Por todos los mares del mundo sobreviven pesqueros que se mantienen a flote casi por obstinación. En mal estado, con tripulaciones cautivas –poteros asiáticos se pasan hasta dos años sin pisar tierra– y con pésimas condiciones de habitabilidad. Sin supervisión de ninguna entidad u organización, sin garantizar la trazabilidad de las capturas y sin capacidad, muchas veces, de ofrecer garantías sobre la calidad de todo lo que llena sus bodegas. Así que la comparación resalta más todavía, máxime cuando acaba de pasar por Vigo una embarcación como el Santa Isabel, con espacios nauseabundos para sus tripulantes y comidos por el óxido. Entonces aparece en Beiramar una unidad como el Acila, un atunero de última generación, que prueba no solo que las condiciones a bordo pueden –y deben– ser magníficas, sino que la industria viguesa está preparada para ponerlas en práctica.