La parroquia de perezrevertianos está de enhorabuena. Ha llegado un nuevo chute. Una novela de aventuras. Pura. Nada de experimentos. Alta literatura de acción que mezcla guerra, pasiones, anhelos y esa pregunta de fondo que puede hacerse el lector: cómo es la vida cotidiana, la intrahistoria de toda esa gente que asiste al derrumbamiento del mundo. O de un cierto orden, al menos. Personajes que en el fondo tratan de vivir sus vidas conteniendo la respiración antes de que todo se derrumbe. En esta ocasión, personajes involucrados en la Guerra Civil y barruntando la que se avecinaba en la vieja Europa. Y en el mundo.
El libro que nos ocupa llega después, le ha cogido gusto al ritmo de una obra al año, de El problema final (2023), que era un delicioso homenaje a las novelas detectivescas clásicas, con un misterio de habitación cerrada. Nada de novela negra al uso y en boga, nada de horribles formas de matar y cadáveres descuartizados y detectives con problemas sentimentales y de botella. Algo más elegante, jugueteando con la inteligencia del lector y dejándole pistas. Más a lo Simenon. Pero ahora, en La isla de la mujer dormida, retoma sus fueros.
Estamos en 1937. Miguel Jordán Kyriazis, marino español de madre griega, es enviado por el bando franquista a la zona del Egeo para que reclute una tripulación y ataque a los barcos que desde Rusia, cargados de armas, se dirigen a España para auxiliar a la República. El barco que habrá de capitanear toma como base una minúscula isla, que en su día fue prisión, propiedad del barón Katelios, que junto a su mujer y los criados son los únicos que la habitan en una cómoda mansión. La esposa de Katelios, aristocrático, dandy, mundano, un poco de vuelta de casi todo, es Lena («tiene pies de puta» piensa a menudo su marido de ella). Una mujer interesante, misteriosa, elegante, atractiva, rusa que adjura del bolchevismo. El triángulo está servido.
El marido deja pero no deja, ella es sinuosa, Jordán es cauto, seco, parco, rudo y con un físico imponente que pareciera un vikingo. Tiene en España mujer y un hijo en lo que fue un matrimonio «accidentado y poco feliz». Un tipo que nunca lamenta soltar amarras. Todo lo contrario. Alguien para quien la vida a bordo no supone un recurso y sí una solución. Y sin embargo, «no es un hombre de acción», por mucho que a los catorce años ya estuviera embarcado en un bacaladero en Terranova. Jordán es la clave de bóveda de la narración. Con muchos satélites. Tiene 34 años, lo que la crítica ha interpretado como un guiño a esa leyenda alejandromagnesca sobre la edad a la que mueren los héroes: 33.
Por la trama desfilan personajes variados, un muestrario humano que ríete tú del Equipo A, aquella mítica serie, siendo el más fascinante Beaumont, uno de los enrolados, un hombre que ya solo bebe cerveza y que habla como si estuviera declamando teatro clásico. Se expresa a base de sentencias solemnes pero a la vez con una pátina de comicidad. Le dan los buenos días y contesta con una sentencia histórica sobre el futuro, tal vez improvisada por él mismo.
Es es un historión con otro gran protagonista que no se nos ha de olvidar citar: el Mediterráneo
Muy metáforica es la pareja que forman Pepe Ordovás y Santiago Loncar. Agentes. Uno trabaja para los sublevados y otro para los republicanos. En Estambul se dedican a espiar, a interceptar operaciones del enemigo pero también a mantener una amistad que en España sería imposible. Juegan al ajedrez, cenan jugosas albóndigas, fuman buenos cigarros, pasean y se gastan bromas a cuenta de las batallas que suceden en España; se van juntos a los cabarés y mantienen viva esa llama de fraternidad entre españoles de distinta ideología que el odio y la sinrazón ha hecho imposible en su patria. Se las tendrán tiesas a veces, claro. No falta el agente soviético, experto en apretar tuercas. Taimado. Amable si quiere. Hay dos mujeres: Acracia y Libertad. Hijas de un anarquista, claro.
La novela se lee con placer, con la acción bien dosificada y el texto está plagado de marinerías, de términos náuticos y bélicos.
Pérez-Reverte retoma la Guerra Civil que ya abordó en la serie Falcó, con tres novelas dedicadas a este agente sin escrúpulos que se vio involucrado, en la primera entrega, en una trama para liberar a José Antonio de prisión y que también tenía como personaje a una mujer del orbe soviético, Eva. También en ‘Línea de fuego’ nos habló de la contienda, centrado en la batalla del Ebro y más y que lo situó en el podio del realismo.
Acción trepidante y atmósfera creíble
En La isla de la mujer dormida, Pérez-Reverte maneja con tino la documentación histórica. Ésta no aplasta el relato como sucede tantas veces en novelas historicistas o ambientadas en el pasado. Tampoco la acción, siempre a un punto de ser trepidante, estorba al lector más intelectual: los diálogos son oportunos. No falta ese deje de macarrismo en algunos de los personajes, un carácter testosterónico tan querido por el autor. El lector se ve envuelto en una atmósfera creíble y es de agradecer que la Guerra Civil se trata desde otro ángulo. O desde otra visión. Sin maniqueismos ni equidistancias que falsean la historia aunque sí con un regusto de que somos un pueblo de cabestros por igual siempre dispuestos a destrozarnos. Todos culpables. La Guerra Civil es nuestro ‘western’. La fuente más inagotable de historias y argumentos. Solo los más desganados y amantes del tópico pueden gritar aquello de ¡Otra película sobre la Guerra Civil!, si bien nadie ha dicho aún ¡Otra novela sobre la Guerra Civil!
Nos queda mucho por conocer de ella. En este sentido, el propio Pérez-Reverte, hay que ir pensando en otro mote, que el de Dumas español se va quedando corto, afirma que «mar, amor y guerra» son su vida y pasión, su devenir. No hay moralina. De hecho, ha recalcado en la gira de promoción, en más de una entrevista, que ningún hecho histórico soporta la mirada actual, de la actual moral, quiere decir.
Esperemos que a Pérez-Reverte le queden muchas más cosas que contar, aunque va advirtiendo de que «hemos chocado ya con el Titanic» y aunque la música sigue sonando y pensamos que todo está bien a bordo, no es así. «La cubierta se hunde cada vez más». Es un poco apocalíptico sin dejar de ser marinero. Hay quien debería nacer con un número de metáforas náuticas que emplear y no pasarse nunca y hay quién las está empleando toda la vida y continúa cautivando.
La isla de la mujer dormida es un historión con otro gran protagonista que no se nos ha de olvidar citar: el Mediterráneo. El mar nuestro de cada día. Cuna de civilizaciones, dice el eslogan. Tumba, también.
‘La isla de la mujer dormida’
Arturo Pérez-Reverte
Alfaguara
416 páginas. 22,90 euros