Se pensaba que los clásicos habían producido esculturas únicamente en mármol y en bronce. Esculturas que han llegado hasta nosotros neutras, sin color, como tampoco han sobrevivido hasta nuestros días aquellas figuras de madera que también esculpían entonces. ‘Hoy sabemos que los clásicos no solamente tenían esculturas en madera, sino que muchas de esas esculturas, tanto en mármol como en bronce, tenían colores extraordinariamente llamativos. Es muy posible que un romano o un griego que estuviera en el siglo XXI con nosotros se sintiera menos extraño contemplando, por ejemplo, el monumental San José de Alonso Cano que el David de Miguel Ángel, con su blanco absoluto’. Lo aseguraba Miguel Falomir, director del Museo del Prado, durante la presentación este lunes de la exposición que se inaugura mañana en el edificio Jerónimos de la pinacoteca. Una muestra que se podrá visitar hasta el 2 de marzo y con la que se quiere resaltar la riqueza artística de esa escultura pintada típica del Siglo de Oro español, pero también su conexión con las grandes tallas de la antigüedad.
'San Juan Bautista' de Juan de Mesa, una de las nuevas adquisiciones del Museo del Prado. / MUSEO NACIONAL DEL PRADO
La exposición reúne una selección de obras procedentes del Prado y de otros museos y colecciones con cinco recién adquiridas que se mostrarán por primera vez al público en las salas A y B de ese edificio Jerónimos y que, una vez finalizada la exposición, pasarán a formar parte de la colección permanente de la pinacoteca. Estas son Buen Ladrón y Mal ladrón de Alfonso Berruguete, San Juan Bautista de Juan de Mesa, además de figuras como José de Arimatea y Nicodemo, ambas parte de un Descendimiento de la Baja Edad Media castellana. Comisariada por Manuel Arias, la exhibición temporal muestra el diálogo que la escultura y el color han tenido a lo largo de la historia, con la presencia de algunas piezas clásicas que también dan una pista de la importancia que tuvo el color en la Antigüedad. En total, un centenar de esculturas que dialogan con una selección de pinturas de la misma época.
La policromía no es solo un ornamento
La exposición está dividida en siete capítulos en los que se propone el mismo juego de espejos: una pintura representa en dos dimensiones aquello que la escultura representa en tres. Así, la figura de la Virgen de la Soledad, con su manto de terciopelo negro y túnica blanca, proveniente del Real Sitio de San Ildefonso, se expone junto a un cuadro en el que esta aparece vestida y representada de igual manera: La Virgen de la Soledad de Sebastián Herrera (1665).
Otro de los puntos comunes en todos los capítulos de la muestra es la policromía, es decir, el hecho de las esculturas se pintasen con diferentes colores. Aunque policromía haya sido sinónimo de ornamento en tantas ocasiones, esta supone en cambio un elemento esencial que da vida a la figura, según el comisario: “La escultura es un cuerpo muerto si no tiene color, es un cadáver”. Arias describe la muestra como una serie de encuentros entre ideas y obras que se entrelazan. Un itinerario en el que el visitante es llevado desde la Antigüedad, donde la práctica de la escultura policromada ya existía, hasta el Barroco y el Renacimiento, ilustrándose cómo este arte ‘perdido’ fue recuperado y transformado en las épocas posteriores.
'La Virgen de la Soledad', atribuido a Sebastián Herrera Barnuevo. / MUSEO NACIONAL DEL PRADO
La Semana Santa, la muestra más eficaz de escultura policromada
Una de las piezas que más destaca al recorrer las dos salas es el paso procesional Sed tengo, obra de Gregorio Fernández, procedente del Museo Nacional de Escultura de Valladolid. El comisario de la muestra asegura que los pasos procesionales eran “algo que se integraba con la sociedad, que se mezclaba con la gente gracias a figuras de tamaño real, que se convertían en esculturas urbanas, que circulaban y se podían ver desde diferentes puntos de vista”. En palabras de Arias, son la muestra más efectiva de combinación entre escultura y color: “Fue precisamente esa alianza entre la escultura y el color la que los terminó por hacer eficaces. Conjuntos como este permiten entender la complejidad de estos motivos. Es decir, la complejidad a la hora de la composición”.
Falomir, además, ha adelantado que el montaje de esta exposición les ha hecho replantearse la disposición de las esculturas en el museo: ‘Resulta anacrónico separar la pintura de este tipo de esculturas. Ambas compartían espacios, sacros o no, en los siglos XVI, XVII y XVIII. Una de las voluntades de esta dirección es recuperar la escultura encontrada en el Museo del Prado’, aseguraba el director de la pinacoteca.