervención’. Elaboran el presupuesto y, si el cliente está de acuerdo, viene la parte delicada: la intervención.

Entonces, el momento de documentación da un paso más. Necesitan mucha información para limpiar la pieza, pes decir, para eliminar cualquier suciedad o mancha que no pertenecen al objeto. García Blanco explica que se puede hacer por microaspiración o con un lavado químico. A veces, lo segundo lo realizan por inmersión en una máquina de gran formato, construida a principios del siglo XX para la fábrica. Solo existe en España. Pero con otras piezas necesitan llevar a cabo una limpieza con solventes más agresivos.

Interior de una máquina desempolvadora de principios de siglo XX. / XAVIER AMADO

Una vez que han logrado limpiar la pieza, pasan a la fase de consolidación o restauración. Cuando la obra es de un tamaño considerable, se sirven de programas digitales para dibujar perfectamente qué zonas tienen que ser intervenidas o ya se han intervenido en otra ocasión.

La responsabilidad, de cara a los clientes, es grande. La jefa del departamento explica cuando intervinieron una bandera del Museo del Canal de Panamá que tenía una dificultad añadida. Se había vendido como seda cien por cien. Era el dato histórico que tenían de ella.’ Pero la realidad es que tenía un alma de algodón que se comportaba químicamente de una forma muy diferente. Eso repercutió en el proceso de limpieza y de la intervención. Lo descubrimos sobre la marcha, lo que la hizo muy complicada. En otras ocasiones, tenemos piezas o tapiaces con las que el cliente es muy estricto en la confidencialdiad o el proceso. No quiere que su obra sufra el mínimo riesgo. Así que el manejo con él o ella puede ser complicado porque no termina de fiarse’, relata.

La Real Fábrica de Tapices está en el ‘top’ mundial de restauración textil. Tienen otra sala donde guardan muchísimas alfombras. Cualquier persona que quiera puede dejar la suya para que sea tratada. Da igual que sean de Ikea o que tengan un valor altísimo, como la que hicieron de 50 metros cuadrados para la Catedral de la Almudena: esta es la casa de todas.

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